MITO Y REALIDAD DEL CAMINO JACOBEO

Julián Moral

Roma, Jerusalén, Compostela, Canterbury, La Meca… la experiencia peregrina tiene una larga tradición en el tiempo y se alimenta principalmente de relatos tradicionales, legendarios, míticos y folklóricos, teñidos de mística viajera y religiosa. Nos centraremos en el mito jacobeo, creado en torno a la tumba de Santiago el Mayor, hijo del Zebedeo y María Salomé, hermano de Juan, ambos llamados hijos del Trueno, discípulos de Jesús de Nazaret. Jacobo Santiago también es considerado el primero de los doce apóstoles en recibir martirio.

En torno a los años 813-830 se descubre la tumba del Apóstol (o se le asigna al Apóstol) en Santiago de Compostela y comienza a difundirse el hallazgo que, probablemente, sería un sepulcro paleocristiano, y donde parece ser que existieron enterramientos desde tiempos prehistóricos. Modernas excavaciones han descubierto necrópolis de la época romana en el lugar donde se alza la catedral de Compostela. Sin embargo, en opinión de la historiografía, este hecho no prueba ni la predicación de Santiago el Mayor en la Península Ibérica ni su sepultura en Galicia.

Entre esos años señalados, el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, informa sobre unas reliquias del Apóstol, apoyado por una puesta en escena milagrosa o milagrera: una estrella que indica el lugar de la tumba, pero que resta credibilidad y validez a la autenticidad de que los restos encontrados pertenezcan al Apóstol. También, supuestamente, una estrella habría guiado a su vez a Carlomagno a la localización de la tumba de Santiago. La estrella, como la de los Reyes Magos, juega un papel relacional para definir el Camino como Vía Láctea y, para la tradición, el nombre Compostela significa «campo de estrellas». También puede derivar de compostum: cementerio, por los enterramientos del lugar desde tiempos antiguos y descubiertos entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

El hallazgo del obispo Teodomiro y su puesta en escena interesó a la corona astur-leonesa; así el monarca Alfonso II el Casto (792-842) ordena la construcción de una capilla que cubra el sepulcro y, con posterioridad, Alfonso III el Grande la manda ampliar edificando una basílica engrandecida con un pórtico que, dos siglos después, el maestro Mateo transformará en el Pórtico de la Gloria. Ya anteriormente se había fundado un monasterio y un hospital, fundaciones que dieron un importante protagonismo y poder a los prelados compostelanos que recibieron importantes donaciones tanto de Alfonso II como de Alfonso III.

El Camino de Santiago de Compostela, como camino de peregrinación, comenzaba a formar parte de la historia, pero el mito, leyendas y relatos del Apóstol serían una cosa y la realidad de la peregrinación, otra.

Foto Max Kukurudziak

Según la opinión más aceptada de la historiografía, la posibilidad de que Santiago hubiera estado en Hispania es poco probable. Las primeras menciones son de fecha muy alejada del tiempo de vida del Apóstol. La leyenda o la tradición (no la Historia) sitúan a Santiago en Hispania en el siglo I, predicando la palabra del Nazareno, pero sin apenas éxito entre los gentiles de estas alejadas tierras de su Judea-Galilea natal. Regresa a Jerusalén (y aquí la tradición-leyenda se vuelve milagroso-milagrera), transportado por la Virgen María, donde es decapitado (año 44) por orden de Herodes Agripa. Según los Hechos de los Apóstoles «en aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para matarlos. Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan». Una tradición señala que su cuerpo fue arrojado a los perros y que sus restos fueron recogidos por dos de sus discípulos que los trasladaron en barco a Galicia. Otra variante habla de que las reliquias fueron primero depositadas en un cenobio egipcio y luego trasladadas a Galicia en el siglo VI por monjes coptos que se dirigían a Irlanda.

Pues bien, la posibilidad de que Santiago se desplazara a Hispania a predicar no era física ni económicamente imposible. Hay estudios de referencias neotestamentarias que señalan a Zebedeo y sus hijos como pescadores-armadores en el mar de Galilea, y, por tanto, con posibilidades económicas para que Santiago pudiera iniciar un largo viaje de apostolado. También hay que tener presente la llegada de judíos y judeo-cristianos, bien por relaciones comerciales con regiones costeras de la península Ibérica, bien después de la destrucción por los romanos del Templo de Jerusalén en el año 70 y, también, tras la posterior rebelión y dispersión de los años 131-135 (rebelión de Simón bar Cochba). Pero estas segundas posibilidades se alejan de la posible cronología de la predicación.

Hay un dato relevante que pone en duda la predicación de Santiago en Hispania. En su Epístola a los romanos, (año 58), Pablo de Tarso habla de su deseo de ir a Hispania, pero no parece tener conocimiento sobre si alguno de los apóstoles predicaba o había predicado allí, lo cual resulta cuando menos sorprendente dada su posición preeminente en la nueva Iglesia.

La base de estas leyendas y especulaciones sobre la predicación de Santiago el Mayor en Hispania, que, por otro lado, algunos autores opinan que se elaboraron sobre el siglo XII, bastante después del descubrimiento de la tumba del Apóstol, se apoya en la idea de que los apóstoles se habían repartido distintos territorios de predicación. A principios del siglo VII se escribe el Breviario de los apóstoles en el que se recogen algunas tradiciones referidas a los lugares de predicación y a su apóstol o apóstoles correspondientes. La aún tímida vinculación de Santiago a la predicación en Hispania aseguraba, no obstante, a la Iglesia visigótica un antecedente apostólico y prestigiaba su ortodoxia frente a otras corrientes cristianas del momento. Los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana (finales del siglo VIII) también recogen la tradición de la predicación. Pero este itinerario legendario de predicación tuvo que esperar un tiempo hasta ir tomando cuerpo con la aparición de la tumba atribuida al Apóstol y sus posteriores reelaboraciones.

El culto a Santiago estuvo siempre muy conectado por la nobleza hispana a la lucha casi permanente contra los musulmanes asentados en la Península. Por ello, al apóstol evangelizador, la evolución legendaria lo transformaba en abanderado y defensor de las milicias cristianas contra el invasor musulmán en una nueva manipulación interesada por la realeza, el clero y la nobleza y asumida por la tradición popular. En las batallas de Clavijo c. 843, Simancas 939, Coimbra 1064 y Navas de Tolosa 1212, Santiago pasaba a nombrarse caballero de Cristo. El espíritu de cruzada y reconquista adoptaba a un mítico caballero «Matamoros» invencible, oriundo de Judea-Galilea, que no resistiría la más mínima comparación con la posible figura del discípulo del Nazareno.

 La estrategia publicitaria del poder temporal y espiritual comenzó a tener verdadera correspondencia en peregrinos hacia el siglo XI, cuando el Camino comenzó a estar bien delimitado y ser relativamente seguro. Los reyes pioneros en promover el Camino ya en estos tiempos fueron Sancho el Grande de Navarra, Alfonso VI de Castilla y Sancho Ramírez de Aragón y Navarra. Otra figura destacada, ya en el siglo XII, fue la de Diego Gelmírez, primer arzobispo de Santiago de Compostela. Los asentamientos a lo largo de la ruta de las ordenes de Cluny, el Císter y las órdenes militares del Temple, Hospitalarios y Santiago, afianzaron los nuevos cimientos históricos del Canino. Cluny fue el impulsor en el siglo XII del famoso manuscrito del Códice Calixtino atribuido al clérigo francés Aymeric Picaud e impulsado, a su vez, por el papa Calixto II (1119-1124), el arzobispo Gelmírez y las instituciones reales. El Códice, en opinión de los expertos, cierra en buena medida el proceso imaginario de Jacobo-Santiago, aunque no el proceso propagandístico de los milagros. combinado con la concesión de indulgencias, remisión de penas del Purgatorio, etc.

Foto Ricardo Frantz

Pero ya en la Baja Edad Media, se da un repliegue de las rutas de peregrinación que se acentúa entre los siglos XVI-XIX. El santo patrón había perdido protagonismo a favor de otros santos y santuarios – realidad de la que no fue ajena la reforma luterana entre otras causas –. El supuesto segundo hallazgo de las reliquias del Apóstol en 1879, al parecer ocultas en el siglo XVI por los ataques de piratas ingleses, no significó un florecimiento del peregrinaje. Fue bajo el régimen de Franco cuando se resucitó el espíritu de cruzada con reminiscencias medievales unidas a un nacionalcatolicismo que retomaba los viejos símbolos jacobeos de Reconquista cristiana de Santiago Matamoros declarado patrón de España (1937) en plena Guerra Civil.

De cualquier forma, el manejo político franquista se topó con una gran indiferencia respecto de las peregrinaciones masivas. El Camino comenzó a resurgir en la década de los 80 del siglo pasado ya con circunstancias políticas, situaciones económicas y sensibilidades diferentes a las tradicionales y muy integrado en la realidad cultural y política europeas. Declarado Patrimonio de la humanidad por la UNESCO, el Camino ha pasado a convertirse en un fenómeno de masas al que los peregrinos acuden con valoraciones renovadas: culturales, ecológicas, deportivas, turísticas y, naturalmente, para algunos, vivenciales, en esa búsqueda de ascesis mística teñida o no de religiosidad o de autoconocimiento personal. Un Camino en buena medida desacralizado.

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