Sodoma y Gomorra

por Julián Moral

«Y el señor dijo: “El clamor de Sodoma y Gomorra es en verdad muy grande y sus pecados se han agrandado mucho”. Entonces llovió Yahvé sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra». (Gén., 18,20 y 19,24-25).

La fuerza dramática de estos versículos convirtió a Sodoma y Gomorra en el paradigma de la depravación y de su consecuente castigo divino.

 Si rastreamos en noticias arqueológicas, documentos geográfico-topográficos y escritos de la antigüedad, tendremos una información relativamente escasa y que deja muchas dudas sobre la aproximada y ajustada realidad histórica de estas ciudades. Se especula sobre restos arqueológicos de hace 3700 años; de poblaciones sumergidas por crecimiento de las aguas del mar Muerto que anegarían el valle de Sidin, llanura fértil de la depresión del Jordán en la zona sureste del mar Muerto.

La descripción en estos versículos de la catástrofe se podría relacionar con posibles terremotos, explosiones de gas, caída de meteoritos…, en la depresión del Jordán que ocupa el extremo norte de la gran fosa africana (6400 km.) que atraviesa el mar Rojo y se introduce en África Oriental. De cualquier forma, es bien cierto que sobre el mar Muerto o mar de la Sal se han producido episodios de actividad sísmica: Diodoro de Sicilia (sobre el año 45 a. C.) menciona masas de alquitrán flotando después de dicha actividad y, según está documentado, en el año 1834 volvió a producirse este fenómeno. Por su parte, Flavio Josefo (s. I d.C.) escribe: «El lago Asfaltitis (el mar Muerto) limita con el territorio de Sodoma, prospero en otros tiempos, pero que es ahora un árido desierto, pues Dios destruyó sus ciudades por medio del rayo. Se pueden ver allí las sombras de las ciudades». En el Génesis se las menciona como Sodoma, Gomorra, Admaj, Zabain y Zoar. También Robert Graves y Rafael Patai se refieren a Estrabón (s. I a. C.), que recoge una leyenda sobre trece florecientes ciudades sobre la orilla suroriental del mar Muerto destruidas por un terremoto y erupciones de alquitrán y azufre.

La catástrofe de Sodoma y Gomorra se debió de transmitir de forma oral, y los compiladores bíblicos le dieron forma literaria y un contenido ético-político evidente en el que se trataba de moralizar sobre determinadas costumbres para erradicar unas o institucionalizar otras.

Los relatos bíblicos –muy problemáticos de interpretar dentro de un contexto histórico – se compilaron en su mayoría entre los siglos VI a.C. y I d.C. Para algunos escritos podrían añadirse dos siglos al principio de este periodo y algunos años al final. El tiempo transcurrido desde la cronología atribuida a los patriarcas bíblicos (2000-1800 a.C.) es evidente que habría propiciado la evolución desde una visión religioso-política naturalista del antiguo pueblo hebreo hacia otra más sincretizada de influencias de otros pueblos y con un claro contenido moral y ciertas tendencias metafísicas. Todo ello, a su vez, muy subordinado a su excluyente visión religioso-política de pueblo elegido.

En el relato bíblico de Sodoma y Gomorra se pueden apreciar paralelismos con otros relatos míticos de diferentes pueblos del Creciente Fértil y área mediterránea; también paralelismos, dentro del propio Génesis, en catástrofes, situaciones y personajes; también duplicación de situaciones entre diferentes actores con una misma resolución y, sobre todo, una línea de conexión moralizante sobre costumbres y comportamientos sexuales, junto con una clara vocación monoteísta y de código jurídico. Todo ello con un desplazamiento de la geografía del relato de la región Tigris-Eufrates a Canaan y el valle o depresión del Jordán.

Además del propio relato de la creación, se dan paralelismos con otros relatos míticos del diluvio: sumerio-acadio y griego; paralelismo de la mujer de Lot con el mito griego de Euridice-Orfeo: «Entonces la mujer de Lot miró atrás a espaldas de él y se volvió estatua de sal»: Gén.,19,26. Robert Graves y Rafael Patai en Los mitos hebreos reflexionan sobre el paralelismo (quizá un poco alambicado) de la castración de Urano mientras duerme por su hijo Crono y el relato de la embriaguez y desnudez de Noe a la vista de sus hijos. Para estos autores la versión bíblica entraña ya una lección de moralidad y respeto filial de los hijos de Noe: Sem y Japhet que cubren la desnudez de su padre sin mirarla y una admonición de su hijo Cam que descubre y mira la desnudez de su progenitor, admonición que se hace extensiva al hijo de Cam, Canaam y su descendencia cananea: Gén.,9,21-27. De la castración del padre al respeto por su intimidad hay una evidente evolución humanista y moral. Después comentaré la embriaguez y desnudez de Lot y el episodio incestuoso decidido por sus hijas.

Si hablamos de duplicaciones, hay una evidente en el relato de Abraham, Sara y Faraón y el posterior Abraham, Sara y Abimelech, y, como decía, con una misma resolución y sentido sexual moralizante en ambos casos. En Génesis, Abraham hace pasar a Sara, su mujer y hermanastra sólo como su hermana ante Faraón (se desconoce su nombre), que pretende incorporarla a su harén y colma de regalos y ganados al patriarca. Lo mismo ocurre despuéscon el rey de Gerar, Abimelech, que pretende a Sara y se muestra generoso en regalos y ganados para Abraham. Pero Yahvé advierte y amenaza tanto a Faraón como al rey de Gerar, dejando desairado al patriarca al que tanto Faraón como Abimelech recriminan la ocultación de su matrimonio con Sara, aunque mantienen los regalos de ganados y presentes en ambos casos.

En estos pasajes bíblicos, Abraham no actúa como el ejemplar patriarca del pueblo elegido, sino más bien como cobarde o, incluso, algo peor. Pero se puede suponer que los compiladores bíblicos quisieron transmitir o reforzar el mensaje del tabú contra el adulterio por encima de costumbres, protocolos diplomáticos o códigos de hospitalidad. Conviene también tener presente que entre las tribus hebreas podrían ser corrientes los matrimonios con familiares cercanos. El mismo Abraham no quería para su hijo y descendiente Isaac una mujer cananea; quiere una mujer de su tierra y de su parentela. Pero las leyes mosaicas comenzaron a suponer un rígido código moral que no deja de reflejarse en las redacciones y compilaciones de los relatos bíblicos con veladas y explícitas admoniciones contra situaciones incestuosas.

Por otro lado, es evidente que la máxima de hospitalidad estaba muy arraigada en muchos pueblos antiguos, y las mujeres eran utilizadas en ocasiones con fines diplomáticos. Recordemos que en el relato de Sodoma y Gomorra Lot antepone la hospitalidad al honor de sus hijas, a las que ofrece a los lascivos sodomitas para salvaguardar a sus huéspedes: los ángeles disfrazados de viajeros que le traen aviso de la destrucción que prepara Yahvé.

Terminaré con los paralelismos de las catástrofes del diluvio bíblico y de Sodoma y Gomorra, de las lecciones ético-morales que se pueden desprender de ambas y de la evolución en la estigmatización o corrección de costumbres que los legisladores, profetas y escribas-compiladores de Israel tenían con el paso del tiempo.

En ambas catástrofes el desencadenante es la ira de Yahvé por la maldad y pecados de los humanos en relación con sus comportamientos sexuales. En Gén.,6,1-6, se habla de hijos de Dios (pensamos que el pueblo elegido) que toman a las hijas de los hombres (los cananeos visionados por las tribus hebreas como «gigantes» por sus construcciones fortificadas y pertrechos de guerra) y engendran hijos con estas mujeres –se supone, por el contexto del relato, de costumbres relajadas. A Yahvé no parece agradarle esta suerte de promiscuidad entre pueblos y decide el castigo y destrucción por medio del diluvio. También el comportamiento sexual promiscuo, relajado y lujurioso, con casos de homosexualidad, violaciones, etc., que se atribuye a los habitantes de Sodoma y Gomorra, parece ser en el relato bíblico el motivo central de su destrucción.

No obstante, es conveniente, para ampliar las ideas subyacentes en el relato, reseñar que Lot en su huida de la catástrofe llega a la pequeña ciudad de Zoar y se aloja en una cueva con sus dos hijas que deciden embriagar (de nuevo la embriaguez como en Noé) a su padre y acostarse sucesivamente con él. La excusa para el incesto la justifican ambas hijas por «conservar de su padre generación», pues pensaban que ya no quedaba varón tras la catástrofe. Y dice el relato que concibieron de su padre. La mayor llamó a su hijo Moab, que dio nombre a los moabitas; la menor llamo a su hijo Ben-Amni, que dio nombre a los amonitas.

Pero el incesto de las hijas de Lot –aunque blanqueado por el tema de la descendencia, de capital importancia para las tribus hebreas– deja entrever, por un lado, que era una costumbre extendida en los pueblos semitas y, por otro, que tendría su admonición moral en la propia descendencia de moabitas y amonitas, reflejada, en múltiples pasajes bíblicos, en equidistancia y enemistad clara de los israelitas con estos pueblos emparentados con ellos, pero de descendencia incestuosa.

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