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LA RIOJA ALTA Y LA CASTILLA COLINDANTE

Luis Moratilla

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La llegada a Pradoluengo se produjo ya entrada la noche. Allí nos juntamos con nuestros amigos para vivir dos días inolvidables (inolvidables y divertidos. En otras ocasiones también vivimos días que nos gustaría olvidar y desgraciadamente, nunca lo conseguimos).

Pradoluengo es un bonito pueblo situado en un estrecho valle en la vertiente norte de la sierra de la Demanda y rodeado completamente por montañas y pequeños bosques de hayas. Además, también es un pueblo muy frio: era el mes de septiembre y la noche nos sorprendió con temperaturas no superiores a los cinco grados. Es también un pueblo venido a menos. Su máximo esplendor lo vivió en el siglo XIX gracias a una potente industria textil de la que ya se hablaba en textos del siglo XVI. Los inmuebles que recorren su arteria principal son antiguas fábricas de paños ya cerradas, testigos fantasmales de épocas pasadas y curiosos palacetes y casonas que recuerdan su antigua prosperidad.

Nuestro alojamiento iba a ser el albergue juvenil de la localidad (947586074, 14 hab., 90 plazas), un impresionante edificio situado a la entrada del pueblo, que antes era utilizado como escuela y que fue construido en el año 1921. Es una pena que un edificio tan magnífico, con un aspecto exterior digno de un Parador, no sea tratado con la limpieza y el cuidado que se merece. Y cuando digo esto quiero decir que el aspecto de sábanas, almohadas y colchones era deplorable, con manchas cuya procedencia era mejor no pensar y tonalidades más amarillas que blancas, su color original. Parece que las camas están pensadas para que se utilice el saco de dormir sobre ellas, considero que un precio bajo y que sus usuarios sean normalmente gente joven no justifica nunca el descuido en unas instalaciones abiertas al público. La poca limpieza de las habitaciones nos hizo pensar que las camas ni se movían para realizar esta actividad.

Pero estas carencias fueron suplidas por el ánimo que compartíamos el grupo y por la suficiente cena que nos sirvieron las dos amables cocineras (que creo que también son camareras, limpiadoras y chicas para todo, lo que explica el descuido en las habitaciones: no se puede hacer todo a la vez). El comedor es una sala amplia, con mesas alargadas, Después de comer, nuestro amigo Carlos sacó su guitarra y unos folios con canciones de todo tipo que los demás nos dedicamos a cantar y a bailar en un ambiente festivo, con la colaboración de nuestras camareras, que no quisieron perderse el ritmo, unas veces salsero, otras rumbero, de estos cuarentones venidos de Madrid.

En el mismo pueblo os recomiendo la Casa Rural Casabarria: 947586711, www.casabarria.com, aunque su proximidad a la plaza del pueblo la hace desaconsejable, si buscamos el descanso, en fechas de fiestas patronales.

La noche no  había hecho más que empezar. Era el segundo fin de semana de septiembre y, por tanto, la fiesta de “Gracias” por las buenas cosechas. Había baile en la plaza. Allí pasamos parte de la noche, bailando sin parar y disfrutando de la música de uno de tantos grupos anónimos que recorren nuestra geografía mereciendo mejor suerte y más reconocimiento del que seguramente nunca alcanzarán.

Al día siguiente, el programa era intenso. Volvíamos a adentrarnos en la cercana Rioja. La carretera que viaja de Pradoluengo a Ezcaray es impresionante. Son 25 kilómetros por zona montañosa, una carretera con mil curvas que nos ofrece paisajes espectaculares donde predominan las hayas y los robles. Si os marean las curvas, tomad una biodramina, pero no os perdáis este recorrido que, atravesando el puerto de Pradilla, os devuelve a la Rioja. En nuestro camino nos encontramos, primero, y en las inmediaciones de Santa Olalla, con una fuente de las que dicen que cura todos los males, y luego, con el pueblo de Valgañón, su iglesia románica, siglo XIII, de las Tres Fuentes y su acebal, reconocido como uno de los mayores de Europa.

Ezcaray era nuestro destino. Tenía prevención respecto a este pueblo: que si centro turístico de la zona, que si múltiples instalaciones, me hacía pensar en un pueblo sin encanto, pero me equivocaba. Ezcaray es un pueblo que ofrece todo tipo de servicios, pero que también presenta un muy atractivo casco urbano donde destaca la monumentalidad de la Iglesia de Santa Maria la Mayor y la ermita de Nuestra Señora de Allende, ambas del siglo XVIII. El coche quedó junto a la Iglesia y luego nos dedicamos a pasear, primero sin rumbo, y luego a la búsqueda de una cascada que uno de nuestros amigos afirmaba que allí existía, pero que nunca encontramos.

Sin embargo, descubrimos a nuestro paso fachadas con vigas de madera incrustada, recordando los caseríos del cercano País vasco, así como un precioso paseo todo verde que acompañaba al río y que me recordaba al maravilloso paseo de San Pedro en Llanes, aunque éste tiene la ventaja de ofrecer fantásticas vistas marinas.

No queríamos marcharnos de allí. El sol de la mañana invitaba a sentarse en el césped y dejarse acariciar por los rayos. Pero queríamos conocer el afamado Santo Domingo de la Calzada  y la torre vigía y barroca de su catedral. Sólo pudimos verla por fuera, y es que en esos momentos se celebraba una boda y solo estaba abierta para el turista la tienda de recuerdos. Y aunque no la vi, los libros dicen que la capilla absidal es puro románico, el mausoleo gótico florido en alabastro y el retablo mayor plateresco.  La talla del coro es de 1521 y la torre de 1762. La primitiva iglesia se inició en el siglo XI, concediéndose en 1232 la dignidad de catedral. El callejeo por la ciudad nos recuerda que es punto de paso de peregrinos, como así lo atestiguan los muchos que por allí se paseaban.

Llegó la hora de la comida. Unos amigos de nuestros amigos, que en ese momento también se convirtieron en amigos nuestros, nos invitaban a una barbacoa en el cercano pueblo de Belorado. Allí, en una espaciosa sala, unas largas mesas nos dieron acomodo mientras disfrutamos de chuletas, morcillas, panceta y otras viandas. Pero también hubo música, baile y danza. La jota burgalesa fue protagonista al son de la flauta y el acordeón. De aquí volvimos a Pradoluengo.

Tocaba preparar la cena, y algún loco insinuó que por qué no realizarla en un cercano refugio, situado en un claro en mitad del bosque, a unos 3 km. del pueblo. El frío lo desaconsejaba pese a que su interior contaba con chimenea, no sabíamos si utilizable o no. Pero, como los locos éramos mayoría, decidimos ir hacia allá. Fue maravilloso, casi 20 personas en un reducto pequeño, con la chimenea y el roce humano calentando la fría noche. La bebida, queimada incluida, hizo el resto. El frio se transformó en sudor, aun mayor cuando después de la cena improvisamos un baile a la luz de la luna. Solo el arroyo cercano y las estrellas eran testigos de nuestra danza, y quizá también algún que otro animal, lobo o jabalí, que seguro nos contemplaban en la lejanía con mirada entre admirada y sorprendida.

La noche se alargó hasta bien entrada la madrugada. El día siguiente tocaba la despedida, aunque aún pudimos aprovechar la mañana para pasear entre uno de los pequeños hayedos que rodean el pueblo (y es que, amigo Juan, no hace falta viajar hasta Cantabria para disfrutar de estos coloridos árboles).

La vuelta, después de comer, me deparaba una última sorpresa, y es que la carretera que une Pradoluengo con Burgos  (por supuesto, no la N120, sino la comarcal BU811) nos ofrece un paisaje de ensueño, primero entre bosques y pradera, y luego bordeando durante más de 8 km. las azuladas aguas del embalse de Uzquiza. Igual que los ríos mueren en la mar, la comarcal muere en la N120 a la altura de Ibeas de Juarros, no sin antes cruzar los famosos yacimientos de Atapuerca. Y en la mar, imaginad lo que encontramos: coches, coches, coches, pero eso ya lo conocéis de sobra, sobre todo los que, como yo, vivís en una gran ciudad.

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