SI TE CUENTO QUE HAY ALGO MÁS

MC Gallardo

Escritora, estudiosa del budismo tibetano, autora de la novela Donde sueñan los almendros, entre otras

Reza un proverbio tibetano: «Mañana o la próxima vida; nunca se sabe qué llegará primero».

Michel de Montaigne, filósofo y humanista francés del siglo XVI, decía: «No sabemos dónde nos espera la muerte, así pues, esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar la libertad. El hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo».

¿Practicar la muerte? Contrariamente hemos sido educados para temerla. Las maliciosas y retrógradas teorías sobre el cielo y el infierno han calado incluso en aquellos que no profesan fe alguna, renunciando con hastío a rebatir sus frágiles argumentos por recelo a que les acabe atrapando la oscuridad.

Por eso yo digo: ¡basta ya, demasiados siglos sometidos al chantaje!, recordad que no estamos solos, tenemos a los libros de nuestra parte, ellos nos ayudarán a romper esas cadenas impuestas, pues solo el conocimiento tiene el poder de debilitar la ignorancia y el miedo.

Propongo abrir nuevamente ese debate, sin miedo, sin prejuicios, pero esta vez dejemos al margen lo conocido, busquemos las respuestas lejos de los templos. Ahí sabemos que no se encuentran. Filósofos y humanistas llevan siglos hablando de ello: ¡escuchémoslos! La filosofía budista revela que la vida y la muerte son un continuo, donde la muerte no es más que el comienzo de otro capítulo de la vida: «Con la llama de una vela que está a punto de consumirse prendemos otra nueva; atrás quedan el dolor y el apego. Una misma llama (conciencia, alma), distinta vela (cuerpo)».

Sin embargo, mi propósito es más humanista que espiritual, porque en la aceptación de la muerte reside la clave de nuestra supervivencia como especie, ya que los desastrosos efectos de esa negación van más allá del propio individuo. Al considerar esta vida como única, no hemos desarrollado una visión a largo plazo, y, en consecuencia, vivimos de manera egoísta: la progresiva destrucción del medio ambiente amenaza, desde hace décadas, la supervivencia de todos los seres que habitamos este hermoso y singular planeta. Por ello, ¿no es hora ya de cambiar la narrativa y plantarle cara a la muerte?

Pero esto no solo va de dejar un planeta mejor para nuestros nietos. Es cierto que, por inacción, nos hemos convertido en cómplices de esta crisis medioambiental, consecuencia de una profunda crisis política a nivel mundial, donde se gobierna a golpe de intereses de mercado en pro de unas élites que están muy por encima del bienestar del individuo y que están comenzando a erosionar nuestras democracias.

Por ello, aunque seamos una civilización adormecida que apenas levanta los ojos de los dispositivos electrónicos y que, por apatía, no cuestiona las decisiones de sus gobernantes, tenemos la obligación de despertar y tomar las riendas de aquello que, aunque no nos pertenezca, debemos proteger. Porque esto es mucho más grande: detengámonos a observar las partes más pequeñas de nosotros mismos, solo entonces alcanzaremos a comprender que estamos hechos de partículas que existen desde el instante en que se formó el universo y que han viajado a través del tiempo y del espacio para darnos forma. Y algo tan sublime y tan grandioso no puede ser efímero. Y de ahí no me bajo.

Nadie está obligado a aceptar la historia de la llama y de la vela, pero siempre podéis atesorar una pequeña biblioteca que acoja nuestra prosa y nuestra poesía para que nosotros, los escritores, sigamos iluminando vuestros hogares, pues, como decía Borges: «Cuando los escritores mueren se convierten en libros, que, después de todo, no es una encarnación tan mala». Pues eso.

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