¿POR QUÉ MADRID SE CONVIRTIÓ EN CAPITAL DE ESPAÑA?

Sergio Guadalajara

Felipe II
Felipe II

En el año 1606 Madrid se convirtió definitivamente en la sede de la Corte española. Cuarenta y cinco años antes, es decir, en 1561, Felipe II había escogido esta ciudad como centro neurálgico de su poder. A estos dos años hay que añadir un tercero, 1601, cuando Madrid cedió su privilegiada posición de aposento de la Corte a Valladolid por decisión de Felipe III y de su valido el duque de Lerma.

Es justo, por lo tanto, tratar de conocer cuáles fueron los motivos que llevaron a Felipe II a fijar en Madrid la sede cortesana. Reconozco que ésta ha sido, ciertamente, una parte de la Historia bastante estudiada, pero por ello trataré de elaborar una teoría lógica que aúne los razonamientos dados hasta el momento por distintos historiadores y estudiosos.

El argumento más extendido y aceptado que pretende explicar cómo Madrid fue escogida sede de la Corte ha sido su ubicación geográfica en el centro de la Península Ibérica. Ésta, por lo tanto, le conferiría una gran ventaja para entablar relaciones comerciales y de comunicación con respecto a otras ciudades. Esta afirmación, muy relacionada por cierto con los ideales renacentistas de la armonía y la equidistancia (referida a la simetría), es válida si también se atiende a los demás factores que llevaron a Felipe II a asentar en ella a la corte, porque, si sólo se tiene en cuenta esta tesis, sería, evidentemente, un argumento vacío y sin fuerza.

En junio de 1561, cuando la Corte llegó a Madrid lo hizo procedente de Toledo, una ciudad con bastante más tradición, extensión e importancia histórica que Madrid: fue romana, visigoda, musulmana y, por último, cristiana cuando fue conquistada por el rey castellano Alfonso VI en el año 1085. Además, albergaba linajes nobles de mayor envergadura que los muros madrileños, aunque es posible que esto hiciera que Felipe II se decantase por Madrid, dado que allí la nobleza y la Iglesia, al tener menos poder, dependía más del rey y su Corte y era, en cierto modo, más manejable. En adición, durante la Edad Media, Madrid también fue del gusto de varios reyes de la dinastía de los Trastámara, que pasaron temporadas en ella, como Juan II, Enrique IV o los Reyes Católicos.

Exceptuando esto, parecería entonces que la ciudad de Toledo, como ya he mencionado antes, más consolidada e importante que Madrid a finales del siglo XVI, sería la elección lógica de cualquier monarca para situar a todo su séquito. Sin embargo, hay que tener en cuenta su disposición urbana para comprender las afirmaciones de viajeros de la época, como Andreas Navaggiero, entre otros, gracias al que tenemos una descripción de las calles y recovecos toledanos. De acuerdo con su pasado medieval, eran bastante estrechas e incómodas, además de empinadas, por lo que el tránsito de caballos, peatones y carros se ofrecía muy complicado, especialmente bajo la influencia de una climatología adversa.

La condición de capital o de sede de la Corte puede parecernos la mayor de las aspiraciones de una ciudad, pero, para la mayor parte de los toledanos del siglo XVI, esto no les podría traer más que problemas e incomodidades: únicamente comerciantes y tenderos deseaban que la estancia de la Corte en la ciudad fuera extensa. Por su parte, los nobles preferían que los cortesanos anduviesen lejos de sus casas, palacios y mansiones ya que veían que su poder en la ciudad era más limitado cuando éstos se encontraban en la ciudad.

No obstante, el estamento que mayor oposición mostró a la estancia de la Corte fue el eclesiástico, que era de la opinión de que las costumbres y forma de vida de los toledanos estaban siendo “desviadas” y “pervertidas” por los cortesanos, amantes de los lujos y la buena vida. De hecho, como relata Alfredo Alvar en su libro (A. Alvar Ezquerra, Felipe II, la Corte y Madrid en 1561, Madrid, CSIC, 1985, págs. 5-6), hubo ocasiones en que se dieron conflictos de bastante gravedad, como el que se dio entre el Primado, el Corregidor y unos alguaciles cuando un sacerdote impidió que éstos detuviesen a unos pícaros y, al final, terminaron por detener al religioso, formando un escándalo de gran repercusión (para poder leer la historia al completo remito al libro citado unas líneas más arriba) en el que tuvo que intervenir el propio rey.

Tras estos ejemplos, queda patente la tensión que hubo en Toledo entre la Iglesia y la Corte. Ésta fue quizás una de las razones que más pudo convencer a Felipe II de llevar la corte a Madrid. Allí la presencia de la Iglesia en todos los ámbitos de la sociedad era muchísimo más escasa y limitada y no gozaba de tanta influencia. Por el contrario, en Toledo, casi todo giraba en torno a la sede episcopal.

Toledo a comienzos del siglo XVII
Toledo a comienzos del siglo XVII

Los cortesanos, por su parte, tampoco disfrutaban en demasía de sus estancias en la ciudad imperial.  En primer lugar, criticaban la falta de alojamientos dignos de su rango: Toledo no podía acoger a tan gran número de personas dada su estructura urbana y menos en casas propias de nobles y letrados. La climatología tampoco ayudaba, pues Toledo es muy fría en invierno y demasiado calurosa en verano, condiciones que se amplifican por el hecho de encontrarse en un monte expuesto a los vientos fríos y al sol cuando éste más aprieta.

Otras de las quejas de los cortesanos eran la escasez de manjares y de agua, algo paradójico pues la ciudad tiene al Tajo a sus pies, sin embargo, no era accesible desde toda la zona urbana, por lo que se encargó a varios arquitectos que idearan un sistema con el que solventar el problema: no fueron capaces de bombear el líquido elemento hasta el Alcázar ni a las zonas más altas.

Madrid por su parte ofrecía a la Corte todo lo que le negaba Toledo: calles amplias, alojamientos suficientes, una gran espacio para crecer y construir nuevos edificios sin preocupación, agua abundante y de fácil acceso gracias a los numerosos manantiales y nacimientos que ésta tenía por toda la ciudad y, por supuesto, aunque esto también se daba en Toledo, una magnífica comunicación con las diversas posesiones de la monarquía hispánica.

Por si no fuera suficiente, a todo lo anterior se añade el crudo invierno que se vivió en Toledo a finales de 1560 y comienzos de 1561, según afirman varios testigos (Gamero, Historia de la ciudad de Toledo, págs. 908-981) y que, además de las evidentes incomodidades que causó, propició malas cosechas y, por ello, escasez de alimentos y altos índices de mortandad. La Corte dijo adiós a Toledo.

Cabe preguntarse por qué si Toledo no era la ciudad idónea para acoger a la Corte, ésta terminó en Madrid y no, por ejemplo, en Lisboa o Barcelona. La razón es bien simple: Castilla era el territorio que más dinero y hombres había aportado a la monarquía de los Austrias para el desarrollo de su política exterior y, por lo tanto, lo más justo era que en Castilla se ubicase el máximo poder y su administración. De hecho, una de las reivindicaciones que hicieron los comuneros (1520-1522) a su padre, Carlos V, fue que estableciera la sede de la Corte en alguna ciudad castellana, pues de lo contrario, sus súbditos sentirían un vacío de poder que, quién sabe si no podría haber desembocado en alguna insurrección.

San Lorenzo del Escorial
San Lorenzo del Escorial

Asimismo, es necesario tener en cuenta los factores sentimentales que pudieron influir en Felipe II para tener una visión completa de la Historia. Evidentemente, la ciudad le atraía: mientras se encontraba en los Países Bajos envió varias cartas a los oficiales que había dejado en Madrid. En ellas les instaba a que se acelerasen las obras del Alcázar y a que se preservase la riqueza natural de las zonas de caza cercanas a la ciudad. Es más, como bien es sabido, terminaría por ordenar que se construyese el complejo del Escorial a unos kilómetros de Madrid. Lo hizo siguiendo el modelo europeo de la época por el que el rey podía establecerse en dos o más palacios cercanos entre sí y la Corte según sus preferencias o según la estación del año.

Hay otra teoría que afirma que la Corte terminó en Madrid gracias a Isabel de Valois, la esposa de Felipe II. No soportaba ni el clima, ni la sobriedad de Toledo; es más, en 1560 cayó enferma estando allí y decidió irse a Madrid para recibir las curas pertinentes. Por ello se ha especulado con que ella fue quien influyó en Felipe II y, por tanto, la que cambiaría la Historia de Madrid. Si fuese cierto, los madrileños tendríamos que estarle agradecidos.

Finalmente, el rey consiguió encontrar una ciudad a su medida y a la de la Corte. En ella su figura no quedó ensombrecida como sí habría ocurrido en Toledo y sentó las bases de lo que hoy es la capital de un Estado moderno. Sólo Madrid es Corte.

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