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PRIMAVERA EN LA CIUDAD DE LOS CALIFAS

Luis Moratilla 

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Dice un romance anónimo que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor… Y por mayo era, por mayo, cuando un grupo de amigos decidimos viajar al sur, a Córdoba.

Y no para disfrutar con el Concurso de las Cruces (a primeros de mayo en plazas y pasajes se erigen cruces cuajadas de flores y adornadas con vistosos mantones de manila), ni con el Festival de los Patios (a mediados del mismo mes, en toda la ciudad, pero principalmente en los barrios de San Agustín, San Lorenzo, San Basilio o en la Judería, los innumerables patios de las casas cordobesas, el resto del año de disfrute sólo particular, se ofrecen espectaculares al visitante, cuajados de flores y macetas) o con el Concurso Popular de Rejas y Balcones, que coincide en fechas con el anterior y en el que también se engalanan con flores de todos los colores las rejas y balcones, dando a algunas fachadas el aspecto de auténticos jardines verticales.

Nuestra visita a Córdoba fue para  disfrutar de su aclamada feria, que se celebra a finales de mayo en honor a Nuestra Señora de la Salud. Y es que el grupo con el que viajábamos en esta ocasión es el grupo con el que compartimos tardes en el aprendizaje de los bailes de salón y las sevillanas, y qué mejor lugar y momento para demostrar que las clases habían merecido la pena y éramos capaces de defendernos en el más famoso de los bailes flamencos. Y aunque nuestro primer objetivo fue Sevilla, la dificultad de encontrar alojamiento, así como su fama de feria cerrada al visitante, nos hizo pensar en Córdoba, donde las casetas son abiertas a todo tipo de público, y donde tampoco faltan el paseo de caballos, los trajes de sevillana o, por supuesto, el copeo con el afamado Montilla- Moriles.

El viaje lo hicimos en AVE desde Madrid, por lo que resultó comodísimo y pudimos además disfrutar del paisaje serrano que se extiende desde Despeñaperros hasta la misma entrada de la ciudad. La travesía de Sierra Morena resultó espectacular, los olivos daban paso a desfiladeros, arroyos y dehesas, una sinfonía de tonos verdes acompañaba nuestro recorrido. Ya es hora de que olvidemos el tópico de que España sólo es verde en su zona norte. Los pueblos de Villanueva de Córdoba o Adamuz pueden ser buenos puntos de partida. En www.adamuz.es podemos encontrar rutas y casas rurales en donde pasar unos refrescantes días.

Una página para localizar los lugares de los que hablaremos en esta crónica, y otros tantos o más interesantes, es www.turismodecordoba.org. Y si queréis ver la ciudad desde el aire, además de la archiconocida maps.google.es, tenemos la fantástica replica creada por Microsoft que, de momento, existe sólo para muy pocas ciudades, aunque con la gran suerte de que Córdoba se encuentre entre ellas: http://maps.live.com/ Resulta, sin embargo, más fácil encontrarlo a través de la página turística de Córdoba, en la sección “Córdoba a vista de pájaro”.Viajeros junto a los jardines.

A Córdoba llegamos por la tarde.

El hotel que nuestra amiga Rosa, después de muchas llamadas había conseguido reservar, se llama Hotel Cisne (dos estrellas), situado en la Avenida de Cervantes, 14, teléfono 957481676,  http://plaza.telefonica.net/tienda/hotelcisne y su precio en temporada de feria es de 88 euros por noche la habitación doble y de 98, la  triple. Lo mejor del hotel es su proximidad a la estación del AVE. Andando y con maletas, no se tarda más de diez minutos, y lo peor, que su situación en una avenida con tráfico dificulta conciliar el sueño, ya que, aunque las habitaciones están insonorizadas, el ruido es inevitable. Alquilamos tres habitaciones triples, una para las mujeres, otra para los maridos, y otra para las amigas (de mujeres y maridos, no seáis malpensados). Y es que a las mujeres no les gustó eso de juntar en una misma habitación esposa, marido y amiga… aunque sólo fuera para dormir.

Tras dejar maletas y otros bártulos en las habitaciones, nos dispusimos a buscar sitio donde cenar y, de paso, realizar un primer recorrido por la ciudad.

Entre la estación y el hotel se localizan los Jardines de la Agricultura. Ellos fueron nuestro primer contacto con esta hermosa ciudad y a ellos nos volvimos a dirigir, aunque ahora en sentido contrario. Su nombre se debe a las huertas que originariamente ocupaban el recinto. Actualmente, se le conoce como Jardín de los Patos en honor a la multitud de estas aves que pueblan sus dos estanques. Su arbolado lo componen  corpulentos plátanos, olmos, acacias, moreras, naranjos, pinos y espectaculares palmeras.

Estos jardines tienen continuación en los Jardines de Diego de Rivas y de la Victoria y forman parte del Paseo de la Victoria.

Abandonamos los Jardines para entrar en la judería por la Puerta de Almodóvar, terminada de construir en el siglo XIV. Es el único acceso que se mantiene de los edificados por Abderramán I, aunque solo conserve las almenas y el adarve originales. Frente a ella se erige la escultura de Séneca.

Ya dentro de la judería, lo único que tenemos que hacer es dejarnos guiar por nuestro instinto, por olores, colores y sensaciones. Nos encontramos en el siglo XIV, las callejas, pórticos y rincones así nos lo confirman: la Plaza de Maimónides, donde se aloja el museo taurino; las calles Almanzor y Averroes; la Plaza de Tiberiades, con el monumento al famoso médico Maimónides; la del Cardenal Salazar, donde se encuentra el  antiguo Hospital Provincial de Agudos, hoy facultad universitaria y en el que destacan sus patios y claustros así como su capilla mudéjar del siglo XIII y frente a cuya fachada principal se sitúa el monumento al prestigioso oculista cordobés del siglo XII,  Al-Gafeqi; la calleja de la Hoguera, sede de la Universidad Islámica «Averroes», la calle de los judíos, donde encontramos la sinagoga, una de las mejor conservadas de toda España. Construida a principios del siglo XIV, su estancia principal está decorada con atauriques mudéjares.

Pero no olvidemos que lo que buscábamos era dónde cenar, y en Córdoba cenar equivale a tapas y tabernas. Buscábamos una llamada Mezquita, pero no sabíamos que todo lo que rodea al famoso monumento lleva su nombre: librerías, ultramarinos, bares, tascas y, por supuesto, tiendas de regalos. Finalmente, la encontramos en el número 12 de la calle Céspedes, al pie de la Mezquita. Sus más de 40 tapas y 60 vinos nos invitaban a entrar y, como afortunadamente había una mesa vacía que parecía estar reservada para nosotros, allí nos quedamos. Las tapas estaban exquisitas, aunque, si tengo que elegir, me quedo con el salmorejo, las berenjenas y las croquetas de bacalao. El precio, pese a lo céntrico de la zona, se ajustó a su propaganda, en torno a 15 euros por persona.

Y ya con el estómago lleno, nuevo callejeo, y como no éramos como Pulgarcito y no habíamos dejado señales a nuestro paso, a la vuelta variamos el recorrido. Por la calle de los Deanes y de Manríquez llegamos al Campo de los Santos Mártires, donde se sitúan los Baños Califales, construcción del siglo X, contiguos al desaparecido alcázar omeya, y que forman un conjunto de estancias abovedadas con muros de sillería que mantienen el orden clásico de salas frías, templadas y calientes.

Estábamos ya otra vez frente a la muralla y a la estatua de Averroes, en la calle Cairuán, calle que acompaña en todo su trayecto a la muralla árabe y toda ella recorrida por unos canalillos por los que siempre discurre el agua. La calle finaliza junto a la puerta de Almodóvar, y nos volvió a situar en nuestro  siglo XXI, en la ciudad moderna, la ciudad de los coches y los atascos, pero también en la ciudad de los amplios jardines y paseos. Tomando otra vez uno de ellos, el de la Victoria, llegamos al hotel. Era el momento de prepararnos para una larga noche, de irnos de feria y a la Feria, de sevillanas y copeo, pero de lo que aconteció en esa noche y en los días siguientes ya tendré tiempo de contarlo en nuestra próxima crónica viajera.

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