Rodrigo alza la mirada y divisa las casas de «Terrer». El copista del Cantar, que no lo vio ni a él ni a su mesnada en cabalgada hacia Zaragoza, copió «Teruel» en el folio de pergamino unos siglos más tarde.
También el cajista de El Lazarillo se equivocó y, en vez de «Hormigos», escribió «Torrijos», una errata que heredaron todas las ediciones de esta novela. Y es que la letra manuscrita, como todos sabemos, emborrona muchas veces los ojos y nos hace confundir los rasgos de la escritura.
Con el paso de los siglos, si nadie descubre estos errores, éstos seguirán transmitiéndose a la posteridad tan intactos como surgieron. O lo peor, esos errores conducirán a otros errores. Un largo camino sin final previsible.
Ni Rodrigo Díaz de Vivar, alias el Cid Campeador, ni Lázaro de Tormes pasaron por Terrer ni Torrijos –uno en la realidad; otro, en la ficción–, pero la letra fue causa del equívoco.
Como en estos dos casos, hay ideas heredadas que se repiten y que forjan creencias e ideologías, asumidas por la mayoría como auténticas, sin que jamás, por comodidad o cobardía, se exploren con un criterio racional que nos conduzca hasta sus verdaderas raíces.
Me parecen originales los ejemplos, y estoy de acuerdo en lo pobre que nos hace conformarnos con algo que nos descuadre.
Gracias por tu comentario. Quizá no sea lo que nos descuadre, sino lo que hacemos que nos «cuadre» a toda costa.
José, veo que te reafirmas en tu teoría sobre el itinerario del Lazarillo. Me gusta. Muy acertada tu reflexión sobre la rotundidad y precariedad de la palabra escrita. Un abrazo
La precariedad de las palabras escritas en cierto modo, pero, especialmente, la precariedad de las creencias asumidas sin más.