HISTORIA, LEYENDA Y MÍSTICA DEL SEBASTIANISMO

Julián Moral

Divulgador de Historia

La historia, leyenda y mística sebastianista la había percibido como algo de escaso interés para profundizar en el tema, a pesar de referencias leídas en Eça de Queiroz, Pessoa, Saramago y, por supuesto, en Camoens en su poema épico-nacional Os Lusiadas, obra por la que el rey don Sebastián de Portugal le otorgó una pensión de quince mil reales anuales al poeta-soldado. Vargas Llosa, en La guerra del fin del mundo, también recrea la figura de un personaje místico–mesiánico de perfil sebastianista-mileranista: «Antonio Consejero» en su frontal oposición a la recién instaurada República en el Brasil de finales del diecinueve.

Pero, como decía, muy poca atención y reflexión sobre el sebastianismo hasta la lectura de la novela de José Guadalajara y Félix Jiménez: Fado por un rey. Una interesante e intrigante novela que pone de manifiesto y contextualiza con rigor la génesis del sebastianismo y que inquieta y desasosiega por su valentía en plantear y señalar las zonas oscuras y dudas generadas alrededor de la muerte (o no) de don Sebastián en Alcazarquivir y de su posterior y principal suplantador (o no), el llamado «Pastelero de Madrigal».

Don Sebastián nace el 20 de enero de 1554 nada más morir su padre, el príncipe Juan, heredero del trono portugués. Muerto el rey Joao III en 1557, la reina viuda doña Catalina, hermana de Carlos V, consigue de las Cortes portuguesas la regencia durante la minoría de su nieto don Sebastián, futuro heredero del trono. Nacido el día de San Sebastián –santo venerado por los portugueses como protector contra la peste, el hambre, etc.– esta coincidencia fue considerada como un buen augurio para Portugal: don Sebastián comenzaba a ser considerado el «Deseado» (profetizado en trovas anteriores), que cumpliría el anhelo portugués de un rey Mesías en ese momento histórico en que se veía peligrar la permanencia de la corona portuguesa.

Batalla de Alcazarquivir. Grabado

La formación física y espiritual de don Sebastián, muy influida por los jesuitas hacia el belicismo, estuvo inspirada en la realización de los sueños de un renacimiento portugués como gran imperio propulsor de la fe cristiana, todo ello enmarcado en las fantasías y sensibilidades de los altos ideales caballerescos. El Magreb marroquí terminó siendo su gran empresa militar soñada: la petición de ayuda por el sultán de Marruecos, destronado por el usurpador Abd el Malek, le presentó la ocasión esperada en la batalla de Alcazarquivir (4 de agosto de 1578), que resultó ser su gran derrota y, para la mayoría de los historiadores, su muerte y la muerte o prisión de buena parte de la nobleza portuguesa, aunque para otras opiniones historiográficas, fue su huida y la hora de su vergüenza, expiación y deambular como rey encubierto. 

En 1568, a los catorce años, don Sebastián había asumido el poder, y en 1576 se entrevista en Guadalupe con su tío Felipe II, que trató de disuadirlo de su aventura marroquí. Más tarde de la cruel derrota y con Felipe II como rey de Portugal, el sultán de Marruecos entregó en Ceuta el cadáver (o un cadáver) del rey don Sebastián a los representantes de Felipe II, cadáver que fue trasladado a Lisboa.

Llegados a este punto, cabría preguntarse: ¿qué aportó a la grandeza de Portugal el malogrado don Sebastián para que se generara el mito sebastianista y su deseado regreso?  ¿Aportó algo más que su trágica derrota, la leyenda de su vergüenza y expiación y el dejar el camino prácticamente expedito para que la corona de los Austrias sustituyera a la dinastía de Avis y se anexionara Portugal y sus colonias durante sesenta años?

Para contestar a estas preguntas habrá que analizar, aunque sea someramente, los orígenes y evolución de la leyenda y mito sebastianista. Señala la historiografía que las relaciones entre España y Portugal desde finales del siglo XV se enmarcaban entre la rivalidad y la cooperación. La posición de liderazgo marítimo tras el descubrimiento de América había tensado las relaciones y aumentado la desconfianza de la nobleza portuguesa hacia la monarquía vecina. También las políticas de enlaces matrimoniales, cada vez más estrechos y endogámicos (los padres de don Sebastián eran primos hermanos), agudizaron el temor portugués de terminar bajo el poder español, propulsando así el sentimiento nacionalista y la esperanza en un rey mesiánico ya profetizado entre los años 1510-1540 por el trovero popular Gonzalo Anes de Bandarra, también conocido como el «zapatero de Troncoso».

En esta situación geopolítica de cierta dependencia portuguesa respecto a España, de profunda crisis sentimental y sensación de decadencia, reina el joven don Sebastián y, tras su desaparición de la escena política, toma cuerpo el paso del mito del «Deseado» al mito del «Encubierto». Las Trovas de Bandarra, editadas en 1603 por don Joao de Castro, se convirtieron en un nuevo acicate para mantener vivo el sebastianismo. Señala la historiografía que este segundo profeta del sebastianismo, lejos del perfil popular de Bandarra, escribe para los de su clase noble. Don Joao de Castro (1551-1623), haciendo una clara apología sebastianista, fue un ferviente defensor de la idea de que don Sebastián no murió en Alcazarquivir y que, tras un periodo de tiempo oculto haciendo penitencia por la derrota y poniendo distancia a su vergüenza, pasaría a reivindicar su corona.

A partir de este supuesto, en una suerte de realidad-irrealidad, se retroalimenta la idea del «Encubierto», que volverá por su corona; así entran en escena varios falsos don Sebastianes que restan credibilidad al escenario (para algunos, realidad) mejor montado del «Pastelero de Madrigal»: Gabriel de Espinosa. A la sazón, por aquellas fechas de exaltado nacionalismo-sebastianismo, la hija natural de don Juan de Austria, doña Ana de Austria, sobrina de Felipe II, vivía sin profesar en un convento de agustinas en Madrigal de las Altas Torres. También vivía en esta localidad Gabriel de Espinosa, que se dedicaba al oficio de pastelero, y lo mismo un agustino portugués, Fray Miguel de los Santos, que había sido partidario del Prior de Crato en la disputa con Felipe II por el trono portugués. Estos personajes fueron los actores principales del novelesco y trágico epílogo de desgracias del «Deseado-Encubierto» tras la anexión portuguesa por los Austrias.

Dicen los historiadores –aunque sin plena coincidencia– que el sorprendente parecido de Gabriel de Espinosa y el desaparecido don Sebastián impulsó al fraile agustino a convencer al pastelero para hacerse pasar por el rey, persuadiendo a su vez a doña Ana de que su primo don Sebastián estaba vivo y que de incógnito en Madrigal pretendía casarse con ella. La noble doña Ana lo creyó todo y entregó sus joyas a los conspiradores. Finalmente se descubrió la trama y ambos personajes, el supuesto rey (o rey para algunos) y el fraile agustino, fueron procesados y ejecutados (sobre 1595) y doña Ana siguió de por vida en un convento en Ávila con relativa libertad.

No obstante, el caso del «Pastelero de Madrigal» sigue siendo para algunos un tema oscuro y polémico, ya que el proceso judicial fue declarado secreto de Estado. En el Archivo General de Simancas es donde se conserva, declarado reservado por el Duque de Lerma el 23 de septiembre de 1615.

Otro de los grandes visionarios del sebastianismo fue el jesuita Antonio Vieira (1608-97). Gran teólogo e intelectual, apoyándose en las profecías del capítulo II del Libro de Daniel, y a través de varios de sus famosos sermones, dio forma a lo que algunos historiadores definen como utopía judaico-portuguesa: el concepto de «Quinto Imperio». Vieira sostenía que Portugal estaba destinado por Dios a regir el mundo. Después de los egipcios, asirios, persas y romanos, vendría el quinto, el portugués, que el jesuita relacionaba con el sentimiento sebastianista. Sentimiento que continua latente durante los siglos siguientes con diferentes autores y matices, incluso astrológicos, como en Manuel Bocarro.

A partir de múltiples elucubraciones, el nacionalismo-sebastianismo (o post- sebastianismo) sigue la andadura del «Deseado-Encubierto», a veces con un nuevo perfil: el «Durmiente». En el siglo XIX se da un floreciente iberismo en Portugal y algo en España, nostálgico de pasadas glorias marítimas, militares, literarias del siglo XVI en ambos reinos, pero muy vinculado a las viejas nostalgias sebastianistas en Portugal. Ya en el siglo XX sería Fernando Pessoa («mensajero médium» del rey don Sebastián se autodefinía Pessoa en ocasiones) quien renueva el constructo de Quinto Imperio (pero con un sentido cultural) que se proyectaría de forma universal, imbricando en un todo iberismo y sebastianismo.

Fernando Pessoa

En la tercera parte de Mensagen es donde Pessoa, con el subtítulo de«O Encoberto», se refiere a don Sebastián y el Quinto Imperio y no duda en decir (quizá o seguro de forma alegórica) que el rey «Encubierto» volvería una mañana de niebla para devolver a Portugal su antiguo esplendor y la soberanía de ese Quinto Imperio. Algo sobre lo que José Saramago, irónico y un tanto mordaz, escribe en El año de la muerte de Ricardo Reis: «Los barcos en el río es como si anduvieran en medio del nublado, en alta mar, y, hablando de esto, allí está Don Sebastián en su nicho del frontón (del Teatro Nacional en el Rossio), muchacho enmascarado para un carnaval futuro, si lo pusieron aquí y no en otro sitio, tendremos que reexaminar la importancia y los caminos del sebastianismo, con niebla o sin ella, es patente que el Deseado vendrá en tren sujeto a retrasos». Esta obra de Saramago, cuyo protagonista, Ricardo Reis, un heterónimo de Pessoa, se enmarca en la dictadura salazarista, que también tuvo un cierto florecimiento del mito sebastianista.

En fin, el fenómeno del sebastianismo tiene su raíz en una visión nostálgica de un pasado nacional idealizado: Alfonso Enríquez, Vasco de Gama, Luis de Camoens, etc. Hay que tener presente que Portugal en el siglo XV pasó por un momento histórico de preponderancia peninsular cuando a su eterno rival le costaba terminar la llamada Reconquista. Por eso, aunque si bien es cierto (como sugiere la historiografía) existe una relación entre el sebastianismo y los mileralismos mesiánicos propios de sociedades impregnadas de misticismo religioso, lo verdaderamente determinante del fuerte sentimiento nacional portugués de esos siglos –incluso más allá de la mística caballeresca sebastianista– fueron los sesenta años de dominación española. Años que propiciaron un sentimiento de expropiación, orgullo nacional y mística de independencia en un tiempo cargado de un sentimiento de «saudade» del que Saramago, irónico y mordaz una vez más dice: «La más apagada y vil tristeza que padecimos en el siglo XVI». Algo que se siguió proyectando en siglos posteriores en «esa sensación de meros figurantes en la esfera internacional».

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