BOMARZO

Pedro Centeno Belver

Bomarzo es una pequeña ciudad del Lacio italiano cuya visita permanece en el recuerdo de innumerables lectores. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, ésta se convierte en una visita histórica, más allá de un recorrido por el inmenso jardín que lo convierte (solo en 1958 por primera vez) en centro de atención turística; Bomarzo, en este sentido, trasciende, como también la Comala de Juan Rulfo, a su propia realidad y no sería de extrañar que muchos de sus lectores piensen en esta población como un Macondo más que ha proporcionado la literatura, en Pier Francesco Orsini como un Rey Arturo (personaje histórico deformado por la ficción literaria) y en las diversas historias narradas en la novela como una mezcla de algunos hechos históricos reales y otros producto de la imaginación del autor bonaerense.

En efecto, hablamos de una novela histórica que, como la estudiada por José Guadalajara en la anterior edición de esta Página, se trata de una recreación histórica. Nos encontramos con hitos reales del calado de la coronación de Carlos V (Carlos I de España) o la Batalla de Lepanto, que aderezan de realismo una biografía verosímil de cuya certeza no podemos afirmar casi nada. Realmente, como veremos, tampoco es necesario.

Bomarzo –la novela- comienza con el relato del horóscopo que Sandro Benedetto realiza a Pier Francesco Orsini (Vicino Orsini), del que afirmará que es inmortal; este hecho, sin duda, marca el carácter de nuestro protagonista que, junto a sus habituales complejos, determinan cada una de sus acciones. La contrahecha, débil, jorobada y coja celebridad llega, por azar y sin escrúpulos, a convertirse en duque de Bomarzo, lo que dará al escritor una base idónea para crear un complejo personaje, preñado de complejos y reticencias, pasional, caprichoso; resumiendo, en fin, un hombre de su época.

Pero bien podríamos decir que, de no estar muerto, Pier Francesco Orsini nunca habría escrito sus memorias. El tratamiento del tiempo en la novela es ciertamente peculiar: la “autobiografía” se construye desde el siglo XX, si bien la historia propiamente dicha transcurre en el tiempo de vida del Duque de Bomarzo, lo que permite al escritor jugar con motivos y personajes muy posteriores; así, Hitler, Tolousse Lautrec, Freud, autómatas o las Grandes Guerras son motivos frecuentes en esta obra. Podemos decir con certeza que el recurso se emplea para darle mayor colorido a la imagen que recrea el autor, de modo que la intención de realismo se ve apoyada, además, por elementos añadidos que permiten fijar en el lector-destinatario el motivo que pretende mostrar.

Bomarzo está construida de manera compacta –es extraordinaria la manera en la que se juega con los elementos del pasado histórico del personaje en todo momento, como a continuación expondremos-, la historia es lineal, con apenas incisos que avanzan o se retrotraen al hilo argumental. Si éstos se producen son, en su mayor parte, para rememorar una sensación previamente descrita y que se evoca en la presente, lo que da una idea de que toda la acción está acabada y que, por tanto, el duque nos habla desde un tiempo posterior, con espacio suficiente para madurar cada hito de su vida.

Pero lo cierto es que el Duque de Bomarzo que aparece en nuestra novela dista mucho del Duque que vivió en realidad en el Renacimiento. Mújica Láinez, cuando estudió un reportaje fotográfico sobre los jardines de Bomarzo en un diario argentino, se propuso narrar la vida de Pier Francesco Orsini y, como consecuencia de ello, nació este personaje confuso, misterioso, tétrico tal vez, orgulloso de su pasado “osuno” (Orsini indica “linaje de los Osos”) y aristocrático. Sin embargo, el escritor bonaerense se convierte en el propio personaje (como más adelante testimoniará en entrevistas) y revive todas las experiencias desde su propia conciencia.

Y aquí entramos en el apartado más complejo. Se ha dicho que el lenguaje de la novela, el narrativo –apenas aparecen algunas conversaciones esporádicas-, se ajusta al propio de la producción literaria de la época (siglo XVI), afirmación que dista mucho de la realidad. El vocabulario en Bomarzo es muy rico y deliciosamentesubir imagenes escogido, si bien el lenguaje empleado es descriptivo, de amplios períodos sintácticos y, en ocasiones, excesivamente ornamental. Ello es consecuencia, precisamente, de que el narrador nos cuenta la historia desde nuestro siglo, pero si a algo no se parece el lenguaje de Bomarzo es a la prosa de Erasmo, Moro o Valdés; dicha afirmación se torna más absurda aún si observamos la práctica nulidad de latinismos o la escasez de expresiones en italiano en favor de eventuales galicismos (tan del gusto en ese momento –Cortázar, por ejemplo, tan dado a ellos, propuso una publicación conjunta de Ramarzo o Boyuela-). Esto, evidentemente no resta valor a la obra, antes bien, se ajusta a los cánones propios de la época de Mújica, y no deja de acompañar a esa ambivalencia temporal con la que siempre juega el bonaerense (es digno de citar un relato del mismo autor en el que narra una anécdota de los Borgia jugando con el tiempo de lo sucedido –época real- con el de lo representado –todo resulta ser un ensayo teatral-).

Pero si vamos más allá, encontramos que atribuir valores innecesarios a Bomarzo resta otros méritos a la novela. En efecto, como decimos, el autor es quien se torna protagonista –como muchas otras veces sucede-, lo que permite dotar de ciertos matices que de otra forma no podrían haber sido puestos en juego, como puede ser el factor psicológico. La tradición literaria occidental nos muestra desde la Antigüedad muchos ejemplos en los que el personaje evoluciona desde la nada hasta alcanzar la celebridad. Un ejemplo delicioso lo constituye la anónima Vida de Esopo, recreación de la biografía del famoso fabulista, con similares defectos físicos a los del Duque de Bomarzo y que evoluciona por su brillantez –verbal en este caso- hasta hallar su libertad. En España nuestro Lazarillo nos ofrece argucias más del estilo de las que lleva a cabo nuestro Orsini –si bien éste se valdrá también de artificios mágicos-; sin embargo, la profundidad psicológica del personaje principal de cada una de las novelas tiene un tratamiento muy diferente: la primera de ellas no pasa de ser un libro que da a conocer anécdotas y curiosidades del autor destacando su inteligencia; Lazarillo de Tormes es un magnífico panorama social de la época; pero en Bomarzo podríamos extraer un perfil psicológico completo de Pier Francesco. La actitud frente a los complejos que asolan al personaje es muy actual -o muy psicoanalítica, según se mire-, por no hablar de la presencia maternal de la abuela que, ligada a la mención de Freud en algunos pasajes, nos da idea de cuál es el enfoque psicológico del célebre Orsini.

Los amores tampoco escasean, desde el más platónico en su primer amor (en esa época escribiría su De amore Marsilio Ficino) hasta el deshonesto (Lucrecio también está presente en el pensador mantuano), acentuando, si cabe más, los temores (debidos a su contrahecha figura) del protagonista. Efectivamente, este tipo de sentimientos, como el celo a sus bienes o la dignidad, son constituyentes del cortesano de la época (no en vano alude en ocasiones a la magnífica obra de Castiglione), por lo que se trenzan constantemente para la coherente configuración de la personalidad de Vicino (hemos de recordar que Mújica Láinez la asume como propia).

Así, hablamos de Bomarzo como una novela moderna, con todo lo que ello implica (y en absoluto es malo, por lo que no es necesario atribuir cualidades impropias solo por el afán de magnificar aún más la novela), con once amplios capítulos y lances de todo tipo. Entre ellos, es curioso el guiño que hace el autor al Quijote, obsesionando al jorobado duque con la obra de Ariosto –Orlando el Furioso- (todo en la novela está hilado a la perfección, de modo que tampoco se hace casual el encuentro con Miguel de Cervantes) en esta recreación histórica.

Sólo nos queda invitar al lector a viajar o redescubrir esta maravillosa novela, dejándose intimidar por el tétrico jardín, las argucias de nuestro duque, las confabulaciones que él mismo cree observar y las que realmente le acechan, sus amores, temores, obsesiones, placeres y, en fin, la vida renacentista que un día quiso vivir Mújica Láinez para que todos pudiéramos sentirla.

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