CONTRADICCIONES BÍBLICAS

Julián Moral

                               

En la tradición literario-religiosa judía los libros sagrados solían atribuirse a un antiguo personaje hebreo relevante que escribía supuestamente por inspiración divina. Pero lo cierto es que a partir del siglo VIII a. C. la inspiración divina era inspiración de recopiladores, escribas o relatores de una serie de tradiciones orales y leyendas recogidas que el pueblo hebreo había transmitido de forma dispersa a través del tiempo. 

Es evidente que la Biblia es una gran creación literaria: mítico-religiosa-histórica, de la que se proyectan unas religiones (las llamadas de salvación) con importantes aportaciones humanistas y morales, pero también, con oscuros, violentos, dramáticos y perversos hechos y comportamientos, con no pocas contradicciones y dualismos en el propio relato tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Analizando estas contradicciones y dualismos morales, resulta cuando menos atrevido e interesado señalar a estos libros como palabra revelada o inspirada por un Dios que se supone omnisciente.

La Biblia, al fin y al cabo, es palabra humana y al poner de relieve algunas contradicciones de sus textos sagrados (en principio del A. Testamento), será necesario no solamente resaltar la contradicción sino sus posibles causas o motivaciones y consecuencias morales.

Ya desde los primeros capítulos del Génesis sobre la creación del ser humano se da una clara contradicción. En principio, Dios crea al hombre y a la mujer («macho y hembra los creó», Gén.1,26-27) a su imagen y semejanza; posteriormente (Gén.2,21-22), crea a la mujer, Eva, de la costilla de Adán. Pues bien, siguiendo opiniones de estudiosos bíblicos, es evidente que había dos tradiciones (la Elohísta y la Yahvista) en relación a las percepciones hebreas respecto de su Dios, sus actos y esencias que, en buena medida, se correspondían con los dos reinos en que se habían dividido las tribus hebreas: Israel al norte y Judá al sur. Dos tradiciones que las recopilaciones y redacciones posteriores fijadas en el exilio babilónico y postexilio por la élite sacerdotal y escriba quedaron consensuadas, fusionadas y reflejadas en los versículos contradictorios. Parece posible que estos versículos reflejen el interés de al menos una parte de la élite religiosa por situar a la mujer en una posición subordinada respecto del varón. Además, al presentarla como la más activa en la desobediencia sobre la prohibición de comer de los frutos del «árbol de la ciencia», carga sobre ella una admonición (Gén.3,16) misógina.

Cabe pensar que de las dos creaciones de Eva la segunda implica una corrección para reafirmar la preponderancia patrilineal, ya que en la tradición hebrea habían existido periodos de matrilinealidad (Gén.2,24): «Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre…». Por ello no podemos pensar en un despiste de todo un Dios omnisciente al inspirar los versículos contradictorios; más bien suponer un acuerdo –contradictorio sí, pero acuerdo– entre las èlites religiosas para llegar a un texto que diera satisfacción a las distintas corrientes. Autores hay que hablan de tres al menos. 

Foto Aaron Burden

En otro orden de divinas contradicciones, están las de algunos versículos que parece ser apuntan hacía una visión politeísta de la divinidad bíblica; algo, por otro lado, bastante generalizado en los pueblos de la Antigüedad. Señalan algunos especialistas que Elohín (uno de los nombres que se da al Dios hebreo) es forma plural que habría que traducir por dioses, y, en consecuencia, recuerdan que en el Antiguo Testamento (o en la Torá: en general, el Pentateuco) hay múltiples señales de pensamiento «monolátrico»: adoración de un solo Dios, sin negar abiertamente otros dioses. Por ello –señalan algunos autores– entraría dentro de lo probable que en las primeras tradiciones en las que se apoyaban los libros sagrados hebreos pudieran pulular una pluralidad de dioses que parte de la casta sacerdotal y escriba más abiertamente monoteísta y localista judía trataría de ocultar. Por ejemplo: «He ahí al hombre hecho como uno de “nosotros”, conocedor del bien y del mal» (Gén.3,22). También en Gén.11,7 (Torre de Babel): «Bajemos, pues, y confundamos su lengua».

Naturalmente, esto se puede interpretar no solamente como una prueba de politeísmo, sino también como un «nosotros» mayestático, como una interpolación a un auditorio de ángeles, o, también –desde una visión cristológica– como que Dios habla en nombre de la Trinidad, si bien ésta tiene un desarrollo mucho posterior, situada a su vez en la frontera (o dentro abiertamente) del politeísmo. Algunos autores definen a la Trinidad como una «heteronomía teocéntrica». Una fórmula, la trinitaria, a la que les habría encantado llegar a los viejos compiladores y que, por otro lado, encajaba con el distanciamiento cristológico respecto del judaísmo.

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