MITOS DEL MEDIEVO. EL PRESTE JUAN: HISTORIA Y LEYENDA

Julián Moral

La enigmática leyenda del Preste Juan es uno de los mitos medievales más sugerentes forjado en el imaginario occidental desde el siglo XII al XVII: un ignoto reino cristiano, aislado del resto de la cristiandad, regido por un sacerdote, el presbítero Juan y situado en un territorio indeterminado de Asia -India y, posteriormente, ya en el siglo XVI, en Etiopía. Un reino lleno de maravillas y riquezas; un deseado paraíso en la tierra, una nueva Jerusalén terrenal émula de la celeste descrita por San Juan en el Apocalipsis. En el siglo XVII se enfría el mito pero se siguen dando referencias literarias en obras propiamente renacentistas y barrocas (Tasso, Ariosto), incluso en obras de orden científico. En la literatura hispánica lo cita Cervantes en el Quijote y en El celoso extremeño, así como Tirso de Molina y Lope de Vega en tono jocoso. También el padre Mariana en su Historia General de España habla de una embajada enviada por el Preste Juan al rey Pedro I de Portugal. En la actualidad se siguen dando citas literarias del mito y se escriben ensayos y novelas con el tema del Preste.

Si tratamos de interpretar el mito o la leyenda que nos ocupa en su contexto histórico-geográfico, no hay que olvidar, por un lado, el influjo mágico ejercido por Oriente sobre Occidente; por otro, la fuerte dosis de mezcla entre real e imaginario que enseñoreaba la mentalidad medieval; hay que tener en cuenta también la vaguedad de los contornos geográficos conocidos entonces y, finalmente, el influjo viajero y el afán de recorrer geografías inéditas con fines comerciales, evangelizadores, político-militares… Peregrinos, cruzados, comerciantes y viajeros son los mejores receptores y difusores de historias y leyendas, y ésta del Preste implicaba, una vez más, la búsqueda de un espacio mítico, un territorio mágico-maravilloso perdido: una suerte de Paraíso Terrenal que, para el hombre del medievo, resultaba posible, no dudando, en consecuencia, en situarlo en ese lejano Oriente que muy bien podía coincidir con el mítico reino del rey-sacerdote.

La leyenda del Preste o Presbyter puede tener relación con los apócrifos Hechos de Tomás (II, 17, ss.), que documentan los viajes del apóstol a la India. También conecta con la evangelización por cristianos nestorianos en tierras orientales en un área indefinida de Asia Central, las montañas del Cáucaso, Armenia, India, China, Mongolia… El nestorianismo, doctrina impulsada por el monje Nestorio de Alejandría, elevado a obispo de Constantinopla, defendía dos naturalezas radicalmente separadas en Cristo: la humana y la divina; además defendía la tesis de que la Virgen María sólo era la madre del Jesús humano y mortal, lo que desencadenó su condena como herejes en el concilio de Éfeso (431). El nestorianismo, prohibido en el Imperio romano, se dispersó por Oriente, principalmente en el Imperio sasánida, haciendo adeptos y logrando mantener buenas relaciones con los musulmanes tras la conquista por éstos del Cercano y Medio Oriente, así como con los turcos y las tribus mongolas anteriores a Gengis-Khan, que es cuando surge la leyenda del Preste, que, efectivamente, tiene indicios de ciertas realidades históricas.

Algunas opiniones apuntan que Juan sería una alteración de la palabra “khan” (jefes tártaros o mongoles), alguno de los cuales, convertido al cristianismo nestoriano, podría haber sido uno de estos “khan” con un relativo poder e independencia territorial y política. Marco Polo durante el siglo XIII y otros viajeros y escritores medievales, más o menos coetáneos, como el franciscano Pian de la Carpine, señalan la existencia de cristianos nestorianos en el Medio Oriente, la India, China y Mongolia –aunque, según ellos, su implantación era irrelevante y asignan un escaso papel a la figura del Preste. Otros como Mandeville en su Libro de las maravillas dan más importancia al territorio y su prodigio que a la figura del sacerdote-rey. Odorico de Perdemone en su libro de viaje (Itinerario) alude, en su paso por estas tierras, al Preste, desmitificando su leyenda: “non es la centesyma parte delo que acá entre nos otros se dize”.

La primera noticia escrita sobre el Preste procede del historiador y obispo Otón de Freising (Crónica VII, 33) tío del emperador alemán Federico I Barbarroja. En dicha crónica resume lo referido por el obispo Hugo de Jabala que habla de un rey-sacerdote de Oriente Extremo, cristiano nestoriano como todos sus súbditos. La narración se basaba en el hecho histórico de la derrota del sultán selyúcida Saujar a manos de un pueblo de Asia Central, acaecida en 1141, cuyo monarca era posiblemente cristiano nestoriano. El siguiente testimonio sobre el Preste se encuentra en la Crónica de Alberico de Trois Fontaines (primera mitad del siglo XIII). En ella se da la noticia de que por el año 1165 el presbítero Juan, rey de las Indias, había remitido cartas llenas de cosas admirables a los emperadores de Bizancio, el Sacro Imperio Romano Germánico y el sumo Pontífice.

Como vemos, la famosa y pretendida Carta del Preste Juan comienza a circular por Occidente aproximadamente en 1164-1165, difundiéndose tanto en latín como en las lenguas más diversas. Existen, conocidos, doscientos cuatro manuscritos del texto latino y la crítica señala que los más antiguos (siglo XII) son unos doce. La supuesta Carta remitida por este monarca fabuloso tuvo una enorme repercusión en la sociedad medieval y en la literatura de ficción y viajes, siempre, una y otra, en los límites entre la realidad y la maravilla, pues hablaba de inmensas riquezas, lugares ignotos, animales míticos, seres semihumanos, fuentes de la juventud, ríos del Paraíso, amén de sus ecos bíblicos: tribus perdidas de Israel, menciones al Anticristo y a las razas malditas de Gog y Magog…

La Carta se refería a territorios inmensos gobernados por el poder omnímodo de un sacerdote-rey en los que reinaba la paz, la felicidad y la abundancia, en un complejo ejercicio de sincretismo que incorporaba tópicos de la mitología arcaica y el mensaje cristiano. El aluvión de conjeturas fantásticas y fabulosas penetró profundamente en la mentalidad medieval y dio alas a la popularidad y difusión del tema  que caló en los centros de poder terrenal y espiritual –aunque es muy probable que la invención y difusión de la Carta tuviese su origen en estos centros de poder. No olvidemos que el anhelo de un solo emperador de un reino terrenal y espiritual se convirtió en una gran utopía político-religiosa a la que aspiraban los imperios cristianos de Oriente y Occidente y el Papado y se seguía dirimiendo la preeminencia del poder temporal sobre el espiritual y viceversa que ya había dado lugar, en 1054, al Cisma de Oriente que convirtió al emperador bizantino en cabeza de la Iglesia griega.

El mítico reino del Preste Juan dejaba vislumbrar a los principales agentes políticos del mundo cristiano el paradigma deseable del control de los poderes, y la Carta sería muy probablemente un instrumento propagandístico que se hacía circular por las propias cancillerías y cuyo objetivo sería darles relevancia y prestigio político a esos agentes. El mito, no cabe duda, como vemos, buscaba un objetivo o quizá diferentes objetivos en función del centro de interés de quien trataba de sacar partido de él, y aunque la realidad siempre terminaba dominada por la fantasía, se conseguía transmitir un impulso de dignidad a los grandes personajes que regían los destinos de la cristiandad relacionándolos con los mitos populares influyentes. Por ello el análisis o interpretación de la leyenda se podría perfilar en varios planos (mítico-maravilloso, religioso, político-militar-estratégico, etc.), que aquí repasaremos someramente.

Para el plano mítico-maravilloso no puedo dejar de traer a colación una cita de Umberto Eco de su novela Baudolino: “Si vives allá donde se alza el sol, no puedes sino soñar las maravillas del ocaso”. Así, aunque a la inversa, les ocurriría a los hombres y mujeres del medievo que verían en Oriente un espejismo subyugante, ya que una de sus grandes pasiones sería imaginar otros mundos, quizá para olvidar lo doloroso de su mundo presente. Por ello la maravillosa tierra del Preste tendía también a identificarse con el eterno deseo humano de un lugar de abundancia y virtud sin conflicto social. La búsqueda de un paraíso terrenal estaba en la mentalidad medieval como un residuo de la vieja mitología arcaica, enriquecida o contaminada con su trasfondo místico-religioso de salvación y vida eterna. No olvidemos, por otro lado, que el mito del nacimiento, muerte y resurrección de Cristo se produce en Oriente.

      Desde el plano religioso debo señalar brevemente que el papa Alejandro III, el 27 de septiembre de 1177, escribe una carta que envía al “queridísimo hijo en Cristo Juan, ilustre y magnífico rey de los indios”, lo que indica que, seguramente, el Papa conoció la supuesta Carta en una de las versiones tardías, embarcándose en el juego propagandístico (aunque pensase que todo era un fraude) y adoptando en su misiva una actitud de primacía jerárquica y doctrinal con respecto al Preste. La fe y la propaganda hacen que lo imposible y lo improbable se haga verdadero. En este juego de noticias y misivas, la tierra del Preste (un reino teocrático cristiano) se podía convertir en un símbolo y vaticinio de universalidad de la Iglesia Católica con visos de transcendencia geográfica y cultural que ayudaría, además, a dar fuerza ecuménica a la Cristiandad sobre el Islam; sin olvidar, por otro lado, la posibilidad latente de suscitar la idea de Cruzada que contaría con la ayuda de un poderoso aliado cristiano en tierras de Oriente.

Sobre el plano político-militar-estratégico cabe señalar que Federico I Hohenstaufen (1155-1190) fue, junto con el Basileus de la Iglesia griega ortodoxa,  Manuel I Conmeno, emperador de Bizancio de 1143 a 1180, otro de los agentes de poder destinatario de la apócrifa Carta. Señalando de entrada –como dato relevante- que la versión latina dirigida al Basileus tiene un marcado carácter antibizantino, es notorio que Federico I Barbarroja disputó al Papado ser cabeza de la Cristiandad en un claro enfrentamiento entre el poder político y religioso. Pero con independencia de la búsqueda de Federico de símbolos y reliquias (los Magos, el Grial…) que realzaran su poder y dignidad imperial, el comercio, las expediciones bélicas, las peregrinaciones… eran razones suficientes para buscar o inventarse un potencial aliado en Eurasia que hiciera pensar a los sarracenos en un poderoso reino cristiano aliado que posibilitaría la tenaza occidental sobre los Santos Lugares.

No obstante, lo más lógico es pensar que el juego de misivas se inscribe, principalmente, en las luchas por asociar un signo visible de poder imperial que ayudase a detentar la mayor influencia en el mundo cristiano oriental y occidental. Posiblemente un montaje promovido por la Iglesia y los dos Imperios cristianos, que, al socaire del imaginario crédulo medieval y la imprecisión oral de la difusión viajera, daba pie a la propaganda política para distorsionar la realidad.

También interesa señalar que hubo autores medievales que enlazaron el mito del Preste con el del Grial. Por ejemplo, en el Perzival de Wolfram von Eschenbach se narra que el caballero pagano Feirefiz, hermanastro de Perzival, se convierte a la verdadera fe por amor, desposándose con la portadora del Grial, Rapanse de Shoil y zarpando luego a la India donde tienen un hijo: el Preste Juan.

Y a finales de la Baja Edad Media y al influjo de las exploraciones marítimas por costas africanas, se produce el desplazamiento geográfico del mito a Etiopía, otro espacio cristiano remoto que resultaba ya más atrayente, y, una vez más el mito es utilizado con interés político –sobre todo por la corona portuguesa- para establecer alianzas. Se llegó a decir que Vasco de Gama llevaba en su periplo cartas de presentación para el Preste. Pero poco a poco la realidad del conocimiento difumina el mito, que pervive en la literatura y en la imaginación de estudiosos y curiosos.

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