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ALICANTE, ALGO MÁS QUE UNA CIUDAD QUE MIRA AL MAR (I)

Luis Moratilla

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Hoy no voy a contaros ningún viaje, hoy voy a resumir muchos viajes, voy a hablaros de las bellezas de una ciudad que conocí hace ya algunos años y por la que nunca me canso de pasear.

Pero vayamos al inicio. El deseo de conocer Alicante surgió visionando uno de esos vídeos interminables con los que familia y amigos nos castigaban a la vuelta de las vacaciones. Habían pasado su verano en Gran Alacant, pequeña urbanización, en aquellos años, junto al Mediterráneo.

Gran Alacant en los años de la bonanza también creció, pero lo hizo de forma relativamente ordenada: urbanizaciones de no más de dos plantas, calles paseables y una playa que admite sin saturación a todos los residentes de la zona. La saturación sólo llega los fines de semana, cuando los pobladores de los pueblos vecinos, conocedores de la belleza de este paraje, se acercan a pasar su ratito playero.

Gran Alacant está a unos 12 km. de Alicante y a 5 km. de Santa Pola (pueblo al que pertenece), y su magnífica playa, para algunos una de las mejores de la provincia, es la del Carabassi, con una extensión de unos 2km., aguas transparentes y poco profundas, zonas en las que disfrutar de la práctica del buceo libre e incluso del nudismo (creo que todos deberíamos atrevernos alguna vez en la vida a disfrutar de un baño sintiendo sólo el roce del agua del mar en cada parte de nuestra piel), aunque aquí los nudistas cada año se sienten más acosados por el mundo “textil”. Las vistas que tenemos de la bahía de Alicante y de la isla de Tabarca son inmejorables.

Pero toca ya hablar de la capital, Alicante, y es que de otros pueblos cercanos, como Elche, Guadalest o Altea, todos ellos muy recomendables, hablaremos en cualquier otro momento.

Lo primero, ya que son temporales, debo comentaros que en la sala de Bancaja, situada en la Rambla de Méndez Núñez, 4, podemos admirar hasta mediados de noviembre la exposición “Atesorar España”, una fantástica muestra fotográfica de la España de la segunda mitad del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX, de sus calles y sus gentes.

Muy cerquita, anclado en el puerto, encontramos una réplica de uno de los grandes buques de la Armada Española: El Santísima Trinidad, navío dotado de 112 cañones, era el más grande de la época y combatió en todas las batallas españolas desde 1769 hasta su final en la batalla de Trafalgar, en 1805. El navío permanecerá al menos hasta fin de año anclado en este puerto. Por solo cuatro euros podemos hacernos, en la planta baja, muy bien acondicionada, una idea de lo que era un buque en aquellos tiempos, mientras que en su parte alta podremos disfrutar de las vistas del puerto mientras tomamos un refresco, incluido en el precio. Por las noches el navío es utilizado como sala de fiestas.

En esa parte del puerto encontraremos buenos restaurantes donde degustar de frescas mariscadas a precios aceptables (la alta competencia obliga a ello) y locales de ocio donde tomar una copa al son de músicas de estilos diferentes. También hay un casino, del que no os puedo hablar, ya que nunca lo he visitado.

Al otro lado del puerto tenemos otro centro de ocio llamado Panoramix, ahora un poco venido a menos, y que aloja cines, alguna tienda y pubs y restaurantes, alguno tan clásico como Mac Donalds o Fosters Hollywood. Ambas partes del puerto están unidas por un pequeño bote que en unos minutos y a un módico precio nos traslada de una parte a otra navegando entre los grandes yates allí atracados.

Recorriendo el puerto en su acera opuesta, tenemos uno de los paseos más míticos y también más bellos de nuestro país: La Explanada de España, inaugurada en la primera mitad del siglo XIX, y antes llamada Malecón y Paseo de los Mártires, y de la que podemos destacar los bellos edificios que la rodean, sus gigantescas palmeras, sus vistas del puerto, su ambiente, siempre vivo en sus restaurantes y cafeterías, el templete, centro de actuaciones, principalmente en verano, de artistas de muy diversos géneros, pero, sobre todo, su suelo, un fantástico mosaico de más de seis millones de teselas de sólo cuatro centímetros de lado en tres colores: rojo, marfil y negro, de tal forma que, cuando uno pasea, no sabe si mirar al horizonte, a los lados o sólo al suelo.

Si miramos al primero, inevitablemente nuestras pupilas se encontrarán con el castillo de Santa Bárbara, enorme fortaleza adherida al monte Benacantil, mole de 166 metros de altitud y que nos ofrece unas vistas inigualables del puerto y de la bahía de Alicante. Su origen data de finales del siglo IX y sus actuales dependencias surgen con la gran reforma acaecida en el reinado de Felipe II. Sorprendentemente, mantuvo una situación de abandono hasta su apertura al público en 1963. En la actualidad, podemos acceder a él por carretera, caminando, si somos atrevidos y estamos en buena forma, o en ascensor.

Si retornamos a la zona portuaria, os aconsejo callejear; nos adentraremos en la zona denominada “El barrio”, junto al Ayuntamiento, donde encontramos multitud de locales de ocio y restaurantes en los que en época estival (en Alicante el verano dura muchos meses) podremos degustar la cocina mediterránea sentados en las terrazas que ocupan cada una de las callejuelas de la zona.

Pero en esta zona tenemos también tres monumentos importantes:

El Ayuntamiento, obra civil barroca del siglo XVIII, cuenta con una fachada imponente en la que destacan sus columnas salomónicas o sus dos torres. En su interior sobresalen varias dependencias: el salón azul, de estilo isabelino, y el salón de los plenos.

La Concatedral de San Nicolás, cuya construcción se inició en el año 1600, es de estilo renacentista herreriano y planta de cruz latina. Destaca su claustro, el altar y la visible cúpula azul de 45 metros de altura bajo la que se encuentra la barroca “Capilla de las Comuniones”.

Pero la iglesia más antigua de la ciudad es la Basílica de Santa María, edificada en el siglo XIV sobre los restos de una mezquita. Está formada por una sola nave, sin crucero y con capillas laterales entre los contrafuertes. La fachada es barroca y resaltan sus dos torres. En el interior sobresale su altar mayor.

Además de los edificios que acompañan el paseo de la Explanada, quiero mencionar tres fachadas de singular belleza: la Diputación Provincial (Avda. Estación, 6), palacio de estilo neoclásico construido en 1928; el Mercado Central (Alfonso X, 1), de inspiración modernista y construido en 1912 sobre la muralla que rodeaba Alicante, y el Teatro Principal (Plaza Ruperto Chapí,) inaugurado en 1847 y de estilo neoclásico.

Por último, no me quiero despedir sin invitaros a visitar el barrio de Santa Cruz, con callejuelas blancas y estampas que nos recuerdan Andalucía,  y el yacimiento del Tossal de Manises, situado sobre una colina de unos 38 metros por encima del nivel del mar, donde ubicamos Lucentum, ciudad ibero-romana originaria del siglo IV a.C. Actualmente, se conservan importantes restos de la muralla, así como las bases de las torres defensivas, de las termas, del foro y de multitud de viviendas. En verano, Lucentum se convierte en centro de arte, y podemos disfrutar de uno de los más importantes festivales de jazz de nuestro país, de representaciones teatrales, danza (este año el Lago de los Cisnes con el ballet de San Petersburgo) o actuaciones musicales.

Pero Alicante es mucho más, es una ciudad para pasear, una ciudad que mira al mar y que, como hice yo hace ya muchos años, os invito también a descubrir.

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