EL LABERINTO DE LA FE

Julián Moral

                              

LA FE  

Desde un punto de vista práctico, parecería más razonable preguntarse cómo funciona el mundo que preguntarse qué lo hace posible: si Dios, la materia, la energía… Pero el mito, la fábula o la ficción preceden, en la evolución del pensamiento humano, a la razón, la duda y la deducción. En general, las protocreencias y creencias de los primitivos humanos para explicarse el mundo y la realidad se moverían en la dualidad de lo físico y lo simbólico y entre el temor y las urgencias de la supervivencia.

El simbolismo proyectó sobre lo físico dioses, demonios y cosmogonías, que, en el caso de las religiones de salvación, ya conjugaban lo físico, lo simbólico y lo alegórico a través de la fe, trascendiendo los límites de la experiencia y el conocimiento. La metafísica teísta deduce la existencia de un ente distinto a la naturaleza que proyecta un orden y una finalidad sobre esa naturaleza caótica. Las religiones de salvación la enriquecen con puros símbolos abstractos como son el alma, la otra vida, el paraíso o el infierno, símbolos situados en la bruma del mito y el misterio y envueltos en un complejo argumentario de explicaciones teológicas finalistas de felicidad o castigo eternos en unas geografías fantásticas: cielo-infierno.

La fe es algo que reafirma certezas carentes de soporte racional y que remite al ser humano a ficciones atemporales fuera del espacio y del tiempo; abstracciones puras que, en general, se crean a partir de tradiciones metafísicas apoyadas en valores judeo-cristianos-musulmanes y por la inercia que ejerce socialmente el paradigma religioso dominante. En cualquier caso, puede ser normal (pero sobre todo cómodo) buscar o pensar una forma de vida después de la muerte, aunque creerlo a pies juntillas a partir de una fe imbuida o autoimpuesta no tiene una base empírica y sí mucho que ver con el pensamiento mágico-mítico. 

LA DUDA

La duda vive con la creencia, navegando en el proceloso mar de los mitos, los símbolos, utopías, miedos y angustias de la muerte, el castigo o la esperanza salvífica; todo ello instalado en el subconsciente por el pensamiento mágico y por un adoctrinamiento interesado o asumido personalmente. La duda proyecta en la conciencia humana un fogonazo de luz de la razón y la experiencia, que no están cómodas con la fundamentación idealista y metafísica del universo y su proyección espiritual. Las figuraciones paradisíacas e infernales son placebos y terrores que, por su incomprensible realidad, inclinan más a la duda que a la fe. En ese proceso dialéctico que va de la inteligencia intuitiva a la figurativa y experimental, la duda siempre juega un papel determinante.

LA RAZÓN CIENTÍFICA

El racionalismo rechaza la explicación y fundamentación idealista de las ideas innatas como figuración de lo externo y no a partir de la experiencia de los sentidos sobre la materia o realidad exterior. El mundo en sí –para racionalistas y materialistas– es un mundo existente no porque lo imaginemos los humanos. Así la dualidad inmanente-trascendente nos sitúa ante el materialismo o el idealismo a la hora de comprender y comparar el mundo empírico y el mundo sobrenatural. En cualquier caso, es evidente la función preponderante, hoy en día, de las prácticas científicas en la explicación del mundo.

Foto de Tony Vlisides

Frente a los discursos científicos y teológicos, podemos observar que ese Dios, energía o mecanismo (en lenguaje popular, «algo tiene que haber») cambian con el tiempo. Así, buena parte de los escépticos, agnósticos, ateos y también los creyentes creen como un acto de fe en la razón científica. La ciencia para la mayoría de las personas es algo inabarcable y los grandes misterios de la naturaleza y del cosmos en general, que estudian y controlan (relativamente) los científicos, pasan a formar parte de la información humana como algo no conocido y comprendido objetivamente por la gran mayoría. Sobre la ciencia, desde la perspectiva de un no bien informado o preparado científicamente, dice F. Savater: «Nuestros conocimientos verificables son casi siempre tan deficientes (….) que necesitan al menos un gramo de fe».

Así pues, si sobre la realidad científica, comprobada en el momento actual y sometida al principio de contradicción-falsación, está justificada una credulidad ignorante, ¿qué podemos decir de la fe? Quizá que, a través del tiempo, ¿las ficciones perviven y es muy difícil que mueran porque no existen? Cabria preguntarse también si la razón científica trabaja en provecho del ser humano o de la propia ciencia en sí y si ésta, elevada a la categoría de ideología, debería tener una oposición razonable. En fin, prevenidos, asustados, expuestos o manipulados por la posible afirmación del carácter absoluto de la ciencia usemos la razón para no rechazarla ni mistificarla como algo omnipotente.

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