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CANTABRIA. VALDEOLEA (III)

Luis Moratilla

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Amaneció el tercer día, el del regreso, aunque en este caso no fue un regreso cualquiera, sino un recorrido por el cercano románico de Valderredible. El trayecto lo hicimos en un día, pero mi consejo es que le dediquéis dos o tres, y es que fue mucho lo que vimos, pero demasiado deprisa, y más lo que nos faltó por ver, y que deberíamos haber visto muy despacio.

Y aunque la vuelta se inició por la flamante autovía que une Reinosa con Aguilar de Campoo, el trayecto que os voy a contar comienza a partir del momento en que abandonamos dicha autovía, a la altura de Quintanilla de las Torres, para adentrarnos en el valle.

Y aunque el día era lluvioso, de esos que te calan hasta el alma, pudimos disfrutar de estos parajes y, con malabarismos dignos de acróbatas circenses, incluso realizar fotos: con una mano sujetábamos el paraguas y con las otras dos la cámara fotográfica, y es que, por más que intento imaginarlo, estoy seguro que usamos tres manos para todo esto, las dos nuestras y la de alguien del cielo, que entre las nubes se escapó para ayudarnos.

De las incontables paradas que realizamos, la primera fue en Cezura, en su iglesia de Santiago, visible desde la carretera, de la que destaca su interesante colección de canecillos. Luego llegó San Andrés y su iglesia de bellos capiteles vegetales, de curiosos canecillos y de espadaña con tres troneras.

La siguiente, más larga, fue Santa María de Valverde, donde se encuentra el centro de interpretación del arte rupestre, ubicado en la iglesia rupestre más monumental y llamativa de la zona. Fue excavada en una peña arenisca, y sobre ella se dispone una espadaña de atribución románica, en cuya fachada se observan huellas de un posible porche de madera. De su pila bautismal apenas quedan restos de su decoración original, aunque lo que más me gusta cuando penetro en estos recintos es la atmósfera que los rodea, el imaginar a los primitivos cristianos sobre esas piedras, escuchando al orador de turno hablar de monstruos y demonios, de maravillas y grandes desgracias, del cielo y del infierno.  En el exterior se halla un área sepulcral, elemento muy característico de los eremitorios altomedievales, con tumbas antropomorfas excavadas en la roca.

Antes que su interior, pudimos visualizar un muy cuidado espectáculo multimedia que nos describió cómo vivían aquellos antiguos cristianos.

Siguió Castrillo y su iglesia de Santa Leocadia,  situada en lo más alto del pueblo, sobre una loma, Su románico es sencillo, de  una sola nave y ábside semicircular, y cuenta con una gran visión del valle.

Tras  atravesar Lastrilla y Susilla, os aconsejo olvidaros durante unas horas de tanta ermita, de tanto arte románico y rupestre y dejaros envolver por la naturaleza. Y es que junto a estas localidades se inicia un desvío que lleva a la villa de Revelillas, de donde parte una senda que se adentra en un bosque, primero de robles y luego de hayas, dominantes según se gana altura hasta ser casi la única especie de la zona. Desgraciadamente no teníamos tiempo para realizar tan sugerente ruta.

De vuelta a la carretera principal, Bascones de Ebro, Puente del Valle, Campo de Ebro, Sobrepeña, y Polientes, capital de la zona y lugar donde aprovechamos para tomarnos el aperitivo, acodados en la  repleta barra de un bar de la localidad. A continuación Arenillas de Ebro, cuya iglesia es del siglo XIII y, por tanto, románico tardío. Está labrada en piedra arenisca y situada a la entrada del pueblo, posee espadaña y ábside cuadrangular. Luego Ruerrero, Cadalso y su pequeña ermita rupestre, totalmente restaurada y situada en un lateral de la carretera, formada por una sola nave rectangular de 2,5 metros de altura.

Y por fin, la gran obra de arte de la zona, la iglesia de San Martín de Elines. Pero hablemos despacio de ella. Es la joya arquitectónica de la zona y nos fue mostrada por su amable párroco, que nos recibió junto al jardín o claustro del antiguo monasterio, y nos contó que se levanta sobre los restos de una iglesia mozárabe del siglo X, que fue construida a principios del siglo XII, y nos mostró su ábside semicircular, los canecillos que la rodean, los capiteles del crucero, que representan escenas bíblicas como la Degollación de los Inocentes, la Adoración de los Magos o a Sansón peleando con las bestias, así como los escasos restos de sus pinturas murales.

Os podéis informar de sus horarios en el teléfono 942840317. El párroco también nos sugirió que no abandonáramos la zona sin visitar la ermita rupestre de Arroyuelos, una curiosa cueva del siglo IX con dos plantas, la segunda una especie de coro elevado y cuya puerta es un arco de medio punto que da entrada a una sala cuadrangular de 50 metros cuadrados. Conseguimos las llaves en una casita cercana a la ermita y la disfrutamos en una gozosa soledad, solo rota por las aves que revoloteaban por la zona y las gotas de esa lluvia que no nos quiso abandonar en todo el día  En su exterior hay una necrópolis de tumbas excavadas en la roca.

La comida fue en Orbaneja del Castillo, uno de los pueblos más bonitos que he visto en mi vida, tanto que allí convivieron durante siglos cristianos, mozárabes y judíos. Sorprendente la llegada, con el pueblo colgando desde las alturas, anunciado desde lejos por el sonido atronador de una inmensa cascada que brota allí mismo, en la Cueva del Agua, y que divide al pueblo en dos partes: Villa y Puebla, y que sirvió para mover las piedras de varios molinos harineros que se construyeron junto a ella y de los que aún se conservan restos. Tras una caída de unos 20 metros, la cascada vierte sus aguas a una poza cristalina y espumosa junto a la carretera. Recorrer el pueblo, junto a sus casas de aspecto montañés, con solanas de madera y balcones suspendidos en el vacío, aumentó nuestro apetito, y es que sus calles son cuestas a cual más empinada. El final del paseo y de esta última parte de mi crónica tuvo como protagonista un coqueto restaurante, con sus apetitosas viandas e inmejorables vistas, a la omnipresente cascada y a las ruinas de alguno de los molinos de los que antes os hablaba.

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