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ROMA ETERNA… MENTE CAÓTICA (I)

Luis Moratilla

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La primera impresión que recibe el que allí llega es que se enfrenta a una ciudad estresante, anárquica, descuidada, y eso os lo cuenta alguien que vive en Madrid, donde nos pasamos el día a la carrera, como si nos fuera la vida en ello. Pero, cuando llegamos a su corazón, descubrimos también por qué es la ciudad eterna, la ciudad a la que todo el mundo quiere volver.

Y es que Roma son sus calles, sus plazas, sus basílicas, sus iglesias menores (sólo en tamaño, no en belleza), sus columnas, sus ruinas, sus museos y, por supuesto, el Vaticano. Y en cuatro días es imposible conocerla toda.

Es necesario hacer dos selecciones: la primera antes de viajar, desestimando algunas cosas, y otra ya allí, dejando para el siguiente viaje lo que va a ser imposible ver en éste. Y antes de desarrollar mi crónica, os diré que lo que más me ha impresionado han sido sus cuatro basílicas (principalmente San Pablo Extramuros), el Coliseo y la Piazza Navona.

Esta crónica la voy a enfocar de modo diferente a otras. No contaré cronológicamente lo que hicimos, sino que hablaré de cada una de las Romas que nos encontramos.

Empecemos por la organización del viaje. Tanto Anaya como el País Aguilar poseen buenos libros donde podréis encontrar una amplia descripción de los monumentos y lugares más importantes de la ciudad, pero también quiero destacar una página que a mí me sirvió de gran ayuda: http://www.losviajeros.com/foros.php?f=54 donde la gente cuenta sus experiencias y da amplios e interesantes consejos para organizar la estancia.

Lo primero que decidimos fue viajar con Alitalia, la línea regular del país (unos 130 euros ida/vuelta), por lo que el aeropuerto de destino era el de Fiumicino (ahora llamado Leonardo da Vinci). Desde allí, la mejor opción para trasladarse al centro de la ciudad (estación Termini) es el tren Leonardo Express, que por unos 14 euros nos deja en nuestro destino en unos treinta minutos.

Al viajar con Alitalia, se nos ofreció también la posibilidad de hacer el trayecto en un autobús que pone la compañía a disposición de sus clientes. Nosotros elegimos esta opción, no por ser más barata, siete euros, sino porque así podríamos conocer los exteriores de la ciudad y sus suburbios desde la ventana del autobús. Eso sí, tardamos alrededor de una hora en llegar a Termini, también punto de destino del viaje. http://www.alitalia.com/AR_ES/your_travel/organize_your_travel/alitaliabus.aspx.

El hotel lo elegimos a través de http://www.booking.com/, una página que permite hacer la reserva de forma fácil, que ofrece unos precios análogos a los de otras páginas similares, pero con una gran cantidad de opiniones de viajeros. Nosotros nos fiamos de ellas y encontramos un hotel no muy caro (en Roma es muy difícil dormir por menos de 100 euros/noche) y bien situado. El hotel que elegimos, y que os aconsejo, se llama Dórica, es un tres estrellas, aunque las estrellas allí no son significativas, y está situado en la Piazza Viminale, a unos 700 metros de Termini. Sus ventajas: su situación, la amabilidad de los empleados (uno de ellos habla un casi perfecto castellano), la limpieza, la comodidad de sus camas y que nos permitieron realizar el check-in del viaje de vuelta imprimiendo los billetes desde el ordenador de su pequeña oficina. Aunque está situado en un edificio compartido, la recepción, ubicada en su primera planta, funciona 24 horas. Solicitamos una habitación exterior, con vistas a una plaza muy bonita, frente al Ministerio del Interior, pero también algo ruidosa, por lo que debéis tenerlo en cuenta si elegís este hotel. La primera noche tuve que contar muchas ovejitas para conseguir dormirme. La segunda, con un pequeño rebaño ya tuve suficiente.

Para desplazaros por Roma y visitar sus museos debo aconsejaros la Tarjeta Roma Pass: tres días de viaje en la red de transporte urbano y entrada a dos  museos/ruinas arqueológicas sin esperar colas (no incluye Vaticano), así como descuentos en otros, todo por 24 euros. Existen multitud de puntos de venta, incluidos kioscos. http://www.romapass.it/ . Nosotros nos encontramos con la improvisación italiana: la tarjeta, incomprensiblemente, ya que estamos hablando de la ciudad más visitada del mundo y de una tarjeta exclusiva para el turista, estaba agotada, por lo que lo que compramos un billete que nos permitía utilizar durante tres días la red de transportes por once euros. Hay una tercera opción: colarse en los autobuses, el viaje sale gratis, no vimos un solo revisor en ningún momento y parece que es la opción preferida de los romanos: aparentemente nadie paga los billetes, nadie pica los abonos, el conductor está aislado por un cristal y la entrada o la salida se puede realizar por cualquier puerta de los casi siempre atiborrados vehículos: el caos es total. Roma sólo tiene dos líneas de metro, por lo que el transporte habitual será el autobús (en las paradas figuran indicados de forma clara los puntos de paso de cada uno).

Pero situémonos ya en Roma. El primer consejo: no se os ocurra viajar con tacones, el suelo está adoquinado y, entre adoquín y adoquín, hay un pequeño espacio ideal para dejarse el tacón al primer paso.

Y lo segundo: sed valientes, afrontad el peligro… ante la necesidad de cruzar las calles. Para los conductores, los semáforos no existen, las líneas continuas son simples rayas pintadas en el suelo y los pasos de cebra manchas de color indefinido. Al principio da miedo cruzar una calle, después es un desafío con nosotros mismos y, cuando te acostumbras, acaba siendo una divertida pelea con los conductores por ver quién da el primer paso sin flaquear. Unido a esto, y para que lo tengáis en cuenta, si decidís tomar un taxi os contaré nuestra experiencia en el viaje de regreso al aeropuerto: estábamos agotados y el hotel nos ofreció la posibilidad de en lugar del tren, tomar un taxi privado por 40 euros, lo que aceptamos. Pues bien, fue un viaje de infarto: el conductor no paró de hablar por su teléfono móvil, que sujetaba con su hombro izquierdo mientras que con la  mano derecha tomaba nota de nuevos servicios en un folio colocado sobre el volante, y todo eso mientras conducía por la autopista o tomaba curvas cerradas a gran velocidad: así se conduce en Roma.

Pero vayamos ya con Roma, con sus ruinas: Imprescindible visitar El Coliseo, el Palatino y el Foro, los tres incluidos en una única entrada (coste en torno a 15 euros). Algo muy importante si no tenéis la Roma Pass y, por tanto, necesitáis esperar turno para adquirir la entrada: dirigíos al Palatino, y es que si en El Coliseo y El Foro la espera puede superar la hora, en El Palatino (entrada por la Vía de San Gregorio), la espera es mínima. El Palatino se comunica directamente con El Foro, y luego la entrada al Coliseo se puede realizar sin esperar colas.

El Palatino y el Foro son lugares para pasearlos sin prisas. Si os apuntáis a una excursión guiada (se ofrecen muchas opciones en internet), os contarán qué es cada una de las ruinas que encontraréis. Si las vais descubriendo mientras paseáis, como fue nuestro caso, tendréis que imaginar cuál era su tamaño y su historia: la Basílica Aemilia, la Curia, el Arco de Tito, los templos de Saturno o Vespasiano… elegid vuestro monumento favorito. En cualquier caso, tened a mano una pequeña guía que os oriente sobre qué es lo que tenéis enfrente.

Si, como nosotros, entráis por El Palatino, la salida será por la vía opuesta, es decir, cerca de la Curia y el Arco de Septimo Severo. Desde aquí podéis acercaros a ver el Monumento a Vittorio Emanuele, quizá demasiado grande y pomposo, pero muy llamativo, erigido en honor al primer rey de la Italia unificada. En la misma plaza admiraremos la columna Trajana, concluida en el año 114, de 30 metros de altura y cuyo impresionante relieve narra las victorias de Trajano sobre los dacios. Si aún no estamos cansados, frente a nosotros tenemos los foros imperiales. Nosotros sí lo estábamos, por lo que fue una de las visitas de la que prescindimos. Por la plaza, junto al monumento de Vittorio Emanuele, pasan muchos autobuses que por la vía del Foro Imperial se dirigen al Coliseo, por lo que tomaremos cualquiera de ellos para llegar al mismo.

El Coliseo es impresionante: tenía un aforo para 50.000 espectadores, 190 metros de largo y más de 500 de perímetro, ochenta filas de gradas,  las más cercanas a la arena para los personajes importantes y las más lejanas para los estratos sociales más pobres. Su subsuelo, ahora a la vista, era un complejo de túneles y mazmorras. Aquí es aconsejable alquilar, al adquirir la entrada, un audio-guía que explica de forma detallada toda su historia, aunque eso os obligue a dejar en depósito vuestro documento de identidad. Disfrutadlo, cerrad los ojos e imaginad las luchas, dejaos envolver por su majestuosidad.

Junto al Coliseo, nos encontramos con el Arco de Constantino, erigido para conmemorar una de las victorias de Constantino el Grande: mide 21 metros y está formado por tres arcos. En su construcción se utilizaron partes de otros monumentos anteriores.

Finalmente, en esta primera entrega, mencionaré otros restos de la época: el teatro Marcelo, erigido en el año 13 a.C., con una capacidad para unas 20.000 personas y cuyas ruinas fueron incorporadas a un edificio fortaleza, lo que le dota de una belleza peculiar y también el Area Sacra, en el Largo di Torre Argentina, curiosa plaza con los restos de cuatro templos romanos y un teatro.

Y por ahora me despido. En la próxima entrega hablaremos de dónde cenar en el Trastevere, de los helados de la plaza Navona, de la chica del acordeón, del Vaticano (ya os contaré por qué su museo me recordó al Ikea) y de la misa que, después de muchos años, escuché también en el Trastevere.

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