EL BECERRO DE ORO

Rafael, 1519, Museo Vaticano

El segundo libro de la Biblia, al que los hebreos llaman Shemot (o Éxodo), nos ofrece un pasaje en el que un Yahvé enfurecido –qué curioso este sentimiento en un dios al que se le supone la perfección– manda a los levitas matar con espada a todos los hebreos que han fundido sus joyas para construir una estatua de oro a la que adorar. Este dios, desde su fanatismo –otro curioso sentimiento o actitud en un ser divino–, no lo puede soportar y priva a sus “súbditos” de algo tan humano y necesario como la libertad de expresión.

Sin libertad de palabra ni de creación todo es un gris espectáculo atestado de cuchillos.

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