DAVID LEAN (I)

Juan Angulo Serrano

             Es de sobra conocida la enorme influencia de la literatura en el cine. Los guiones basados en novelas aumentan paulatinamente. La crisis de guionistas y de ideas específicamente cinematográficas se viene arrastrando sin descanso desde hace décadas, sobre todo en E.E.U.U.

           Por eso, me llama la atención la curiosa paradoja de que, al duradero “boom” de la novela histórica o pseudo-histórica, no le acompañe una tendencia similar en el cine. En su época gloriosa, las grandes y exitosas producciones también se nutrían de la literatura. No creo que pueda achacarse a la falta de un público potencial, ya que ahí están para demostrarlo, por ejemplo,  las relativamente recientes Gladiator (Ridley Scoot), Troya (Wolfang Petersen), Braveheart (Mel Gibson)… con estupendas taquillas y premios para algunas. ¿Problemas de financiación? Pudiera ser. Sinceramente, desconozco la respuesta ni las causas reales.

           Así que, cuando cada dos meses tengo que decidir sobre qué tema versarán estas crónicas, me encuentro sin material actual lo suficientemente atractivo al que acudir. Últimamente, me salvaron dos producciones españolas ( Sangre de mayo y La conjura de El Escorial ). Espero que la próxima de Amenábar, Ágora, sobre Hipatia, la bibliotecaria de Alejandría, pueda dar juego.

         Mientras tanto, nos quedan los clásicos. Y entre ellos, David Lean (1908–1991), al que hace tiempo tenía ganas de dedicar un artículo.

         Inglés, de formación tradicional, comenzó como montador y guionista. Su primer gran éxito fue Oliver Twist (1948), la mejor versión realizada sobre la novela homónima de Charles Dickens, al que volvió a recurrir en posteriores ocasiones. El papel de Fagin lo bordó Sir Alec Guinness, que siguió siendo su actor fetiche hasta su última cinta, Pasaje a la India (1984)

          Voy a referirme a tres de sus obras que pueden considerarse como integrantes del género que nos ocupa en esta Página.

EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI (1957)

         Como sigue ocurriendo con los directores ingleses que destacan, Hollywood le llamó para encargarse de su realización, lo que produjo una relativa sorpresa puesto que sus cintas anteriores podrían catalogarse como “intimistas”, y ésta era una superproducción, bastante costosa para la época, y un riesgo encomendársela a alguien con tan poca experiencia en estas lides. Y triunfó totalmente.  Crítica (7 Oscars, entre ellos a la película y a la dirección) y público se rindieron ante ella. Su éxito fue enorme. Todos silbábamos la marcha del batallón inglés.

          Acabo de volver a verla. No solo mantiene sus cualidades, a pesar del tiempo transcurrido -¡52 años! – sino que ha mejorado. Recomiendo encarecidamente su revisión. Independientemente de su espectacularidad, acción, actores, música, etc., subyace en esta historia algo a lo que, por mi juventud, no le di toda su importancia en aquel momento: el opuesto concepto del “honor militar” entre el coronel japonés Saito (Sessue Hayakawa) y el inglés Nicholson (Sir Alec Guinness), contrastados con el cinismo, ironía, escepticismo y hasta picaresca del falso teniente americano Shears (William Holden), mucho más humano que los otros dos, aunque, al final, el deber le llame y tenga que enfrentarse a la realidad de la guerra.

          Saito, paradigma del militar nipón, sostiene que hay que dar hasta la vida por el Imperio y el Emperador –hara kiri, kamikazes – sin cuestionarse nada, y desprecia a los soldados ingleses por haberse dejado capturar, cuando un japonés hubiera luchado sin rendirse hasta la muerte (véase la espléndida Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood). Contrariamente, Nicholson tiene un concepto del honor mucho más reglamentista y legalista. Se ha dejado capturar porque así se lo ordenaron sus superiores. Defiende, a costa de su vida, que sus oficiales no realicen trabajos manuales de acuerdo con la Convención de Ginebra –de la que Saito se mofa-. Y llega al absurdo de colaborar al máximo con sus enemigos en la construcción del puente para demostrarles su gran disciplina y superioridad técnica y moral, aunque para ello llegue a contradecir parte de sus primeras convicciones. Los oficiales acaban realizando trabajos manuales y manipula a los enfermos para que también intervengan en la construcción, que hay que terminar en la fecha prevista, pues se ha comprometido con el japonés y no puede faltar a “la palabra dada”.

         El puente sobre el río Kwai se inspira en un hecho real. Desconozco hasta qué punto es fiel a lo que aconteció. Sí es cierto que, periódicamente, se reúnen los supervivientes de ambos bandos para rememorar aquello. Después de la guerra, el coronel Saito fue juzgado por crímenes de guerra y se salvó de ser ejecutado gracias a la intervención a su favor de alguno de aquellos prisioneros. En nuestro tiempo de “guerras sucias”, aunque todas lo sean y éstas más por las atrocidades que se cometen por todos los bandos, resultan tan lejanos estos conceptos de honor y relativo respeto al adversario como las gestas caballerescas medievales o la Tabla Redonda artúrica.

       Me sorprende ahora, y supongo que también sorprendería a los más sabios de la época, cómo Lean saca un extraordinario partido al cinemascope, realizando unas inmensas panorámicas y encuadres casi imposibles que hacen que el campamento de los prisioneros, que debía resultar claustrofóbico, parezca un gran parque de atracciones, lo que tiene una importante relevancia para el desarrollo y “mensaje” de la historia.

      Hay en el guión varios detalles del humor inglés, como cuando Saito se sube a un pedestal más alto para dirigir la segunda arenga a los prisioneros, ya que en la primera fue contestado por Nicholson, y así demostrar su superioridad. O el gigantesco calendario americano que tiene en su despacho – se nos muestra dos veces–, ilustrado con “pinups” de la época para dejar ver que conoce y hasta que quizá respete la mentalidad occidental, puesto que estuvo tres años en Inglaterra y habla perfectamente su idioma.

         A Lean no le gustaba utilizar maquetas. El puente se construyó de verdad –500 hombres y 8 meses– y se destruyó junto al viejo tren que se precipita sobre el río, que fue prestado por el Gobierno de Ceylán. No sé si luego habrá servido para algo.

          Entre los actores, destacan sobre todos Sir Alec Guinness y Sessue Hayakawa. También dan el tipo Jack Hawkins, jefe del comando, y Holden, que figura como protagonista, pues era entonces un actor de moda. De los restantes datos técnicos –origen de los guiones, música, temas recurrentes, etc., – hablaré en el próximo artículo, pues existen notables paralelismos con su restante filmografía americana, especialmente con las otras dos de las que me ocuparé: Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago.

          Una salvedad. He comentado con bastantes personas si el cine etiquetado como “bélico”, principalmente el relacionado con las dos Guerras Mundiales, debe ser incluido también dentro del género histórico. No lo tengo muy claro, ya que esto de las clasificaciones es siempre discutible. Resulta difícil no considerar históricos unos hechos que siguen y seguirán condicionando la Historia. Pero, como no soy muy aficionado al mismo, espero recurrir poco a él, salvo excepciones como la presente.

Posdata.

       Acaba de fallecer Maurice Jarre, uno de los grandes compositores de la historia del cine y que colaboró con David Lean en sus mejores películas. Hablaremos de él.

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