
Estos tres infinitivos parecen cobrar fuerza en un mundo donde la libertad de expresión sufre a diario los tijeretazos de los fanáticos y represores, sobre todo en determinados países que casi todos tenemos en la cabeza.
Los griegos de Atenas, allá por el siglo de Pericles, confiaban en la parresía y manifestaban libremente sus ideas en la calle, el ágora y el teatro. El cómico Aristófanes, a través de sus personajes, no tenía reparos en airear a los cuatro vientos sus críticas contra los poderosos.
Hoy, si los escritores disfrutan con el arte de encadenar palabras; otros se complacen en convertirlas en palabras encadenadas.