JESÚS: UN ENIGMA HISTÓRICO

José Guadalajara

50297157961c4s189937Abordar en esta sección a un hombre como «Jesús de Nazaret» no deja de ser uno de los estudios más apasionantes. Y un enigma de los más oscuros. Y lo afirmo desde el punto de vista histórico, al que me voy a ceñir en este brevísimo artículo tan solo para rememorar algunos de los principales aspectos que conforman la figura de este judío universal que vivió hace más de dos mil años.

Es evidente que todos creemos saber mucho sobre este hombre, pero la realidad es que distinguimos mejor la imagen que refleja el espejo que la propia fisonomía que éste tiene delante. Esto se debe, como todo el mundo sabe, a una sobrevaloración de su dimensión religiosa en detrimento de su condición humana. Por eso, nada nuevo digo si recuerdo ahora que el conocimiento histórico sobre este personaje se circunscribe prácticamente a unas cuantas referencias antiguas (Flavio Josefo, Plinio, Tácito y Suetonio), a las que hay que unir los datos extraídos de los cuatro Evangelios (Marcos, Mateo, Lucas y Juan). De los primeros se deduce bien poco; de los segundos, marcados por la propaganda y el panegírico, tampoco se deduce demasiado. Da la sensación de que Jesús no debió ser considerado en su época, o en el tiempo inmediatamente posterior a su muerte, alguien importante, ya que no aparece recogido en los escritos de los historiadores como una figura histórica digna siquiera de mencionarse.

En definitiva, lo que hoy sabemos de él, de su realidad existencial, es prácticamente nada. No conocemos su aspecto físico, por más que haya sido uno de los hombres más retratados de la Historia, puesto que toda la iconografía conservada refleja un modelo ideal que nada tiene que ver con el prototipo semítico del judío de hace dos mil años, a pesar de que algunos de los primeros apologetas cristianos lo retrataran como un tipo feo y desgarbado (Ireneo, Clemente, Cirilo…); no conocemos tampoco su auténtico pensamiento y pretensiones, ya que toda la doctrina derivada de los Evangelios, además de sus ambiguedades y evidentes contradicciones -cuando no, errores-, ha de ponerse bajo un enorme paréntesis, pues, como es sabido, la labor de San Pablo transformó la esencia de su mensaje, a la que cabe añadir todos los aditamentos posteriores conformados a lo largo de los siglos.

Todos los datos sobre su persona ofrecen innumerables sombras que la oscurecen. Los creyentes cristianos deben estar de acuerdo en esto y separar su creencia -su fe- para tratar de enfocar la verdadera imagen de Jesús. Creo que nada se puede objetar a que la Historia ha sido muy avara con este judío del siglo I. Hasta tal punto que me pregunto, como lo han hecho otros muchos antes que yo, quién fue en verdad el tal Jesús -Yeshúa en hebreo-, rebautizado después como Cristo -del griego Christos, «ungido».

A pesar de la generalizada convicción de que nació en Belén, se le conoce con el nombre de Jesús de Nazaret. La contradicción en este punto inicial se muestra evidente cuando los propios evangelistas discrepan: Mateo y Lucas dicen que nació en Belén, el pueblecito en el que, según la tradición judía, habría de nacer el futuro Mesías, mientras que Marcos sitúa su nacimiento en Nazaret. Muchísimas sombras de duda se abaten también sobre la virginidad de su madre, una mitología que se encuentra en otras muchas religiones mistéricas. Lo mismo cabe decir acerca de su divinidad y carácter de hijo unigénito, pues son numerosos los datos que avalan que pertenecía a una familia de, al menos, seis hermanos. Por otra parte, situar su nacimiento en el 25 de diciembre no es sino una acomodación a antiguos mitos solares relacionados con el solsticio de invierno y con el culto romano al Sol Invictus. ¿En qué día nació entonces?

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Maqueta del desaparecido templo de Salomón en Jerusalén

Si difícil resulta dar respuesta a aspectos como éste, no menos lo es el acercamiento a su carácter, personalidad y pensamiento. De muy poco nos sirven los textos evangélicos en este sentido que, aunque recojan tradiciones orales y escritos previos, su redacción data de al menos 70 años después de muerto Jesús (así, aproximadamente, ha sido datado el Evangelio de Marcos) en un tiempo en el que ya se imponía la propaganda sobre su persona y sus doctrinas. La lectura de los citados Evangelios, no obstante, nos ofrece una visión apocalíptica sobre la inminencia del Reino de Dios, como si éste fuera algo material de realización terrena. Esta idea, reconvertida por San Pablo, que también concibió a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, adquirirá un carácter espiritual a partir de entonces.

Confuso asimismo resulta el episodio de la Resurrección, recogido en los Evangelios con versiones diferentes. Basta leerse los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) para apercibirse de las contradicciones. Éstas, de darse en un proceso judicial, no serían admitidas como pruebas. Así, por ejemplo, en Marcos son tres los testigos que acuden al sepulcro y se lo encuentran vacío, mientras que en Mateo son sólo dos (María Magdalena y «la otra María»). Este último refiere que un ángel está sentado sobre la piedra que cierra el sepulcro, mientras que Marcos advierte que se lo encuentran dentro. Por su parte, en Lucas, son dos ángeles los que se aparecen a un grupo de mujeres para comunicarles que Jesús ha resucitado.

Sinceramente, creo que Jesús, un judío que nació en tiempos de Herodes el Grande (muerto en el 4 a. C.) es aún -y por muchos siglos- un enigma pendiente.

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