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PRIMAVERA EN LA CIUDAD DE LOS CALIFAS (III)

Luis Moratilla

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Y terminó la comida, y llegó el momento de entregarnos al placentero momento de la siesta, y si esa siesta es bajo los árboles, en una coqueta plazoleta y frente a la Mezquita y el Alcázar, ya se convierte en un placer  insuperable. Fue media hora que nos repuso del cansancio acumulado durante toda la mañana.

Y después de la siesta, había que volver a la Feria. Que ya nos habían confirmado que la auténtica Feria se disfrutaba de día, pero, ¿cómo íbamos?: ¿andando?, ¿taxi?, ¿autobús? Nada de eso, estábamos en Córdoba, así que nada mejor que en una de esas calesas que parecían estar esperándonos junto a la mezquita. Abordamos dos, y es que ninguno quiso perderse el placer de entrar en la Feria como auténticos señoritos. Fue media hora de paseo a un precio (tras el correspondiente regateo) bastante aceptable.

Y ya en la Feria, más calesas, caballos, trajes y sombreros cordobeses, y mucho “rebujito”, mucho baile por sevillanas, y es que, efectivamente, la Feria de Córdoba se disfruta de día. ¡Aquello si era un espectáculo! Las casetas a rebosar, olores a comidas varias y calor, mucho calor.  Allí permanecimos bailando y bebiendo hasta que la tarde empezó a oscurecerse, con los pies agotados, tanto que alguno del grupo tuvo que ser auxiliado por las asistencias que estaban por allí cerca socorriendo a los corredores de una maratón que se disputaba en las márgenes del Guadalquivir, y es que lo nuestro también había sido una maratón, iniciada a las diez de la mañana y cuyo final todavía no sabíamos cuándo llegaría. Los vendajes en el pie calmaron un poco las ampollas que habían aparecido, lo que nos permitió continuar nuestra ruta.

La hora de la cena estaba próxima, y habíamos decidido seguir de tabernas.

Alguien sugirió la Taberna del Potro (C/ Lineros 2, tfno. 957-47 34 95), junto a la plaza del Potro (esta plaza, que antaño fue lugar de compra- venta de ganado, debe su nombre a la fuente que la preside, cuyo principal elemento decorativo es la figura de un potro). Lugar, según dicen, lleno de historia, fue muy frecuentada por Julio Romero de Torres, pero, cuando llegamos a su puerta, pudimos comprobar que nuestro atuendo: vaqueros y ropa ya sudada por lo caluroso del día, no se adecuaba a la elegancia del lugar, que parecía más un restaurante de lujo que una taberna populosa, por lo que decidimos cenar en una de las frescas terrazas montadas en la plaza.

Llegó la noche, pero el azar nos tenía reservado un espectáculo que a todos gustó, y es que en nuestro pasear junto a la Mezquita, en la calle Torrijos, nos topamos con el Tablao Flamenco “El Cardenal” (tfno. 957483320 y 957483925). Entramos para curiosear, y su ambiente nos sedujo tanto que decidimos sacar unas entradas para su espectáculo nocturno. No sabíamos si el espectáculo era para turistas o entendidos, y aún no lo sé, porque reconozco que no soy ningún experto en el tema. Las bulerías, tarantos y  seguiriyas nos encantaron, pero disfrutamos especialmente con el zapateado de su bailaor estrella, Antonio Alcázar. Ya os digo, no sé si es una figura del baile o sólo un bailaor aceptable, pero sí afirmo que su arte, a nosotros, nos embrujó.

El día siguiente era el de la vuelta, pero hasta las 18 horas, momento de salida del AVE a Madrid, nos quedaban muchos minutos por delante, y, por supuesto que los aprovechamos, queríamos conocer el resto de la ciudad.

Y os aseguro que el paseo no nos defraudó. Comenzamos dirección a la Plaza de los Capuchinos, coqueta plazoleta  en cuyo centro se levanta el famoso Cristo de los Faroles, denominado así por los cuatro faroles de hierro que lo acompañan.

Luego descendimos por la Cuesta del Bailío, una de las entradas de la antigua muralla y desde donde se divisa la hermosa puerta plateresca de la Casa del Bailío. A continuación, callejeamos por Mateo Urrutia y Jurado Aguilar, calles estrechas, blancas, de bellas rejas y patios escondidos, en dirección al Palacio de Viana, (plaza de Don Gome, 2, tfno. 957496741), y es que este palacio, originario del siglo XIV, es famoso por  sus doce patios y su imponente jardín. Desgraciadamente, cuando llegamos, se encontraba cerrado, ya que los domingos no abre. El resto de los días sí, de 9 a 14 horas. Os sugiero que no os lo perdáis, las guías cuentan de él maravillas.

En cambio, sí pudimos admirar las iglesias de Santa Marina, cuya construcción se inició a finales del siglo XIII y que reúne los estilos tardo-románico, gótico y mudéjar y cuyo interior se distribuye en tres naves de estilo barroco;  la de San Andrés, fundada en el siglo XIII y cuya portada principal, del siglo XVII, ostenta el escudo del obispo Siuri y en la que destaca en el interior su retablo barroco de estilo churrigueresco; así como el Convento de Santa Marta, antiguo palacio de estilo mudéjar, fundado en el año 1462

Y ya de aquí, a la plaza de la Corredera, antiguamente utilizada como plaza de toros, y en la que en enero se celebra un mercado medieval. Su disposición es rectangular y porticada con arcos en su parte inferior. En una calle próxima, Juramento, en su número 6, se encontraba la taberna del mismo nombre y en la que yo había sugerido comer. Esta taberna tradicional, fundada a principios del siglo XX, es un lugar con solera y lleno de historia. Volvimos a saborear platos típicos andaluces como el san Jacobo de berenjenas,  el bacalao, las croquetas de piñones y espinacas o los pimientos rellenos. Nos aposentaron en su patio interior, rodeados de plantas y flores, con lo que el entorno también fue muy agradable. El coste no superó los 15 euros por persona. Su teléfono, por si queréis reservar, es 957485477.

Ya quedaba menos para que nuestro AVE saliera hacia Madrid, pero aún tuvimos tiempo de tomarnos un cafetito en uno de las terrazas instaladas en la plaza de la Corredera. También hubo lugar para acercarse al Templo Romano (calle Claudio Marcelo), único que se conserva de todos los que se cree que tuvo Córdoba. Estaba dedicado al culto imperial y su construcción se inició en el siglo I. Apenas se conserva su cimentación, la escalera, el altar y algunos fustes de columnas y capiteles.

Y también tuvimos tiempo de tomarnos el último café en el Círculo de la Amistad (edificado en la segunda mitad del siglo XIX sobre el antiguo convento de Nuestra Señora de las Nieves), un bello edificio situado en la calle Alfonso XIII, donde pudimos relajarnos tranquilamente en uno de sus amplios y maravillosos patios, rodeados de naranjos y palmeras.

Y aquí termina el relato de este viaje que fue un placer para los sentidos, aunque agotador para las piernas, y que nos dejó un grato recuerdo de Córdoba, ciudad a la que prometo volver, a ser posible, también en primavera.

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