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PRIMAVERA EN LA CIUDAD DE LOS CALIFAS (II)

Luis Moratilla

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Y llegó la noche, y empezó la Feria, y las mujeres se pusieron su vestido de sevillanas… y fueron las únicas. Sí, queridos lectores, la sorpresa fue mayúscula cuando aparecimos por la Feria… todo el mundo con ropa informal menos nuestras mujeres, eso sí muy guapas con sus vestidos de faralaes.

Pero vayamos por partes: como os decía, tras la cena, nos preparamos para marchar a la Feria. El Ayuntamiento hace realmente cómodo el acceso al recinto, situado en las afueras, junto al Estadio del Arcángel. El servicio de autobuses es fantástico. Once líneas con más de cien autobuses en funcionamiento se reparten la ciudad. La espera, tanto en la ida como a la vuelta (en torno a las cuatro de la madrugada), fue mínima y la línea que tomamos al volver nos dejó en la misma puerta del hotel. Si vais a Córdoba en Feria, el coche será solo un estorbo innecesario.

Y sobre la indumentaria, os cuento. Por internet, y a través de la, para mí, una de las mejores páginas en turismo rural: www.toprural.com, había preguntado en su foro si para visitar la Feria era necesario el traje y sombrero cordobés. Mi trabajo me obliga a usar traje a diario y lo que menos me apetecía era seguir con él en el fin de semana. Me respondieron que no, que podía vestir como quisiera, que la gente en las noches de Feria iba de sport. Pero con mi pregunta solo pensaba en el género masculino, ya que daba por sentado que las mujeres iban todas con su traje de sevillana (o de faralaes, que aquello no era Sevilla). Así que las nuestras, para no ser menos, se pusieron todas guapas y al traje añadieron, por supuesto, la peineta, claveles, pendientes a juego, y hasta castañuelas y abanicos. El objetivo era ser una más en la fiesta andaluza.

Pero grande fue nuestra sorpresa cuando llegamos a la Feria y allí solo se veía pantalón vaquero y ropa informal, y sí, se escuchaban sevillanas, pero también música disco, rock e incluso latina. Afortunadamente, el sentido del ridículo lo habíamos perdido hace ya bastantes años (yo desde que hace un tiempo me apunté a clases de eso que llaman batuka), así que lo que hicimos fue disfrutar de la mejor manera del momento. Y así empezamos a recorrer sus paseos, a entrar en las casetas, todas abiertas, a bailar el ritmo que sonaba, es decir, a pasarlo bien, todo ello acompañado por rebujitos, vinos de la tierra y cervezas varias. Finalmente, encontramos una caseta en la que pudimos también bailar lo que buscábamos, unas cuantas sevillanas en el embrujo de la noche cordobesa. Eran ya las cuatro de la mañana cuando decidimos regresar, que al día siguiente queríamos hacer turismo y el día sería largo.

Siguiendo mi costumbre, me levanté temprano y me fui a recorrer al trote la ciudad.

La ruta que elegí recorría los Jardines de Diego Rivas y de la Victoria en busca del rio, al que llegué en el punto en que discurre paralelo al Alcázar. Primero lo seguí por la Avenida del Alcázar y la Ronda de Isasa y luego lo crucé por el Puente de Miraflores, accediendo a un pequeño parque lineal con más cemento que jardines, pero con unas vistas estupendas de Córdoba, con el Alcázar y la Mezquita en primer plano. Volví a cruzar el río por el puente de San Rafael y allí seguí paralelo al río, siempre a mi izquierda,  por la Avenida del Zoológico.

Fue una hora de agradable y solitario correr. Cuando volví, mis amigos estaban casi preparados, por lo que, tras una rápida ducha y un enriquecedor desayuno, iniciamos el rumbo hacia la Mezquita, esta vez por la zona moderna, primero por la Avenida de los Tejares, donde encontramos oficinas de casi todas las entidades financieras y donde, por tanto, podemos rellenar nuestra cartera, y luego por la calle de José Cruz Conde,  abierta en 1926 y que acoge los principales comercios de la ciudad. Desde allí desembocamos en la Plaza de las Tendillas, que debe su nombre a las tiendas que en otros tiempos la rodeaban. En el centro se sitúa la estatua ecuestre del Gran Capitán, obra del escultor cordobés Mateo Inurria.

Y ya desde aquí, derechos a la Judería, buscando la famosísima calleja de las Flores, junto a la plaza de Benavente. La estrechez de la calleja y sus innumerables visitantes obligan a recorrerla despacito, con cuidado para no tropezar, pero aún así merece la pena incluirla en nuestro recorrido. Su final es una pequeña plazoleta con una preciosa fuente y balcones, llenos, por supuesto, de flores. Dignas de mencionar son las vistas a la torre de la Catedral.

Y ahora, por fin, iba a conocer la Mezquita. Cuarenta y seis años habían tenido que pasar, y eso que las oportunidades fueron numerosas: una parada en el regreso de una Semana Santa en Málaga en la que la encontramos cerrada y nuestra impaciencia por llegar a Madrid nos impidió esperar a su apertura; o mi año de servicio militar en Cádiz, cuando periódicamente planeaba viajes aprovechando cualquier fin de semana, planes que nunca cumplía. Ahora nada me impediría conocerla.

En el recinto entramos través del Patio de los Naranjos. Este patio, en época islámica, funcionaba como lugar de realización de actividades públicas. Los claustros actuales son producto de una remodelación total llevada a cabo en las primeras décadas del siglo XVI. Ya en el siglo XIII se hallaba plantado con palmeras, y desde el siglo XV contaba con naranjos, a los que posteriormente se añadieron olivos y cipreses.

Tras cruzar la puerta de entrada al interior de la Mezquita,  el primer calificativo que me vino a la cabeza fue el de espectacular, grandioso. Un recinto sin fin, iAbderramán IIInmenso con sus innumerables columnas y arcadas en una mezcla de estilos fruto de los nueve siglos que duró su construcción y donde predominan los rojos y los blancos.

Los trabajos se iniciaron bajo el mandato de Abderramán I en el 785. El templo primitivo estaba formado por once naves longitudinales en dirección norte-sur. Llama la atención la reutilización de capiteles de origen romano o visigodo, siendo novedoso el uso de los arcos de herradura,  procedentes del arte visigodo y adoptados por el Islam como símbolo de su arquitectura. En la primera ampliación, Abderramán II (822) amplió la sala de oración en ocho tramos hacia el sur.

Ya en el año 929, Abderramán III se proclama califa, y Córdoba se convierte en la capital del mayor reino islámico de occidente. Se construye un nuevo alminar y se amplia el patio. En el mismo siglo, siendo califa Alhaken II, se realiza la reforma más espectacular. Se añaden doce tramos más, aproximándose aún más hacia el curso del Guadalquivir. Se alternan fustes de mármol rosado y azules. Como área  principal del conjunto se encuentra la maqsura, o espacio frente al mihrab. Está decorada con zócalos labrados en mármol, ornamentados con motivos de origen sirio y con mosaicos de teselas vítreas, dotando a este espacio de un especial colorido similar a las construcciones bizantinas.

La última gran ampliación la lleva a cabo el visir Almanzor a finales del siglo x. La inminente caída del califato se vislumbra en la pobreza de materiales empleados en esta zona. Se añaden  ocho naves más en dirección este.

Posteriormente, en el siglo XVI, el Obispo Manrique consigue que Carlos V le dé el permiso para construir la Catedral en el interior de la Mezquita, y aunque podemos leer de su hermosura y cualidades, mi opinión es que nunca se debió construir: las distintas esculturas católicas que allí se encuentran me parecen fuera de sitio, y considero que es una parte totalmente olvidable, pero repito, es solo mi opinión.

La visita terminó cerca del mediodía, y aunque el estómago ya pedía alimento, todavía iba a tener que esperar un ratito. Salimos de la Mezquita rodeándola por la calle Torrijos en dirección al puente romano. Allí pudimos admirar el monumento dedicado al Arcángel San Rafael. La columna que lo sustenta se erige sobre una torre y fue realizada en el siglo XVII. Como curiosidad debo señalar que existen distintas estatuas repartidas por todo Córdoba dedicadas al Arcángel: las denominan “triunfos” y son representación de la devoción popular.

Pero como os decía, antes de comer todavía quedaba algo, y era visitar otro tipo de monumentos, tan bellos como otros más antiguos, y únicos de Córdoba. Se trataba de alguno de sus patios, y es que, aunque su apertura generalizada se produce con ocasión del Concurso de Patios ya celebrado, algunos siguen abiertos al público, siendo su precio el donativo que estemos dispuestos a dar. Nos dirigimos al Barrio de San Basilio y allí pudimos admirar dos, ambos muy bellos, con su variado colorido de rosas, claveles o jazmines, uno incluso tenía un pozo, que podía ser el de los deseos o el de los sueños.Triunfo de la plaza del Potro

Ahora tocaba comer, y en esa misma calle encontramos un restaurante, del que lo único que puedo decir es que la calidad de la comida era aceptable y su precio de menú del día bastante económico, que ya es decir bastante, dada la zona en la que nos encontrábamos. Pero de eso ya hablaremos en la próxima entrega.

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