LAS DÉCADAS PRODIGIOSAS (II)

¡LLEGAN LOS 60!

Juan Angulo Serrano

Fotograma de la película Psicosis, estrenada en 1960.
Fotograma de la película Psicosis, estrenada en 1960.

Como en tantas otras materias, este período, que ampliaré hasta bien entrados los setenta, supuso un importante cambio en la forma de hacer cine y en su temática. El público ya no sacaba su entrada solo para divertirse o evadirse: quería sentir situaciones más cercanas y que se profundizara en la psicología de los personajes y su entorno. Una gran parte del mejor cine social se realizó entonces.

El histórico no fue ajeno a esta tendencia. Aunque los sucesos que se narraban fueran antiguos, se penetraba intensamente en las actitudes, sentimientos y motivaciones de los protagonistas. El cine inglés fue paradigmático.

Salvo las lógicas excepciones, la mejor cinematografía histórica se desarrolló en estos tiempos, aunque también se seguían buscando la espectacularidad y la obra de consumo.

Voy a empezar con tres películas de un director que aunó como ninguno la espectacularidad, el rigor, la belleza y la calidad: David Lean. Suyas fueron El puente sobre el río Kwai (1957), Lawrence de Arabia (1962) y Doctor Zhivago (1965). Tres joyas del cine histórico, sobre todo la segunda. No me extenderé con ellas, pues creo que tienen tal entidad que merecen un estudio aparte. Lo tengo en mente. Oficialmente solo las dos primeras se consideran inglesas, supongo que por la producción. Pero todas ellas tienen su toque británico. Si alguien no ha visto alguna, no sabe lo que se pierde.

En aquellos años ir a un cine de estreno, casi todos en la Gran Vía de Madrid, —o en los centros similares de cualquier capital— era un lujo y, a pesar de ello, resultaba difícil conseguir entradas para los domingos (entonces la mayoría trabajábamos los sábados)  Si querías deslumbrar a una chica, la invitabas a estos cines, y estabas dispuesto a pagar el sobrecargo que te hacían en la reventa oficial – recuerdo con nostalgia un local que había en la Plaza de Santo Domingo –porque a ellos les reservaban las mejores localidades. Así vi muchas de estas películas.

Un éxito asombroso de público, porque no era nada espectacular y planteaba temas bastante profundos, lo protagonizó Un hombre para la eternidad (1966, Fred Zinnemann, seis Oscar, entre ellos película, director, guión y actor principal, Paul Scofield). Quizá fue por tantos premios o por el boca a boca, pero lo cierto es que salíamos de la sala con unas ganas locas de hablar sobre lo que habíamos visto. Trataba sobre la rivalidad entre Enrique VIII y Thomas Moro —al que le costó la cabeza— por no apoyar al monarca en su deseo de romper su matrimonio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena —que también perdió la cabeza poco después—. Aquello dio origen a la Iglesia Anglicana. Las colas en el cine Palafox, que se acababa de inaugurar, eran tremendas.

Según escribo, me doy cuenta de mi tendencia a “enrollarme” con cada una de las películas que tengo previstas para este artículo —dedicaría una página entera a la anterior—,  lo cual tiene dos graves problemas: a) que resulte larguísimo, y b) que se me acabe el material para próximas crónicas. Esto no me ocurrió con la década precedente, supongo que porque la calidad general era menor y porque mi cinefilia empezaba a apuntar ahora y le sacaba mucho más jugo a esto del Séptimo Arte. Así que voy a tener que ser más conciso, aunque después de esta parrafada pueda resultar difícil de creer.

También inglesas, y todas de una gran calidad, fueron Becket (1964, de Peter Grenville, soberbio el duelo interpretativo entre Richard Burton y Peter O’Toole) con un tema y un tratamiento muy parecido a la de antes, y que la precedió en el tiempo —nunca olvido la sentencia de Becket :  “siempre se odia a quién se ha ofendido..” —; Cronwell (1970, Ken Hughes, con Richard Harris y Alec Guinnes) y Un león en invierno, con largos diálogos entre Leonor de Aquitania (Katharina Hepburn) y su marido Enrique II (otra vez y muchas más Peter O’Toole) para decidir quién le sucedería en el trono. Otra de las características de este estilo “british” era que una gran parte de  las obras como de sus intérpretes procedían del teatro. Pero se notaba poco. Cartel de Barry Lyndon.

Fotograma de Anthony Quinn en Barrabás
Fotograma de Anthony Quinn en Barrabás

Breve mención al cine histórico-religioso: Barrabás (1962, Richard Fleischer),con Silvana Mangano, Jack Palance, Vittorio Gassman y sobre todo Anthony Quinn, que me deslumbró y que desde entonces se convirtió en uno de mis actores  preferidos, aunque ya lo tenía fichado desde Los dientes del diablo (1960, Nicholas Ray), que no es histórica, pero sí buenísima. También de Nicholas Ray, Rey de reyes, (1961), una obra maestra anticipada a su tiempo y que, junto con La pasión de Cristo (Gibson), representan los mejores acercamientos a esta figura.

Por aquel entonces, yo vivía en la calle Canarias en el barrio de Delicias. Debido a mi exigua capacidad económica que me hacía gravoso comprar la “Cartelera” los lunes por la tarde, que era cuando cambiaban la programación de los cines, me recorría andando todos los de la zona  (ver nota al fina) para saber qué iban a echar y contemplar los carteles. Dedicaba más de una hora a esta actividad, y luego informaba a los amigos y compañeros para decidir a dónde recalaríamos aquella semana, aunque muchas veces me tocaba ir solo pues diferíamos bastante en los gustos…

El Álamo (1960, Jhon Wayne, ¡sí, el vaquero!) tuvo un impacto tremendo. Ha sido muy criticada posteriormente por las tendencias de este hombre (caso similar a Gibson y Heston). Se estrenó en el cine Paz, recién inaugurado. La recuerdo con mucho agrado y tengo ganas de volver a revisarla ya que tenía cosas interesantes, entre ellas la fabulosa banda sonora de Dimitri Tiomkin, otro genio musical de aquella época.

Ocurrió algo muy curioso con la música de aquellas películas, históricas o pseudo-históricas: llegaron a ser número uno en las listas de éxitos y en ventas. Además se hacían versiones con letras en castellano. El Dúo Dinámico se la puso a Éxodo  (… yo lucharé por ti, todo tu amor seré…) y a varias canciones de El Álamo.  El día más largo también se cantaba (…el día es más largo hoy, para aquel que va a luchar, y hasta el sol parecerá, que jamás se va a ocultar…). Durante mucho tiempo todos silbamos El puente sobre el río Kwai. El Álamo, La gran evasión, Los cañones de Navarone y otras más se escuchaban hasta en las discotecas.

Otro gran impacto lo supuso Cleopatra (1963, Joseph L. Mankiewicz) por el tórrido romance que surgió en su rodaje entre Elizabeth Taylor y Richard Burton, además de ser la película más cara hasta el momento, lo que le valió una gran repercusión mediática. En su momento me pareció pesada, pero después, vista de nuevo, la considero una obra maestra.

Entre las bélicas, debo citar la ya mencionada El día más largo (1962, varios directores y docenas de famosos intérpretes y gente popular, como Paul Anka) sobre el desembarco de Normandía; y Patton (1970, Franklin J. Schaffner) acerca de la actuación de este famoso general americano en la Segunda Guerra Mundial. No puedo resistirme a contar dos suculentas anécdotas. La primera, y más conocida, es que su protagonista, George C. Scoot, se negó a recoger el Oscar obtenido por su interpretación, diciendo que lo repudiaba por tratarse de un personaje reaccionario. Y digo yo ¿por qué aceptó el papel? La otra es que se trata de una de las versiones cinematográficas más fieles a la realidad. Tanto es así que se preservan copias de ella en el Registro Nacional de Filmes Estadounidenses, por ser culturalmente importante.

Éxodo (1960, Otto Preminger  con Paul Newman) narraba los inicios de la ocupación judía de los territorios palestinos, tras la aceptación del estado de Israel por la ONU en 1947, a través de un barco de refugiados que partía de Chipre. A pesar de mi desconocimiento de aquellos hechos, me resultaba extraño que los palestinos fuesen los “malos”, porque ellos ya estaban allí. Espero que la película recientemente  estrenada, Israel, basada en el libro de D. Lapierre y H. Collins, sea algo más ecuánime.

Stanley Kubrick, uno de mis favoritos, se merece un monográfico aparte, pero reseñaré dos en las que el adjetivo de extraordinarias resulta escaso: Espartaco (1960), de la que renegó al no haber podido terminarla por sus enfrentamientos con Kirk Douglas que la producía, y Barry Lyndon (1975), una de las películas más hermosas que recuerdo. Cuando salía de verla en el Cine Paz, los que venían conmigo salían defraudados, diciendo que era muy lenta y pesada. Yo estaba deslumbrado, y no conseguí convencerles. (No hablo aquí de Senderos de Gloria —1957—, porque estuvo prohibida hasta finales de los setenta).

Orson Welles tuvo que venir a España para realizar la magistral Campanadas a medianoche, gracias a Emiliano Piedra que se jugó el tipo y el dinero para apoyar a un genio, proscrito para las grandes productoras. Fue nuestra más destaca aportación de esa época al cine histórico. Shakespeare en estado puro —ya tenía en su haber Otelo y Macbeth —,  que a mí me aburrió. Todavía no estaba preparado para aquello.

large_the_leopard_blu-ray3xY acabo con dos maravillas del cine italiano, nada que ver con el anterior “peplum”,  que abren y cierran este tiempo. En 1963, Luchino Visconti realiza, con su habitual elegancia y belleza Il Gattopardo, sobre la decadencia de la aristocracia italiana en los convulsos tiempos de Garibaldi, con un Burt Lancaster excepcional, que inicia aquí su importante aportación al cine europeo. Y cierro, trece años después, con Novecento (1976, Bernardo Bertolucci) en la que, curiosamente, también encontramos a Burt Lancaster. Un famosísimo crítico de televisión, Alfonso Sánchez, ya fallecido, opinaba que era un castañazo y se preguntaba que quién iba a ir al cine a ver una película que duraba más de cinco horas. Espero que, donde esté, haya cambiado de opinión.

Sé que me dejo muchas cintas, unas adrede y otras por olvido. Me encantaría que alguien me recordara alguna que le hubiese impactado y que no haya incluido. (No figuran las protagonizadas por Charlton Heston, por no repetirme con mi anterior artículo sobre él).

IN MEMORIAM a los Cines: El Cano, Lavapiés, Olimpia, San Cayetano, América, Montecarlo, Pizarro, Lusarreta, Odeón, Doré  —hoy filmoteca—, Pavón, San Carlos, Delicias, Candilejas, hoy representantes mudos de un rito y una liturgia que llenaron mi infancia y adolescencia de ilusión, fantasía, sensibilidad y conocimiento, además en programa doble y sesión continua.

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