[et_pb_section][et_pb_row][et_pb_column type=»4_4″][et_pb_text admin_label=»Text» background_layout=»light» text_orientation=»left»]

EN LOS ORÍGENES: DE MADRID A BURGOS

Luis Moratilla

[/et_pb_text][et_pb_text admin_label=»Text» background_layout=»light» text_orientation=»left»]

Hace casi un año fue abierto al público el Museo de la Evolución Humana en Burgos. Tenía muchas ganas de visitarlo, así que, en cuanto he visto la ocasión, me he dirigido hacia las tierras cidianas y del homo antecessor para conocerlo. Con unos amigos partí de Madrid un sábado por la mañana (28 de mayo de 2011). Habíamos quedado en el kilómetro 115 de la A1 a eso de las 9.30: encuentro y desayuno en un lugar muy apacible del área de las Boceguillas, restaurante muy recomendable por su entorno, su exquisita decoración y la calidad de sus productos.

Tras unos zumos, cafés y unas tostadas con tomate, proseguimos el viaje que, desde Madrid hasta Burgos, suele durar unas dos horas y media. Sin embargo, el buen viajero se detiene en los caminos y no tiene prisa. Planificado con antelación ­­–nuestro amigo Alberto se encargó del itinerario y de las reservas de hotel y visita al museo y al yacimiento de Atapuerca-, hubimos de detenernos en Lerma, villa que fue del duque de dicho nombre, el  influyente Francisco de Sandoval y Rojas, valido del rey Felipe III, y que hoy, por la corrupción de sus negocios, ocuparía portadas enteras en los periódicos y en los canales de televisión. En Lerma gastó considerables sumas de dinero para convertirla en una ciudad monumental y de espléndidos jardines hoy desaparecidos. El rey pasó largas temporadas en el palacio del duque, de estilo herreriano, convertido ahora en Parador Nacional. En su patio central -tras haber comido un lechazo asado en la tradicional Casa Antón (c/ Luis Cervera Vera, 5; telf.: 947170362), cuyas paredes se encuentran plagadas de fotografías con sus ilustres comensales-, nos alegraron el reposo unas aguas minerales y unos cafés.

Antes, por la soleada mañana de mayo, nuestros pasos recorrieron las calles de la vieja villa ducal. Es lugar que aún conserva restos de sus glorias antiguas, entre ellas el referido palacio, que el duque de Lerma ordenó comunicar con una galería de piedra que lo une a los conventos de Santa Teresa, Santa Clara o Ascensión de Nuestro Señor y Colegial de San Pedro. En esta última, de planta basilical con tres naves y girola, hay una espléndida estatua sepulcral en bronce de Cristóbal Rojas y Sandoval, tío del duque, además de un órgano de 1610. Es recomendable su visita, lo mismo que la del convento de Santa Clara, en donde, a través del torno, el viajero podrá adquirir los dulces que preparan las monjas.

Resulta reconfortante un paseo por la plaza de Santa Clara, en donde se halla el Mirador de los Arcos y el sepulcro del célebre cura Merino, guerrillero contra los franceses. Desde aquí, descendiendo por una senda de piedra, se llega hasta la referida Colegial de San Pedro, o bien, si se toma otro camino que sale a la derecha, se baja, entre frondosa vegetación, hasta la ribera del río Arlanza. Muy aconsejable para contemplativos. No deje de visitarse tampoco la Puerta de la Cárcel, uno de los cuatro accesos que tenía la villa, así como los conventos de San Blas, San Francisco de los Reyes y Madre de Dios.

A unos treinta y ocho kilómetros de Lerma se encuentra Burgos. Una vez aquí, nuestra primera visita fue al monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, importante centro de poder en la Edad Media y que ningún viajero puede dejar de visitar. Fundado en 1187 por los reyes Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, conserva importantes sepulcros reales y una magnífica colección de vestidos medievales pertenecientes a la realeza, como el pellote y birrete de Fernando de la Cerda, almohadas, capas y otros objetos, como la espada, el anillo y el cinturón del citado hijo de Alfonso X. Un lujo, sobre todo por su perfecto estado de conservación.

Desde Las Huelgas, llegamos enseguida al hotel –el Meliá Fernán González (55 euros la habitación doble)-; reposamos media hora y salimos a recorrer las calles de Burgos. Sorprende la belleza de su casco histórico, en el que ocupa un espacio privilegiado su catedral gótica, iniciada en el año 1221, y que ahora se encuentra recién restaurada. No obstante, su interior me pareció excesivamente iluminado, paredes muy blancas, que hacen que pierda ese aire de recogimiento que uno espera encontrar en un edificio religioso de la Edad Media. Por supuesto, me entretuve contemplando la Puerta del Sarmental, que he recreado en las páginas de mi novela La maldición del rey Sabio a través de las pupilas de un personaje del siglo XIII.

Burgos me pareció de nuevo una ciudad magnífica, aspirante ahora a convertirse en capital europea de la cultura en el año 2016. Casualmente, llegamos el mismo día en el que se celebraba la Noche blanca, que convirtió la ciudad en un espléndido escenario de espectáculos y puertas abiertas. Fue deliciosa la visita nocturna a la iglesia de San Nicolás de Bari situada casi al lado de la catedral. Posee un espectacular retablo del siglo XV que aún conserva restos de policromía. Los amantes de los Juicios Finales podrán contemplar también aquí la magnífica tabla anónima del siglo XVI situada justo enfrente de la puerta de acceso. Desde esta iglesia nos encaminamos hacia la cercana Santa Águeda o Gadea, en donde esa noche se ofrecía una escenificación de la vida del Cid. Fue aquí, pero en el anterior edificio románico que fue derribado para construir el actual, donde se sitúa la leyenda del célebre juramento tomado al rey Alfonso VI.

La noche nos reportó además algunos espectáculos visuales y musicales, como las proyecciones de imágenes sobre las fachadas de la catedral. Mientras las contemplaba, mi mente pugnaba por trasladarse a otros tiempos, a la vez que trataba de imaginarme una oscura noche del siglo XIII para sentir la hipotética reacción de los hombres de este periodo si hubieran visto llenarse de repente la catedral con esos colores. Sin duda, habrían pensado en milagros o avisos celestiales.

A la mañana siguiente, después del desayuno –en el hotel ofrecen dos modalidades: continental (7euros) y buffet (14 euros)-, nos dirigimos al espléndido edificio que alberga el Museo de la Evolución Humana, una obra del arquitecto Juan Navarro Baldeweg. Un autocar nos recogió a las once para trasladarnos al yacimiento de Atapuerca –previamente, habíamos reservado la visita-, a donde llegamos en unos veinticinco minutos. Una simpática y documentada paleontóloga ­-Eva era su nombre- nos fue explicando junto a los yacimientos de la Sima del Elefante, Galería y Gran Dolina todos los pormenores sobre los descubrimientos arqueológicos en esos estratos milenarios que, a fines del siglo XIX, puso al descubierto la obra de construcción de una vía férrea. Recuérdese que en el primero de esos yacimientos se ha hallado una mandíbula de más de un millón de años, perteneciente a la especie denominada homo antecessor.

Durante el recorrido por la vieja trinchera del ferrocarril, la mayor incomodidad viene dada por las casi dos horas que uno tiene que permanecer de pie escuchando las explicaciones, así como los intentos para abrirse hueco entre los participantes. Tras este itinerario didáctico, en una cueva adyacente excavada para la ocasión, contemplamos un vídeo sobre la línea evolutiva del ser humano hasta su llegada a Atapuerca.

De regreso a Burgos, comimos en un restaurante gallego situado frente a la parte trasera del Museo. A las cuatro de la tarde entramos a visitar sus cuatro plantas: 1-La Sierra de Atapuerca y la evolución humana. 2-La evolución en términos biológicos. 3-La evolución en términos culturales. 4-Ecosistemas de la evolución. Bien organizado, pero para verlo al detalle se necesitarían al menos cuatro o cinco horas.

El Museo se caracteriza por la amplitud de sus espacios y la luz que lo inunda todo. No obstante, eché en falta, entre los miles de restos recuperados en Atapuerca, un muestrario mayor de los mismos. Me pareció muy insuficiente, si bien el conjunto del Museo merece mucho la pena y es imprescindible que el viajero lo visite. Nosotros estuvimos en él unas dos horas y media, pues debíamos regresar a Madrid y no podíamos demorarnos más tiempo.

[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio