LOS FENÓMENOS EDITORIALES EN LA NOVELA HISTÓRICA Y SUS SECUELAS

Sabino Fernández

libros_apiladosA lo largo de la Historia ha habido, sin duda, fenómenos editoriales. Incluso antes de la imprenta: obras como La Odisea de Homero, Los comentarios a la guerra de las Galias de Julio César o la Biblia, si no hubieran sido fenómenos editoriales, no hubieran llegado a nuestros tiempos con integridad. El número ingente de copias hizo que muchas llegaran hasta nosotros.

El hecho de que muchos de estos manuscritos estuvieran hasta en las letrinas ha facilitado sin duda que hoy en día los podamos leer tal y como los escribieron sus autores o, al menos, muy parecidos, pasados por el tamiz de algún monje amante de la cultura y de alguna que otra corrección en los textos, que de todo hubo. Tras la imprenta, y centrándonos ya en la novela histórica, no hay que olvidar que autores como Walter Scott o Alejandro Dumas, un poco posterior éste y gran admirador del primero, fueron fenómenos editoriales de su tiempo. Influenciaron tanto la novela histórica que durante más de medio siglo la novela de este género fue como sus obras: romántica, con tintes nacionalistas y de aventuras.

El siguiente que podríamos llamar fenómeno editorial, siempre entre comillas, por supuesto, porque entonces no existían las editoriales tal y como las concebimos ahora, fue Los últimos días de Pompeya (1834) de Bulwer-Lytton, una novela con tintes proselitistas cristianos que trajo numerosas secuelas en el mismo registro, como lo fueron las conocidísimas Fabiola de Wiseman, Ben-Hur de Wallace, Quo Vadis de Sienkiewicz o la más reciente La espada y la cruz de Slaughter.

Hasta que llegó un tal Robert Graves y produjo otro fenómeno editorial con su Yo, Claudio en 1934. Fue tal su influencia en los autores posteriores que son innumerables los ejemplos que «copiaron» bien el título bien la estructura de la citada novela. El hecho de que la novela narrara con tintes biográficos la vida de un emperador romano, con numerosas intrigas familiares y abundantes reflexiones intimistas y que esto tuviera éxito entre los lectores alentó a numerosos autores posteriores a la imitación. Así, en una línea muy similar también representó un gran triunfo editorial Memorias de Adriano de Yourcenar, aún más intimista que la novela de Graves y con menos maquinaciones familiares.

Como digo, son innumerables las novelas que, a raíz de estas dos, surgieron y “plagiaron” su título o estructura. Desde las dedicadas a la misma Roma antigua, como Memorias de Agripina de Grimal; Yo, Marco Elio Trajano de Jesús Pardo o incluso una Yo, Claudia de Marilyn Todd, en cuanto a títulos. También Tiberio, Augusto y Marco Antonio, todas de Allan Massie; Juliano el apóstata de Gore Vidal; Helena de Waugh o Calígula de María Grazia Siliato con estructuras muy similares a las citadas.

Pero no solo en el ámbito de la Roma Imperial fue seguido Robert Graves, pues son frecuentes los títulos encabezados por Yo y seguidos del nombre del personaje en cuestión, tales como Yo, Moctezuma, Yo, Nefertiti, Yo, el rey, etc., y no digamos las numerosísimas novelas con intrigas político-familiares con seguidores como las prestigiosas Pauline Gedge, Mary Renault y otros muchos autores.

Casi una década después de Yo, Claudio llegó Sinuhé el egipcio de Mika Waltari y otra vez se convulsionó el mundo de la novela histórica. En este caso se incluían en la novela biográfica del personaje fuertes dosis de humor socarrón e incluso picaresca y los viajes o desplazamientos de lugar y culturas, que harían que un nuevo subgénero de la novela histórica viera la luz en el universo editorial. Seguidores suyos podemos citar al autor Gary Jennings, con novelas como El viajero o Halcón, en las que sus personajes siguen los patrones de las novelas de Waltari casi al dedillo, el mismo Gore Vidal también lo sigue en su novela Creación o, por poner a alguien más cercano como ejemplo, nuestro Corral Lafuente con obras como El salón dorado.

La baraja de nuevo se rompe con un nuevo fenómeno editorial y éste ya al uso de los cánones actuales. Y es que sale al mercado una novela titulada El nombre de la rosa de un erudito llamado Umberto Eco, que hasta entonces se había dedicado más a la semiología que a la novela. Por encima de que la novela es un compendio de filosofía, arte, religión, reivindicación política e historia, el relato introduce un elemento que cautivará a futuros escritores en busca de la fama y el dinero que la novela le produjo al propio Eco. Este elemento es la intriga policiaca mezclada con la historia.

A partir de su triunfo las futuras «imitaciones» han sido infinitas. Hoy día no podemos acercarnos a una librería sin ver series interminables de novelas en las que el protagonista es un detective de la historia. Las hay de la Roma Imperial, léase la serie de Lindsey Davis con su Marco Didio Falco, por poner solo un ejemplo, de la Inglaterra medieval con el Fray Cadfael de Ellis Peters, de la Italia Renacentista, de la Grecia Clásica con protagonistas como el propio Aristóteles, del Egipto faraónico como en las novelas de Gill, etc.

535107_333080330074989_202164246499932_800252_616153895_nEl siguiente y sonadísimo éxito editorial fue Los pilares de la Tierra de un hasta el momento escritor de novelas de aventuras y espionaje: Ken Follet. Es muy reciente la edición en español de la «esperada segunda parte» con ventas multimillonarias. En este caso la novedad estaba en tejer una “enganchante” trama trágico-romántica en torno a la construcción de una catedral medieval. Al fin y al cabo, una historia de buenos y malos en un mundo cruel y duro. En mi opinión, la crudeza con que por primera vez se retrata el mundo medieval que le da un matiz de absoluto realismo es la clave del éxito en este caso, pero es difícil saber por qué gusta una novela a los lectores y por qué no. El caso es que a partir de la obra de Ken Follet en el universo editorial no dejaron de construirse catedrales y recaudarse millones con libros como La catedral del mar de Falcones, El número de Dios de Corral Lafuente, Las sombras de la catedral de Schätzing y otras muchas.

El último fenómeno editorial, que no sé si clasificar como novela histórica, es El código da Vinci de Dan Brown. En esta ocasión, el elemento histórico solo sirve de justificación para que una trama actual tenga el sentido de una búsqueda criptográfica o misteriosa. No creo que haya que citar los incontables seguidores en el mundo editorial que ha producido El código da Vinci. Solo hay que pasearse por los estantes de las librerías para encontrar al menos el doble de novelas con elemento criptográfico-misterioso que de novelas históricas verdaderas. Es tal el éxito de este subgénero que entre los autores más vendidos de España están escritoras como Matilde Asensi o Julia Navarro.

Una última demostración del poder de ventas que tienen estos fenómenos editoriales:

 Entre los libros más vendidos del 2006 en España estaban: El código da Vinci en el número 1, La catedral del mar en el 3, Ángeles y demonios de Dan Brown en el 4, Los pilares de la Tierra en el 5, La conspiración de Dan Brown en el 7, La Hermandad de la Sábana Santa de Julia Navarro en el 8, Memorias de una geisha en el 9 y La fortaleza digital del mismo Dan Brown en el 10.

Y el Código da Vinci es el segundo libro más vendido de la historia tras El libro de los records. ¡Ahí queda eso!

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