PARÍS

Foto Stijn te Strake

He visto un caballo galopando sobre el Sena, a Juana de Arco con la bandera olímpica, una antorcha de mano en mano y una esfera colosal ascendiendo como una promesa. París, como dijo alguien en otro tiempo, «bien vale una misa».

Pero ¿a qué idea tan valiosa, según el propósito de esa frase, deberíamos renunciar para conseguir un cambio de rumbo en nuestro planeta? ¿A los propios Juegos Olímpicos? Si con ello dejasen de caer misiles, desmoronarse edificios y tajar vidas ajenas, merecería la pena cambiar una «volea» por un plato de cocido, un «triple» por una sonrisa y un «gol» por un mundo sin odios.  

Qué contradicción la de los símbolos (caballos, banderas, antorchas y esferas) mientras, junto al desfile de los deportistas, contemplamos el dramático desfile de los soldados. Qué luctuosa contradicción la de los cinco aros olímpicos convertidos en eslabones de una gruesa cadena.

Antiguamente, los griegos detenían todas las guerras hasta que concluían los juegos. Hoy ni siquiera eso. Mientras se corre un maratón, se ametrallan hospitales en Gaza; mientras se hace un tirabuzón desde un trampolín, cae un cuerpo a tierra atravesado por las balas; mientras Celine Dion emociona con su «Himno al amor» desde la torre Eiffel, los tiranos y los déspotas del fanatismo se regodean con elegías y canciones fúnebres.

París solo será la ciudad de la luz por unos días.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio