ESCRIBIR: RAZÓN E IMAGINACIÓN

José Guadalajara 

09campuxxx040_big_ceEscribir es un acto de la imaginación, sí, pero también es un ejercicio de la razón. No basta con lanzarse, sin más, a relatar una historia o desarrollar un argumento, sino que es necesario “saber contarlo”. Y para esto último hace falta “saber escribir”.

No significa esto ni mucho menos que todo escritor de porte tenga que ser un filólogo, cuya profesión en sí misma se relaciona directamente con la escritura (filos=amor; logos=palabra), pero sí requiere que quien se lance a esta empresa conozca la gramática, sepa combinar correctamente las palabras y posea una cierta complicidad estética con ellas. Al menos, ésa es mi idea de escritor.

Los lectores, cuando ya tienen el libro entre sus manos, no aprecian los recosidos morfosintácticos que han tenido que hacerse previamente sobre el paño original. Una novela, un ensayo o una obra de teatro, antes de salir a la calle, han pasado generalmente por el filtro del corrector, es decir, de un profesional, en principio, de la gramática y la ortografía, que se ocupa de puntuar el texto con corrección, deshacer torcidas concordancias, aliviar pesos muertos y perfilar horribles siluetas semánticas.

Naturalmente, hay escritores que les dan más trabajo que otros, como también hay correctores que saben corregir mejor que otros, junto a otros a los que a menudo se les escapan las ovejas del rebaño. Y nótese que la repetición de “otros” es intencionada.

Diferente caso es el del estilo. Sobre éste el corrector profesional no puede o no quiere o no debe entrometerse. Y es que el estilo suele ser piedra de toque. En este terreno, por el contrario, recalan a veces los editores y las agencias literarias, que se permiten adentrarse en el inmenso bosque de la escritura. Quizá sea porque en el estilo les va la bolsa. ¡Cuántas novelas de lustre han tenido que pasar antes por este salón de maquillaje!

Ahora que tanto se “lleva” en muchas novelas el estilo “best-sellers internacional” (escueto, sencillo, sobrio, directo, informativo y, por qué no, antiestético, junto a una estructura más o menos simple para arropar el argumento) muchos escritores se ven abocados a menudo –por conveniencia o porque no saben escribir de otra forma- a seguir el trote caminero marcado por la moda. Sobre todo, este estilo acomodaticio impera cuando se desea que la novela se venda como los huevos, o sea, a docenas, para que el negocio haga más prósperos -y feliz año nuevo- a todos.

Nada que objetar… siempre que no hablemos de Literatura.

Si escribir, como decía más arriba, es un acto racional e imaginativo, no cabe dudar de que el escritor ha de estar poseído por estos dos espíritus de la creatividad. El segundo nos hace levantar el vuelo, mientras que el primero nos sujeta con un ancla a la tierra.

Este anclaje, sin embargo, no significa sumisión, pues el navío, bien dirigido por su timonel, puede surcar las aguas más espesas o ligeras y los horizontes más brillantes o los más oscuros. Hablando llanamente: el escritor que escribe sabe lo que escribe. Y pido perdón por lo de “llanamente”, pero es que también me gustan los juegos de palabras.

keyboard-tecladoDesde luego hay muchos escritores descuidados. Por eso, cuando el lector, cómodamente tumbado en la cama o en el sofá, en zapatillas de andar por casa, o en zapatos hartos de pisar los vagones del metro, tiene esa novela de última generación entre sus manos debe pensar que quizá lo que está leyendo ha sido, antes de ser lo que es, otro ser de diferente naturaleza. Y lo digo no para devaluar a ningún escritor, sino para que el lector sepa que no todos los que escriben, escriben como está escrito, o sea, lo que los ojos lectores leen cuando leen.

Sé que con estos juegos verbales puedo molestar o provocar desagrado estético en aquellos que me leen ahora en la pantalla o en la hoja impresa, pero ruego que tengáis paciencia conmigo y que me permitáis en mi propia Página estas expansiones verbales que en otros medios no me concedo con tanta liberalidad. Al fin y al cabo, soy el editor de la misma.

Decía Isabel Sinovas, con sus irónicos y hermosos ojos verdes de toda la vida, en el artículo del número anterior de esta Sección, que “la falta ortográfica, como la tipográfica, es agradable y necesaria. ¡Cómo no! Que nos lo digan a los humildes correctores que comemos de ella. Hemos aprendido a quererla, y la mimamos y agasajamos como se merece”.

Y no le falta razón, porque para ella que haya escritores descuidados es la garantía de que podrá seguir “disfrutando” al corregir originales. De este modo, casi a diario, levantará un nuevo pedestal a la palabra bien escrita, al anacoluto enmendado, a la concordancia bien establecida, al sinónimo bien usado, al divorcio del sujeto y el verbo que han decidido eliminar el vínculo –la coma- que había entre ellos, a la uve que se equivocó de bando y a la hache que, como no “ablaba”, alguien se olvidó de tenerla en cuenta.

¡Bendita gramática! ¡Cuántas bromas gastas a los escribientes! ¡Y cuántas carcajadas arrancas a los correctores!

Y como nadie se libra de la viga en el ojo propio, veamos ahora: ¿quién descubre lo que me ha corregido mi correctora en este artículo?

Ironías de este mundo de escritores.

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