MENSAJEROS SILENCIOSOS: EL LENGUAJE DE LAS PIEDRAS

Candela Arevalillo

Al contemplar una pieza de tan considerable magnitud como es el Gran Menhir de Locmariaquer –Bretaña-, espectacular monolito tallado en granito por el hombre hace 4.500 años, de 20 metros de largo y 280 toneladas, es inevitable pronunciar: ¿Por qué, para qué, cómo? Ante la falta de respuestas, este bloque inerte, con un importante protagonismo en tiempos lejanos, se convierte en otro enigma más que la Historia parece archivar en sus anales.

Si el silencio hablara, las piedras resucitarían de su letargo onírico. Si el silencio hablara, este legendario rey destronado de casi 300 toneladas nos sorprendería aún más cuando nos contara que no fue arrastrado desde su lugar de origen sobre rodillos de madera y cuerdas, como ingenuamente se nos hizo creer hace tiempo. Sabemos, por ejemplo, gracias a la reciente investigación realizada por el Dr. Richard Bevins y su equipo del Museo Nacional de Gales, que las piedras del famoso monumento megalítico de Stonehenge fueron transportadas desde una colina ubicada en Pembrokeshire, actual territorio galés, hasta Stonehenge; es decir, tuvieron que recorrer 241,4 kilómetros. Entonces nos preguntamos: ¿Quiénes pudieron ser capaces de hacer bailar a tan gigantescas piedras? ¿Nos veremos obligados a reinventar la historia?

La curiosidad innata nos impulsa a buscar incesantemente caminos para acceder al lenguaje silencioso de estas desmesuradas piedras manufacturadas por el hombre, talladas y transportadas en una sola pieza. Lo mismo nos sucede cuando observamos los extraordinarios y enigmáticos alineamientos de miles de menhires dispuestos en hilera, en la comarca de Carnac, en el noroeste de Francia, haciéndonos sentir frustración e impotencia por la imposibilidad de descifrar estos jeroglíficos pétreos.

Sin embargo, existe una pequeña fisura por la que podríamos aproximarnos a su sentir.

La cultura del hombre de hace 6.000 o 5.000 años difiere notablemente de la actual, pero hay un punto en común indiscutible: la existencia humana se produce, conserva y se propaga a través del símbolo. El simbolismo se ha llegado a definir como el arte de pensar y sentir en imágenes, convirtiéndose éstas en metáforas capaces de contarnos muchas cosas. La imagen, el lenguaje no verbal, es el medio de expresión más primitivo que existe. Por este motivo, como ya he mencionado en otras ocasiones, dentro de la historia de la humanidad, la difusión ideológica mediante imágenes fue y es de gran importancia, convirtiéndose en un imprescindible instrumento de comunicación. De aquí procede el dicho: Una imagen vale más que mil palabras, porque éstas van directas al inconsciente y son asimiladas de una forma instantánea sin que intervenga un lento y complejo proceso intelectual de comprensión, como sucede en el lenguaje oral o escrito.

Partiendo de esta premisa, nos atrevemos a aventurarnos y a caminar de puntillas por esta fina fisura. Para ello, habría que ser capaces de descartar los condicionamientos y prejuicios creados por la lógica y la razón de nuestra mente actual, para sentir y percibir el mensaje que aún conservan estas gigantescas piedras milenarias mediante la escucha atenta de ese lenguaje instintivo e inconsciente que ambas culturas poseen en común, y que aún palpita profundamente grabado en nuestras raíces más ancestrales. Un lenguaje que, a pesar del transcurrir de los años, su grafía y significado apenas han sufrido modificaciones.

Es evidente que el ser humano se expresa a través de la palabra oral o escrita, a través de gestos, actos, creación puramente funcional o artística… En definitiva, todo lo que toca lo transforma, dejando su huella, una huella que se convierte en mensaje, de manera consciente o inconsciente, para futuras generaciones. De igual forma, estos colosales bloques de piedra dócilmente se pusieron al servicio de la mente, los deseos y la habilidad del ser humano para que éste cincelara una idea, un sentimiento, un objetivo, un mensaje para el resto de los tiempos.

En el artículo que dedico a la simbología de los Castillos y las Torres del Homenaje, dentro de la sección Enigmas históricos de esta web del escritor José Guadalajara, ya dejábamos constancia de cómo la autoridad y el poder jerárquico se expresan mediante dos rasgos morfológicos principalmente: el tamaño y la altura. Ambas condiciones se cumplen en este caso, mostrando la existencia de una sociedad jerarquizada. Su majestuosa verticalidad y volumen evocan en nosotros una grandiosidad propia de un rey que impone y establece su fuerza y autoridad, aunque en el caso del gran monolito de Locmariaquer solo perdurara su reinado unos escasos 200 años, ya que, sospechosamente, o al menos de forma extraña, cayó desplomado quedando fracturado en cuatro partes. ¿Fue casual o intencionado este humillante derrocamiento? Algo similar ocurre cuando se desmochan las almenas de un castillo: símbolo de derrota.

Por otro lado, su naturaleza pétrea, sólida e imperturbable, evoca la inmortalidad de tan ilustre personaje capaz de estar a la altura de los dioses en un intento de unir tierra y cielo: dos mundos poderosos que quedan conectados a través de este simbólico nexo granítico. Algunos ven símbolos de fertilidad; otros, referencias astronómicas o monumentos asociados al culto del agua, del sol o de la luna. Lo más probable es que esta cultura ancestral, intensamente naturalizada, tuviera desarrollada una estrecha conexión con la Madre Tierra a través de una percepción inusual para nosotros, muy ligada a la magia del inconsciente.

Os remitimos a los artículos “PIEDRAS CON PERFUME HUMANO”, y “CASTILLOS: un lenguaje desvelado”, dentro de la sección Enigmas históricos de la Página Web de José Guadalajara.

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