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UN VIAJE AL PASADO

José Guadalajara

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Aprovechando los ochocientos años de la célebre batalla de las Navas de Tolosa, unos amigos y yo realizamos un viaje a Santa Elena, el pueblecito que, una vez pasado Despeñaperros, se encuentra el viajero en primer término. En estos parajes, pues el pueblo fue fundado en el siglo XVIII, anduvieron los ejércitos musulmanes y cristianos en aquel año de 1212 en el que Alfonso VIII de Castilla y sus aliados se decidieron a entablar combate, mordidos todavía por aquella derrota de Alarcos del año 1195.

 Ofrezco un viaje emotivo o sentimental más que geográfico en sí mismo, reflejando algunas de las impresiones que el transitar por los lugares de la batalla produjo en mi ánimo de escritor y amante del pasado. Así pues, el viajero curioso que se decida a emprender este itinerario debe ir provisto de una buena dosis de datos históricos para disfrutar mejor de la geografía que va a recorrer. Si acude, previamente, al Museo de la Batalla de las Navas de Tolosa, localizado en la citada Santa Elena (carretera, una vez allí, hacia Miranda del Rey), podrá obtener una precisa información e, incluso, presenciar in situ una mini recreación de los movimientos tácticos de la batalla.

Así pues, aquí va este viaje al presente histórico de las Navas de Tolosa:

 La imaginación nos sorprende y, entre parajes de pinos y jaras, la batalla surge ante nuestros ojos.

Se cumplen ochocientos años de las Navas de Tolosa, esa batalla campal que el 16 de julio de 1212 enfrentó a los ejércitos almohades de Al Nasir con los del rey de Castilla, Alfonso VIII, a quien secundaron las huestes de los reyes de Aragón y Navarra.

 Emprender un viaje al pasado es adentrarse por un itinerario rebosante de sensaciones y nostalgias. En mis novelas trato de envolver a mis lectores en ese mundo pretérito que intento transformar, en la medida de lo posible, en un tiempo real y vivido en el que se sientan los pasos, los pulsos y las respiraciones. Yo mismo, cuando escribo, tengo que emocionarme y notarme transportado a los siglos que mis palabras evocan para hacerlos porosos a los demás.

 Pero hay otro modo diferente de viajar al pasado. Se trata de un viaje que consiste en un palpitar junto al resto arqueológico o junto al viejo códice que otras manos tocaron; de un sentir profundo junto al espacio que se ha transformado ahora en otro paisaje o lugar apenas reconocible, pero que conserva el recuerdo y el halo de otro tiempo cuando lo revivimos. Sin duda, esto último es lo que me sucedió en mi viaje desde Rivas hasta el pueblecito de Santa Elena, en Jaén, una vez cruzado el puerto de Despeñaperros. Cerca de esta localidad se encuentran los campos en donde se libró aquella célebre batalla.

Una repoblación de pinos de hace unos sesenta años ha modificado el paisaje de monte bajo de otra época. Sin embargo, eso no impide que el viajero pueda contemplar aún los relieves de la Mesa del rey donde acampó el ejército castellano para dirigirse al combate; los cerros de los Olivares y de Las Viñas, en uno de los cuales, según parece ¬–hay todavía cierta discusión sobre su emplazamiento-, se situó el palenque de Al Nasir con su emblemática tienda roja y sus lujos y riquezas; el castillo o castro Ferral, desmoronado pero impactante, en pleno ascenso desde el puerto del Muradal, que atravesó un ejército cristiano compuesto por miles de hombres cargados con sus armas y pertrechos bajo el sofocante calor del mes de julio.

 Un paseo matutino por esos parajes, en una mañana de llovizna y nubes de abril, me llevó hasta el posible Paso de la Losa que no pudo cruzar la hueste cristiana porque el ejército musulmán lo había tomado desde las alturas de los riscos circundantes. Tuvieron que buscarse otro paso a través de las montañas para atravesar la sierra, un paso legendario que les descubrió un legendario pastor y cuyo camino sombrío recorrí esa mañana entre interrogantes y preguntas.

 Pero no fui solo en este viaje. Mis amigos y yo tuvimos la suerte de ser acompañados por Nicolás Calleja, que ha escrito un libro divulgativo sobre el itinerario seguido por el ejército cristiano desde su salida de Toledo. Nos lo encontramos casualmente la tarde anterior en el Centro de Interpretación de la Batalla de las Navas de Tolosa y nos acogió con una amabilidad extraordinaria, lo mismo que Pilar Muñoz, cuyo saber y simpatía, como guía de este Centro, son envidiables. Tampoco puedo olvidarme del alcalde de Santa Elena, Juan Caminero, en cuyo todoterreno, arriba y abajo, recorrimos una gran parte de la geografía de esta batalla, ni de Teófilo Piote Smith, un descendiente de octava generación de los repobladores alemanes de Santa Elena que llegaron en época de Carlos III, y que nos habló, emocionado y convencido, de sus teorías sobre los movimientos tácticos de la batalla. Vino también con nosotros un grupo de militares llegado desde Málaga con Carlos Vara, experto conocedor de las Navas y autor de varios libros sobre esta materia.

Todo ese campo de batalla, extensísimo, desborda la imaginación. Hace ochocientos años el terreno se cubrió de monturas al galope, de peones, de arqueros, de hombres dispuestos, entre miedos y arrojos, a defender la propia vida contra los otros. Por allí cabalgaron, entre miles, Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada que, en su De rebus Hispaniae, dejó constancia de lo que allí sucedió en aquel verano de 1212. De allí tuvo que huir Al Nasir, del que se cuenta que era solitario y callado, con una derrota que propició muchas consecuencias políticas para los almohades y que marcó un nuevo rumbo para los reinos cristianos. Luego quedaron los cadáveres, las lorigas esparcidas por la tierra, los yelmos, los miles de flechas que oscurecieron el cielo, las lanzas y las espadas, las herraduras de los caballos…

 Recorrí aquel escenario con la misma sensación de siempre: la que me sobrecoge cuando me siento atrapado en el tiempo, esa sensación evanescente e imperiosa que me alborota cuando trato de apropiarme de lo imposible, de lo que fue y de lo que, en esos momentos, cobra en mi pensamiento un ritmo vertiginoso que se me llena de imágenes, de datos, de nombres… y de hondos misterios aún por resolver.

La batalla, entonces, vuelve a mirarme fijamente a los ojos.

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