BREVE SOBRE LA LEYENDA NEGRA
Julián Moral
Divulgador de Historia
El padre Bartolomé de las Casas está indisolublemente ligado a la Leyenda Negra, asociada al descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo por los españoles. La beligerancia y denuncia de Las Casas en sus memoriales, requerimientos y libros impresos, su implacable y trágico alegato contra los abusos de la colonización se terminaron convirtiendo o dando pie a un proceso difamatorio del conjunto de la colonización española en tierras americanas. La Brevísima relación de la destrucción de las Indias, editada en 1542, abunda en detalles de abusos sobre los indígenas y se convirtió en una denuncia que lastró, de forma considerable, la visión de la empresa colonizadora.
Dice Las Casas en la Brevísima que la perdición de estas tierras y gentes comenzó y se agudizó tras la muerte de Isabel la Católica (1504) y que gran parte de las atrocidades cometidas se las ocultaron. Las cláusulas del testamento de la reina en relación a la colonización del Nuevo Mundo muestran su preocupación por el trato que se dispensaba a los indígenas.
Los dominicos de La Española (actual Haití) fueron los primeros en denunciar los abusos de la colonización. Las Casas, franciscano en principio, se hizo luego dominico muy influido por esta Orden, sobre todo tras el sermón-soflama de Fray Antonio de Montesinos en Santo Domingo en 1511. Las Casas, con treinta años, a doce de su llegada a las tierras descubiertas, comienza su reacción contra los abusos y atrocidades que se venían produciendo en las islas, primero, y en toda la tierra firme sudamericana después.
Se le supone a Las Casas ascendencia de cristianos nuevos, seguramente con intención y ánimos de desprestigio por sus detractores. También se supone que el sermón de Antonio de Montesinos y la reflexión sobre los versículos 25-27 del capítulo XXXIV del Eclesiastés,hicieron tomar conciencia al clérigo encomendero (pues eso era en un principio Las Casas) que, como un nuevo Saulo de Tarso, inició su cruzada de denuncias y remedios en diferentes memoriales elevados a las más altas instancias. Denuncias y remedios se conjugaban, principalmente, en la supresión de las Encomiendas y en la incorporación a la Corona de los indígenas como súbditos y vasallos libres.
Las Encomiendas eran un mecanismo de entrega al colono de una cantidad de indígenas para beneficiarse de sus prestaciones en trabajo o tributos, con la contrapartida para el encomendero de defender el territorio, proteger a los nativos, evangelizarlos, etc. En la práctica, la Encomienda se convirtió en un verdadero mecanismo de vasallaje medieval de abuso y explotación, en una mezcla de paternalismo y crueldad que se escapaba del control de los centros de decisión de la Corona.
La monarquía absolutista, que no veía con buenos ojos el sistema neofeudal de las Encomiendas, apoyada en las denuncias de Las Casas y demás religiosos y protectores de los indígenas, trata de abolirlas o, al menos, debilitarlas gradualmente. Pero las Leyes Nuevas (1542-44) no llegaron a funcionar por la oposición contumaz de los encomenderos. De cualquier forma, estas Leyes trataban de poner coto a los desmanes y abusos de conquistadores y colonizadores, lo que, en cierta medida, excusaba a la Corona, pero no la exoneraba de la responsabilidad de la falta de control y autoridad en las tierras descubiertas.
Entre los llamados «remedios» que Las Casas proponía, hubo un experimento (Sistema de Reducciones) que negoció con la Corona. Consistía en la concesión de un territorio al objeto de poner en ejecución una colonización en la que predominasen los principios éticos y morales en el trato con los indígenas. Un experimento dirigido por franciscanos y dominicos, sin soldados y apoyado por caballeros escogidos que formarían la Orden de la Espuela Dorada. Carlos V otorgó a Las Casas la concesión en Paria, pero, desafortunadamente, ésta y otras formas de comunas religiosas no tuvieron los resultados esperados.
Defensor de los indígenas, propagandista polémico y cortesano persuasivo son algunos de los apelativos que los estudiosos de su obra adjudican a Las Casas, para el que, en general, la colonización sería justa siempre que fuera pacífica y subordinada a la evangelización. No obstante, se podría asegurar que los escritos de Las Casas tienen un contenido explícitamente acusador con un cierto (o cuando menos aparente) maniqueísmo: indígenas buenos/españoles malos, contraponiendo siempre la inocencia de los nativos con la crueldad de sus verdugos. De esta visión surge el mito del buen salvaje y nace, a su vez –de la mano de los dominicos principalmente y también de la Corona–, el primer indigenismo hispano.
Por otro lado, era también evidente que las denuncias de Las Casas ponían el honor y la actitud cristiana y ética de conquistadores y colonos en una posición poco honrosa. Por ello es interesante señalar algunos escritos que contradicen, en parte, las acusaciones de Las Casas, como, por ejemplo, la obra del capitán Vargas Machuca (Apologías y discursos) de finales del siglo XVI, cuestionando la visión maniquea de indios y españoles. Por su lado, Bernal Díaz del Castillo (cronista de Hernán Cortés) desmiente a Las Casas sobre la matanza de Cholula, que, según el fraile, fue una matanza innecesaria. Al respecto dice el cronista que no opina con fundamento «quien no lo vio ni lo sabe». Esto es, que Las Casas denunciaba unos hechos de los que desconocía la situación, las causas y el proceso que los había desencadenado, si bien otro cronista, Bernardino de Sahagún, parece concordar con Las Casas.
Aunque desde la perspectiva mental y cultural española y europea del momento, y reconociendo los a veces bárbaros comportamientos, parece evidente que las informaciones y reflexiones de cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo, Pedro Mártir de Anglería y el mentado Díaz del Castillo tienen un sesgo más equilibrado en sus relatos, alejándose un tanto de la visión idealizada de los indígenas a la vista de sus actitudes, costumbres, vicios, etc.
También se dan críticas posteriores contra el alegato de Las Casas: Saavedra Fajardo en sus Empresas políticas de 1640, y las más modernas de Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal entre otros; este último habla de doble personalidad de Las Casas.
Tomando equidistancia de la Leyenda Negra con ojos y sensibilidad actuales, no se pueden justificar moralmente los abusos y atropellos sobre los indígenas, ni la idea de evangelización como coartada para justificar el sometimiento, ni como perverso atenuante de los actos vandálicos. Pero sí parece conveniente analizar, ya sea someramente, algunos aspectos que pudieron determinar la evolución y el desarrollo del proceso colonizador.
I) Desde la perspectiva legal, la colonización se apoyaba jurídicamente en la concesión otorgada a los Reyes Católicos de las tierras descubiertas por varias bulas papales. Desde el punto de vista ideológico, y dada la extensa legislación protectora relacionada con la colonización, no pocos historiadores señalan al Imperio español (para los paradigmas morales y jurídicos del momento) como justo y civilizador. No es insignificante en este sentido que, con el paso del tiempo, la Corona deseche los términos conquista y conquistadores sustituyéndolos por descubrimientos y poblaciones. Pero la lejanía de los centros de justicia y decisión y la lentitud de las comunicaciones fueron un factor determinante para alentar la desobediencia de las leyes y directrices del poder Real y el Consejo de Indias. Hay un pasaje de la Brevísima en que Las Casas, refiriéndose a los descubridores dice: «Porque del todo han perdido el temor de Dios y del rey…». Ésta, quizá, sea una de las claves, entre otras, de las actuaciones de conquistadores y colonos: la ambición y la libertad de actuación que les proporcionaba la distancia: una perversa dicotomía entre los buenos deseos de la Corona y la realidad de los hechos y las formas de la colonización.
II) Otro de los aspectos clave del proceso fue la brecha cultural entre descubridores, conquistadores y colonizadores –sobre todo preocupados por las riquezas, el oro y el progreso en la jerarquía social– y las costumbres de los indígenas, vistas por aquellos como licenciosas, sobre todo cuando tomaron certeza de la práctica de la antropofagia, los sacrificios humanos rituales, la promiscuidad sexual y las guerras de exterminio entre tribus. Las alianzas de éstas con los españoles para luchar contra otras tribus rivales encuadraron parte de las acciones de guerra y conquista y proyectaron la visión benévola del indígena amigo y la visión rebelde y violenta de quienes se oponían por las armas a los españoles y sus aliados.
III) Otro aspecto a tener en presente fue la escasa calidad humano-ética de gran parte de los individuos que nutrieron la colonización y a los que sólo les movía la ambición. Bien es verdad, también, que hubo conquistadores, funcionarios, religiosos y colonos con verdadero sentido del honor. Pero, en general, los que pasaban a las tierras descubiertas o por descubrir eran hombres rudos y gentes de guerra con escasa o nula formación humanista.
Hay estudios de autores que señalan que la Corona procuró limitar legalmente el acceso a las Indias a personas consideradas indeseables y de malas costumbres. Pero la realidad se alejó en gran medida de las intenciones de la Corona. Hernán Cortés, en carta a Carlos V dice: «La mayoría de los españoles que han venido aquí son de baja calidad, violentos y viciosos, (…) y si a tales personas se les diera permiso para ir libremente a los pueblos de los indios, convertirían a los indios a sus vicios».
Resumiendo: las peticiones de reformas y remedios y tratados doctrinales político-religiosos; las bien intencionadas Leyes de Indias poco o nada aplicadas en bastantes casos; las dicotomías español malo/indio bueno, español civilizado/indio salvaje; en fin, el legado lascasiano (testimonio o alegato) fueron y son el caldo de cultivo que alimentó y a veces sigue alimentando la llamada Leyenda Negra.