L@S CIUDADAN@S

Gonzalo J. Sánchez Jiménez

Los que de pueblo somos, a mucha honra, y ya canas peinamos, tuvimos la ocasión de toparnos con algunos usos lingüísticos que ahora están fuera de circulación y que, incluso entonces, ya no eran muy frecuentes.  Como la fruta, eran de temporada. Cuando las lluvias otoñales abrían la puerta a los días de sol y hielo; cuando cualquier amanecer nos sobresaltaban unos agónicos estertores (los gruñidos del cerdo del vecino), se iniciaba, para San Martín, la época de las matanzas con todos sus rituales. Dentro del protocolo figuraba detallar el peso del chancho a familiares, arrimados y viandantes, es decir, a todo el pueblo. Comenzábamos a escuchar la palabra «arroba», que curiosamente no volveríamos a oír el resto  del año, pero en la matanza no hablar de arrobas era como no socarrar al cebón. La arroba de aquel tiempo era palabra-talismán, ¡a ver si se nos iba a estropear el jamón o a empapelar la longaniza…!

El tiempo ha cambiado, ya no llueve cuando antes, no hiela cuando antes, y los marranos no se matan cuando ni donde antes. Ahora, paradójicamente, todos los vecinos conocemos la palabra arroba y la empleamos todo el año, pero no en su sentido original. Mejor dicho, utilizamos su símbolo. ¿Y sabemos el auténtico significado del simbolito? La arroba, procedente del árabe, era una unidad de medida para volúmenes (arroba de vino, de aceite…) y para masas, equivalente en este caso a once kilos y medio; si bien, como otras medidas, podía fluctuar de unas zonas geográficas a otras. La realidad es que, lógicamente, desapareció el concepto de arroba junto con todas las unidades de medida antiguas debido al establecimiento del sistema métrico decimal, aunque se siguiesen usando esporádicamente en determinados ambientes y contextos.

Se aparcó la palabra, pero no el símbolo; aquella espiral ya no servía para nada. No obstante, quedó en el teclado de los ordenadores porque se asumió el de las máquinas de escribir y de algunos teletipos por economía de producción; no era rentable eliminarlo. Lo que le vino de perlas a la red para unificar criterios en el funcionamiento del correo electrónico. Diversas compañías habían pasado por procedimientos como escribir «::» o «at» delante del servidor de correo. Finalmente, en los años 80, se universalizó el protocolo «@».

Alguien, al ver el signo tan redondito, lo vio como una «o»; al fijar más la atención, descubrió una «a» dibujada dentro de la espiral. Pues ya está: vale para las dos, y comenzó a utilizarse como lo que no es: signo ortográfico. La primera vez que vi esta expresión, o una similar, me quedé paralizado unos segundos. ¡Ahí va! ¿Cómo se lee esto? Hasta que caí en la cuenta: «Larrobas ciudadanarrobas». Pues no me suena… Créanme que me costó un poco interpretar el invento.

La arroba «@» no representa ni a la «o» ni a la «a» -aparte, maldita ignorancia, que ni la «-a» ni la «-o» finales representan en todos los casos al femenino y al masculino, respectivamente-.  Aquí no vale lo de la economía del lenguaje. Si alguien dice que es para economizar, miente; que se ven sus intenciones de que la burra vuelva al trigo. Si el título hubiese sido «Los contribuyentes», ¿habría escrito alguien «L@s contribuyent@s»? No, como mucho «L@s contribuyentes», porque oiremos las «contribuyentas» en boca de los fanáticos del ridículo, pero nadie va a decir los «contribuyentos», aunque tenga el mismo derecho reivindicativo -será, tal vez, por tener sentido del ridículo-. De nuevo se está utilizando el absurdo y machista registro de «ciudadanos y ciudadanas». Repito: absurdo porque seguimos con la tontería de que todo lo que acaba en «-o» y solo lo terminado en «-o» es masculino, y lo mismo, terminado en «-a», para el femenino; machista, porque se sigue relegando el femenino al último lugar. La intención de este carácter (@) es utilizar de modo gráfico esa inútil y horrorosa doble fórmula. Otra vez a vueltas con el género.

Aún hay más. No me digan que no es incómodo sacar los terceros símbolos de la segunda fila del teclado. Cierto que este sistema implica una sola grafía frente al procedimiento «-os/-as»; pero en tiempo empleado yo diría que hay poca diferencia. Vamos, ¿que no se nos ocurre pensar en otro signo sencillo y rápido que valga para ambos géneros simultáneamente? ¿Algo así como una «-o»?

También habría que evaluar otros aspectos, hasta los estéticos. Les presento un texto seguido a continuación de su correspondiente deformación con «@». ¿Me dejan que diga un texto «tuneado»?:

«El alcalde interrogó también a numerosos criados del alcázar -despenseros, reposteros, camareros, coperos, monteros, pajes…-, así como a todos los componentes del scriptorium. Buscó posibles relaciones y connivencias, tratando de encontrar a su vez algún contacto sospechoso entre alguno de ellos y los criados de El Velludo».

«El alcalde interrogó también a numeros@s criad@s del alcázar -despenser@s, reposter@s, camarer@s, coper@s, monter@s, pajes…-, así como a tod@s l@s componentes del scriptorium. Buscó posibles relaciones y connivencias, tratando de encontrar a su vez algún contacto sospechoso entre algun@ de ell@s y l@s criad@s de El Velludo» (1).

¿Les gustaría saber qué y en quién pensaría el autor, si le mandasen reconvertir así el resto de la obra, de trescientas ochenta y cuatro páginas? Pregúntenselo, háganlo, que no andará muy lejos.

¿Y qué me dicen del resto del escrito? ¿Ustedes ven un libro, un periódico, incluso una página de internet o un correo electrónico, en los que, amén del título, aparezca el cuerpo del escrito con todas las «@» necesarias? ¡No mientan…! ¡No! Hay que ser coherentes y, si se elige un sistema, hay que mantenerlo en toda ocasión. ¿Por qué no lo hacen? Hagamos una prueba. Hemos hablado de la incomodidad que le supone al escritor adoptar tamaña imbecilidad, mas una vez lograda vendría la segunda parte: lo que se escribe se lee. Y ahí entramos nosotros, los lectores. Tendríamos dos opciones:

  1. Lectura literal: El alcalde interrogó también a numerosarrobas criadarrobas del alcázar -despenserarrobas, reposterarrobas, camarerarrobas, coperarrobas, monterarrobas… No sigo, no puedo más.
  2. ¿Traducción libre?: El alcalde interrogó también a numerosos y numerosas criados y criadas del alcázar -despenseros y despenseras, reposteros y reposteras, camareros y camareras, coperos y coperas, monteros y monteras… Tampoco puedo.

Ahora díganme, recalcitrantes defensores del pseudofeminismo lingüístico, ¿alguna vez han escrito un texto algo más largo que un sms? No, no; no me malinterpreten. No me refiero a una novela, a un libro de poemas, a un relato corto. Estoy hablando de algo más breve: un trabajo, un examen, un pequeño cuento, un diario, una solicitud, una reclamación, una carta postal, un parte de accidente, un correo electrónico de más de diez líneas… ¡Segurísimo! Supongamos que nos encargan escribir algo sobre… los funcionarios, por ejemplo. Ahora me gustaría saber tres cosas: ¿Cómo han puesto el título? Eso me atrevo a adivinarlo. La segunda: ¿Han seguido escribiendo el resto de su texto con «-os/-as» o con la «@»?  Y la tercera: si no lo hubiesen hecho, que es lo más probable, ¿qué dirían ustedes si tuviesen que colocar ahora todas las «arrobitas» necesarias? Y no basta con cambiar las terminaciones de los nombres alusivos a personas; también hay que modificar todos los adyacentes nominales concertados con ellos: artículos y resto de determinantes, adjetivos, sustantivos apuestos, referentes pronominales. Eso lleva un tiempo, si es el caso de una postproducción. Pero, ¿qué les parece si tienen que escribir así desde un principio? Miren, una cosa es predicar y otra dar trigo. Y si alguien lo hubiese hecho, discúlpenme si le dedico una palabrita terminada en «-a» que vale para el masculino. Imaginen.

Simplemente leerlo es engorroso; ya probamos antes. ¿Hay alguien capaz de leerse un libro completo escrito así? Sean sinceros, lo saben perfectamente. El procedimiento solo se utiliza para quedar bien con los «feministas» en los titulares, encabezados y, ocasionalmente a lo largo del discurso, de manera fática; ni más ni menos, un engaño manifiesto que podría calificarse de insulto y de autoinsulto hacia quienes de ello no se percatan.

Pero así está el panorama y no obstante, dentro de lo malo, yo reconozco un valor en ella. La arroba es ecológica y sana. Sí, sí. Cuenten: «@» versus «os/as»; se trata de un signo frente a cinco. Piensen que si todos los escritores y escribientes en papel empleásemos la doble fórmula la deforestación de las masas boscosas se aceleraría a un ritmo notable, se incrementaría el consumo de tinta y de plástico para bolígrafos, aumentaría la contaminación y las tareas de reciclaje se prolongarían. Por otra parte los escritos mecanizados, los de internet incluidos -correo electrónico, chat, redes sociales, páginas «web», «blogs», entre otros- llevarían mucho más tiempo, con el consiguiente aumento del consumo de energía. Nuestra calidad de vida se vería afectada por el tiempo invertido en la tarea. De tanto teclear aflorarían enfermedades osteoarticulares, oftálmicas, circulatorias, neurológicas…; en fin, que la arrobita podría resultar más saludable.

Allá cada un@. Yo (2) me quedo con la «-o».

 (1) José GUADALAJARA, La maldición del Rey Sabio. 1ª edición. Madrid, Ediciones Pàmies, 2009. Pag. 122. ISBN: 978-84-96952-46-1.

(2) Oiga, si usted es mujer y pertenece al grupo del doblete «-o/-a», el pronombre «yo» no le sirve. Tendría que decir «ya».

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