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PARÍS BIEN VALE UN VIAJE Y CIENTO (II)

Luis Moratilla

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Mi anterior crónica terminó cuando el reloj marcaba las 19,30 de nuestro primer día en París. Acabábamos de comprar los pases para recorrer el Sena (con Bateaux Parisiens, no olvidéis: ticket más barato si también tenéis el Paris Visite) y nos dirigimos al embarcadero de la Quai de Montebello.

Pasé toda la tarde advirtiendo a los míos que los ríos son fríos, que la temperatura al ponerse el sol desciende, que el frescor del agua trepa hasta el mástil de los barcos, pero mi advertencia fue vana. No quisieron pasarse por el hotel para abrigarse y los resultados fueron los esperados: el trayecto de retorno lo hicieron en la galería baja y acristalada, más calentita, pero con vistas menos espectaculares.

 Todavía no conocíamos París de día y ya íbamos a conocerlo de noche, luces iluminando edificios singulares. El primero fue el Instituto del Mundo Árabe, junto al que se encuentra el Jardin des Plantes. Nos sorprendió ver grupos de amigos que sin ningún reparo bailaban junto al río valses y tangos. Superada la Biblioteca Nacional,  el barco giró retornando al París turístico, las orillas nos fueron mostrando Notre Dame, el Hotel de Ville, el Museo D´Orsay, la Asamblea Nacional, y muchos más edificios, y sobre nosotros los puentes: el puente Nuevo, el Real, el de Alejandro III (maravilloso), y así hasta quince. La Torre Eiffel ya se veía al fondo, y, frente a ella, el Trocadero.

Fotos y más fotos, no paramos… y el frío ya traspasaba nuestra ropa, por lo que cuando ya nos acostumbramos a la grandiosidad de la torre más famosa del planeta, bajamos a la planta cubierta, abrigada y calentita del barco, desde donde volvimos a contemplar los mismos edificios, los mismos puentes, pero ahora ya tras la protección de los cristales.

El barco atracó y tocaba buscar un restaurante. En la zona hay muchos, y unas pizzas saciaron nuestro apetito. Ahí descubrimos lo juntos que les gusta cenar a los franceses, mesas pequeñas y mínimo espacio entre ellas, y lo caro que cuesta emborracharse, 6 euros un tercio de cerveza y 9 una botella de 33 cl. de un vino normalito. Hasta el día siguiente no descubrimos que las jarras de agua son gratis y en cualquier local puedes pedirlas. Aún así, y teniendo en cuenta estos detalles, la comida no es muy cara, y por menos de 20 euros por persona puedes comer en multitud de locales.

Aquí acabó la primera tarde y llegó la primera noche, aunque lo que en ella pudiera haber pasado es un secreto que me reservo para mí y mi pareja.

El domingo amaneció radiante. Teníamos el pase del autobús panorámico (Open Tour) que había que aprovechar, aunque antes, caminando, nos acercamos a Notre Dame. Aquí llegó la primera desilusión, y quizá la única de todo el viaje. La fila para subir a la Torre era inmensa, infinita, por lo que tuvimos que renunciar a ella: no pude disfrutar de la proximidad de las gárgolas ni de las vistas desde su terraza, pero sí pudimos entrar en su interior. Por mucho que os la imaginéis, Notre Dame sorprende, grande, inmensa. La portada, el órgano, las vidrieras, la cara este y los arbotantes que la sujetan, sus esculturas y pinturas; en resumen, su magnificencia: más de 13 millones de personas la visitan cada año. ¡Y tanta gente no puede equivocarse! Se construyó entre los siglos XII y XIV y supone una de las mejores muestras del esplendor del gótico.

Caminando, marchamos a la Saint Chapelle, y nuevas colas, aunque ahora ya decidimos esperar, y es que nos habían hablado tantas maravillas de esta iglesia que había que conocerla. Un aviso, aquí el Paris Musseum Pass no evita la espera, ya que ésta es para pasar un estricto control de seguridad y no para la compra de entradas. Representa otra obra cumbre del gótico temprano. Edificada en la mitad del siglo XIII, estaba destinada a contener reliquias y a ser la capilla real. Consta de dos capillas, la inferior (destaca su decoración policromada) para el vulgo, y la superior para la gente del rey, y es aquí donde podemos admirar unas paredes que no existen, todas ellas son enormes vidrieras que representan escenas religiosas. Un conjunto homogéneo de más de 15 metros de alto, brillante cuando es atravesado por los rayos del sol. Desgraciadamente para nosotros, el sol se filtraba por las vidrieras del ábside, y este estaba oculto por enormes andamios instalados para su restauración y que nos impidieron disfrutar de su luminosidad.

Junto a la iglesia se encuentra la Conciergerie, que fue palacio y residencia de los reyes de Francia primero, y prisión después, como bien podría contarnos María Antonieta si aún viviera, ya que aquí estuvo encarcelada. Interesante es visitar el gran salón, inmensa sala de armas soportada por una hilera de pilares y con una longitud superior a los 60 metros. Su contrapunto es la celda en la que pasó sus últimos días María Antonieta, también visitable.

Y como ya estábamos cansados, y como os contaba al principio, habíamos comprado el “Open Tour” y no era cuestión de malgastarlo, nos dirigimos a una de sus paradas, ya que queríamos completar una de sus cuatro rutas: la que atraviesa el barrio de Montparnasse. El autobús lo tomamos al comienzo de la rue du Petit Pont, aunque antes pudimos contemplar el exterior de la Iglesia de Saint Severin (gótico tardío, destacan sus vidrieras y sus finas gárgolas). Pero volvamos al autobús, por supuesto, sentados en su planta alta, descubierta, donde supimos del peligro de los muchos árboles de París. Elegimos este recorrido ya que es una zona sin demasiado interés (comparativamente) y en una hora pudimos hacernos una idea de sus puntos más notables, como Los Inválidos, aunque el palacio sí figuraba en nuestro itinerario del siguiente día.

Del autobús bajamos a su paso por el Boulevard de Saint Germain,  tocaba visitar el Museo D´Orsay, gratis con el Paris Musseum Pass. Sito en la rue de Lille, 62, los horarios los podéis consultar en su página www.musee-orsay.fr.  Espectacular en su exterior (instalado en la antigua estación de Orsay, el edificio fue construido para la Exposición universal de 1900 y estuvo a punto de ser demolido a principios de los años 70), maravilloso su interior, imprescindible su visita: junto a lo mejor del impresionismo (Monet, Manet, Pissarro, Cezanne, Degas, Renoir,Toulouse-Lautrec…) sus fondos incluyen más de 200 esculturas, de artistas tan reputados como Rodin, Barrias o Camile Claudel. Un baño de arte que abrió nuestro apetito.

Salimos del museo sin rumbo fijo, pues pensábamos que no nos iba a ser difícil encontrar un local económico, y empezamos a andar: junto al río, quai Voltaire, quai Malaquais, rue Bonaparte… y si en las almonedas, galerías de arte o tiendas de anticuario sirvieran comida, podríamos haber elegido a nuestro capricho, una tras otra se sucedían en estas calles, pero ningún restaurante. Desesperados, tomamos la rue Mazarine, donde ya próximos a su intersección con la rue de Buci, encontramos otro restaurante italiano, donde comimos también por un precio en torno a 20 euros un menú (entrantes + carne) tan correcto como su camarero, aunque con dos detalles muy poco elegantes: el agua que nos la sirvieron en una  botella de vino ya muy usada en lugar de las coquetas jarras de otros locales, y las coca-colas procedían de una botella de dos litros con la que rellenaban los vasos sin que eso rebajara la factura. No me cansaré de repetir que lo más caro de las comidas es la bebida: no os cortéis en pedir jarras de agua. Nuestra sorpresa fue grande cuando al salir de este local y avanzar unos metros nos topamos con la rue de Buci. Tomad nota: está llena de restaurantes, salones de té y trattorías.

Tras un corto paseo, retornamos al Sena, y es que pese a que el Palacio de Luxemburgo no estaba demasiado lejos, nuestros pies querían reposar un poco, y aún quedaban el Arco del Triunfo y la Torre Eiffel. Buscamos por tanto la parada más próxima de la línea panorámica que nos llevaría al Arco, y esta se encontraba en la Quai des Grands Agustins. Nos esperaba un bonito recorrido junto al Sena para luego atravesar la enorme Plaza de la Concordia y recorrer la cosmopolita Avenida de los Campos Elíseos, atiborrada de gente de todas las nacionalidades y de tiendas de todo tipo. En mi próxima visita prometí a mi mujer que la recorreríamos caminando, para así poder detenernos junto a los escaparates de sus lujosos comercios.

El Arco del Triunfo: http://arc-de-triomphe.monuments-nationaux.fr/ (también gratis con el  Paris Musseum Pass) se veía cada vez más cerca y cada vez más grande. Tras caminar por los últimos metros de los Elíseos, nos acercamos al Arco buscando en vano un ascensor. Uno, dos, tres y así hasta casi trescientos escalones formaban su estrecha escalera de caracol. Llegamos agotados,  y no quiero afirmar que las vistas desde allí compensan para evitar la mirada de ira de mi mujer y mi hija, que llegaron completamente agotadas. Aunque ahora que no me oyen sí os diré que a mí sí me compensaron, ya que se obtiene una visión de los cuatro puntos cardinales de París: el perfecto alineamiento de Elíseos, Concordia y Louvre, la proximidad de la Torre Eiffel, la singularidad de Montmartre y el Sagrado Corazón o la pequeña colina del Panteón. Y recordad que el Arco fue un homenaje de Napoleón a sus ejércitos, en sus 50 metros de alto están esculpidos los nombres de multitud de batallas ganadas por los ejércitos napoleónicos mientras que en la base se sitúa la Tumba del Soldado Desconocido, homenaje a aquellos que dieron su vida por Francia.

Para terminar el día solo quedaba acercarnos a la Torre Eiffel, ya muy cercana y la cena en el Trocadero, pero de ello seguiremos hablando en mi próxima crónica.

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