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BUSCANDO AL CID: MEDINACELI- SIGÜENZA (2ª PARTE)

Luis A. Moratilla

 

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Castillo de Sigüenza

Desde Medinaceli, caminito de Sigüenza. Como el día era muy agradable y la compañía aún mejor, decidí, en lugar de retomar la autovía dirección Madrid hasta el siguiente desvío a Sigüenza (seguramente el recorrido más rápido), viajar por carreteras locales atravesando campos y algún pequeño pueblo alcarreño. Cuando uno se encuentra a gusto, todo parece bonito, y a mí el corto trayecto que separa ambas localidades me lo pareció. La vuelta la iniciamos dirigiéndonos primero a “Medinaceli Estación” y tomando allí la carretera que, atravesando los pueblos de Horna (donde hicimos una breve parada para dar un corto paseo por sus muy silenciosas calles), Mojares y Alcuneza, termina en Sigüenza.

Nuestro destino era el Parador, y allí nos dirigimos, no sin antes dar unas cuantas vueltas por Sigüenza, ya que, aunque el Parador aparece bien señalizado, su acceso, o al menos el que seguimos, obliga a realizar el primer recorrido turístico por la ciudad.

Del Parador, sólo eso, que es un parador, y, en este caso, un castillo.

No soy nada partidario de los paradores desde que hace ya algunos años, en un bucólico viaje por el románico palentino, del que en otra entrega os hablaré, y después de recorrer unos pueblecitos todo tranquilidad y belleza, se nos ocurrió acercarnos a tomar un café al Parador de Cervera de Pisuerga. Aquí la tranquilidad se transformó en multitud de niños corriendo por doquier y adultos charlando a un volumen que ya quisieran alcanzar las sirenas de alarma de las ambulancias. La belleza del entorno, aunque era mucha, estaba parcialmente oculta por una multitud de coches aparcados en completo desorden. Esto mismo se repitió algún año después aquí en Sigüenza, en otro viaje por distintos pueblos de la provincia y del que también prometo hablaros e incluso adelantaros algo más adelante.

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Plaza Mayor de Sigüenza

Pero también tengo que decir que este Parador tiene cierto encanto: dormir en un castillo siempre impresiona, y más si es un castillo erigido en el siglo V por los visigodos, convertido en alcazaba por los árabes y que, tras la reconquista en 1124, se transformó en residencia habitual de los obispos seguntinos. La atención fue correcta, las vistas eran preciosas y nuestra llegada fue acompañada por una amplia variedad de sonidos procedentes de una boda que allí se celebraba. Su patio de armas había sido ocupado por multitud de personas, a las que más tarde me uní, con sus cámaras fotográficas haciendo la misma foto al mismo pozo, a las mismas escaleras y todas con el mismo ángulo.

Y en Sigüenza, calzado cómodo… y a andar.

El casco histórico de la ciudad, delimitado por el castillo y la muralla, es digno de recorrerse: de noche al abrigo de la iluminación, que le da un toque novelesco (el capitán Alatriste puede aparecer en cualquier momento), y de día para ver con claridad lo que la noche sólo ha permitido vislumbrar: la calle Mayor (fijaos en la portada románica de la Iglesia de Santiago), la del Arcediano, la Travesaña Alta, junto a la Casa del Doncel, la Plazuela de la Cárcel, la calle del Peso, los Arcos de la Muralla y del Portal Mayor, el Torreón de la Muralla y, ya fuera, podemos retornar por las calles de Villaviciosa, sin perdernos la impresionante fachada del Palacio Episcopal y la del Seminario, en donde se sitúa el edificio fundado en el siglo XVII para ese fin.

Por supuesto, la visita a la catedral es imprescindible: su construcción se inició en el siglo XII y sigue el modelo del románico cisterciense. Su aspecto exterior recuerda el de una fortaleza. Sus tres puertas de acceso son románicas y sobre una de ellas encontramos un rosetón románico de doce radios que simboliza a los doce apóstoles. El cuerpo principal se remata con una balaustrada barroca que pone en comunicación sus dos torres. Entre sus capillas destaca la de la Anunciación, en donde se combinan el gótico flamígero, plateresco y mudéjar; la de San Pedro, con portada plateresca, y como no, la de San Juan y Santa Catalina, más conocida como capilla del Doncel por encontrarse ahí enterrados los restos del doncel y caballero de la Orden de Santiago, Martín Vázquez de Arce.

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Doncel de Sigüenza

El sepulcro presenta una preciosa estatua yacente labrada en alabastro en la que se representa al caballero revestido de sus armas y recostado sobre su codo derecho leyendo un libro. Señalo finalmente que el claustro fue levantado a finales del siglo XV y principios del XVI siguiendo una estética gótica, aunque con influencia renacentista. En sus muros se abren diversas capillas y dependencias con rica rejería y decoración renacentista.

Y ahora toca hablar de la alimentación:

La cena la hicimos en una cafetería junto a la catedral. Lo único que recuerdo es que sus precios eran correctos dada su situación, que la atención era aceptable y que mi principal objetivo al entrar -que no se entere mi mujer- era ver en la televisión el final de un partido de fútbol de la selección española que estaban retransmitiendo y que, desgraciadamente, perdimos.

Lo que sí quiero recomendar, y mucho, es el restaurante donde comimos. Su nombre es Calle Mayor, fácil de localizar, en el número 21 de la calle del mismo nombre, calle en cuesta que une el Parador y la catedral (tfno. 949391748). Comimos un menú degustación en el que, entre las opciones posibles, elegimos el cochinillo asado; solo puedo decir que tanto los entrantes como el cochinillo estaban simplemente deliciosos. El precio creo recordar que se situaba en torno a los 30 euros por persona, aunque es lo que menos recuerdo, ya que, cuando se come bien, lo primero que se olvida es lo pagado y lo último lo bien que nos hemos alimentado. Y ahora un chivatazo, sin que nadie se entere: uno de los entrantes venía acompañado de unas setas en forma de hilos oscuros. Si queréis aparentar ante vuestra pareja ser unos entendidos micólogos, solo tenéis que indicarle, mostrando gran seguridad: “Mira, trompetas de la muerte, una de las setas más exquisitas, y, sobre todo, cuando, como en este caso, están desecadas”, y luego le preguntáis al encargado para que corrobore la afirmación.

Y para descansar, porque, aunque seas un maratoniano de esos que entrena un día sí y otro más, acabarás agotado después de tanto monumento, tanta callejuela y tanto girar el cuello almacenando en la memoria todo lo visto, nada mejor que aposentarnos un ratito en uno de los bancos situados en el Parque de la Alameda para contemplar los bellos castaños que allí crecen, mientras susurramos a nuestra pareja lo enamorados que estamos.

Pero sería un pecado terminar el recorrido sin sugeriros la visita a varios pueblos cercanos, todos ellos merecedores de un desvío, por no hablar ahora de uno algo más lejano, pero que quiero mencionar, ya que me parece uno de los más hermosos de la provincia: Atienza, si la excursión es de varios días, su visita es imprescindible.

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Pelegrina

Pelegrina: El pueblo se descuelga por la ladera del cerro por cuyo barranco discurre el río Dulce, río que hizo famoso Félix Rodríguez de la Fuente, puesto que rodó allí muchos de sus añorados programas. En la cima del cerro encontramos las ruinas de su castillo y, en el lateral derecho de su calle principal, la iglesia románica dedicada a la Santísima Trinidad. La construcción, tanto del castillo como de la iglesia, se inició en el siglo XII. Descendiendo junto al río podemos comenzar una ruta que, si la seguimos a la izquierda, nos llevará, tras un corto paseo, a la cascada que forma el arroyo Gollorio, mientras que, si vamos por la derecha, el sendero, que sigue paralelo al río Dulce, nos conducirá, tras una caminata de más de 10 Km., al pequeño pueblo de Aragosa.

Carabias: Iglesia románica del Salvador, de la que solo pudimos contemplar su maravillosa galería porticada fechada en el siglo XIII, ya que el diluvio con el que el cielo nos obsequiaba en aquel momento no hacía aconsejable abandonar el coche más que el tiempo necesario para realizar la imprescindible foto. Aun así, su visita mereció la pena.

Palazuelos: Preciosa villa completamente amurallada. Resulta una delicia callejear por sus rincones, aunque, cuando más feliz me encontraba recorriendo la parte alta del pueblo, aparecieron por allí dos perros que me parecieron lobos y que pusieron mi corazón al límite de su resistencia. Afortunadamente, no eran lobos e ignoraron totalmente mi presencia en aquel lugar.

Y una última curiosidad: la vuelta la realizamos por la carretera que une la N-II (Km 104) con Sigüenza, siguiendo la CM-1101. En el camino decidimos visitar el pueblo de La Cabrera, ya que el entorno que lo rodeaba era espectacular y queríamos demorar lo máximo posible nuestro encuentro con la “civilización”.

Dejamos el coche a la entrada del pueblo, en un pequeño aparcamiento. Tras pasear durante unos cientos de metros por el sendero antes comentado que procedente de Peregrina muere en Aragosa (ruta muy aconsejable para realizar con niños, ya que el desnivel que presenta es escaso), observamos con curiosidad un pequeño letrero que anunciaba la existencia de un criadero de truchas en el margen del río. Como no teníamos cena prevista y la trucha es uno de mis pescados favoritos, seguimos el camino marcado por el rótulo. Ya en el criadero, pudimos elegir entre los ejemplares que nadaban en sus aguas cuál queríamos que fuera la cena de esa noche. Los propietarios nos aseguraron que los peces, por mucho atasco que encontráramos, se conservarían frescos hasta nuestra llegada a Madrid. En ese mismo lugar nos dieron información de una casa rural. No recuerdo el nombre, sólo que tiene dos habitaciones y dos baños y que su aspecto externo era inmejorable y su teléfono: 656574436.

Y aquí acabó el viaje, porque de los atascos… mejor no hablar.

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