LA CONQUISTA DE VALENCIA POR EL CID

Pedro Centeno Belver

El influjo de Walter Scott en la primera novela histórica española es, ya lo hemos comentado en otras ocasiones, uno de los pilares en los que se asienta el género cuando apunta sus primeros destellos. Volvemos a detenernos en la primera mitad del siglo XIX, en esos años en los que comienza a emerger entre el titubeo de la novela folletinesca, pseudo-sentimental, los orígenes del romanticismo y la desaparición de algunas de las características ilustradas -los fines educativos antepuestos a la narración, por ejemplo-, para ver una novela que, si bien no es una auténtica obra de arte, constituye una buena “pieza de museo” en la que podemos encontrar algunas de las características que más adelante consolidarán el trasunto histórico como eje de un tipo de novela.

En efecto, Estanislao de Cosca, estudioso además de novelista, escribe La conquista de Valencia por el Cid cumpliendo casi todos los estereotipos que, en mayor o menor medida, atribuimos al Romanticismo. El interés por los tiempos medievales, como época de oscuridad y de hechos maravillosos se refuerza con el sentimiento nacionalista que emana de la figura del Cid. Además, la influencia de Scott y Cervantes (muy nítida) desembocan en un tratamiento histórico de la leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar en un tono muy diferente al que pudiéramos esperar si pensamos en el Cantar de Mío Cid.

De Cosca presenta al Cid como un auténtico caballero andante (no en vano algunos de los sucesos extraños son tratados como hechos insólitos desde que se fundara la orden de caballería). Es más, la primera aparición de Rodrigo en la novela se da junto a su escudero, su Sancho particular que, timorato y servicial, es tan ridículo como buen vasallo.

La trama de la novela gira en torno al rapto de Jimena, amada esposa del Cid, pero, sobre todo, madre de sus hijas, una de las cuales es pretendida por el malvado moro que las tiene raptadas. En esta trama, el engaño de la doncella es parte común de esta novela y las antiguas de caballerías, como en tantos otros momentos nos venimos a encontrar con tópicos comunes de las antiguas caballerías, no sin un toque de humor, muy cervantino, pero también lejos de la calidad del alcalaíno.

El estilo de la novela es bastante ampuloso y no es infrecuente ver empezar capítulos con solemnes alabanzas o descripciones floridas en una, a veces, exagerada “pirotecnia verbal”, como dijera Cayetano Rosell. Sin embargo, la trama no decae y mantiene una tensión coherente entre los hechos y la actitud de los personajes que, lejos de lo que pudiéramos pensar por el título, no se limitan al Cid y a su familia. En efecto, pues nuestro Rodrigo ya está felizmente casado y es un padre que “no tiene tampoco segundo”, las aventuras amorosas se deben a las hijas y, como debe ser, los caballeros que las pretenden son los más elevados y afamados.

La estructura psicológica es sencilla y se guía por los patrones típicos de la novela de caballerías. Por ello, tenemos un Cid cargado de virtudes y un Abenxafa que es pasión, violencia y fuerza, aunque tiene miedo y, ¡cómo no!, es engañado por Elvira, hija del Cid. Jimena, en cambio, no duda en reprender las intenciones de su hija en defensa del honor, por poner un ejemplo (aunque luego accederá) porque el código de honor que rige las aventuras de esta novela es la caballería.

En consecuencia, el rigor histórico de la obra no es precisamente el que hemos podido localizar en otras. Está más próximo a las aventuras artúricas que a la realidad, a caballo (en qué si no) entre éstas y las novelas de Scott.

Por ello, podemos decir que puede ser una pieza interesante para adentrarnos en el origen de la novela española, que llevamos presentando desde hace algunos números. Vaya por delante que no es una obra digna de culto, pero sí una más que aceptable novela con una presentación diferente de la leyenda del Cid que, aunque no sea muy precisa, no deja de ser interesante. Así pues, animamos a su lectura, posible desde la Biblioteca Cervantes Virtual y a adentrarse en una aventura… un tanto extraña para un personaje tan nuestro.

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