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DEL ASÓN AL PAS: EL CÍRCULO PERFECTO (II)

Luis Moratilla

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La noche ya era cerrada. La única luz de los alrededores era la que iluminaba el restaurante (La Coventosa, 942 678 066), propiedad también de los dueños de las casucas, quienes se brindaron a acompañarnos hasta nuestro alojamiento, no sin antes indicarnos que, si queríamos hacer alguna llamada, la hiciéramos desde allí, ya que la cobertura de señal en las casucas era nula. También descubrimos en ese momento que a la cena que traíamos desde Madrid le faltaba uno de sus principales ingredientes: el pan. Amablemente, nuestros hospederos nos regalaron dos barras, lo que fue suficiente para acompañar el embutido que nuestro estómago ya reclamaba.

De nuevo montamos en los coches, pues las casucas distaban aproximadamente un kilómetro de allí. Mi mujer dijo que iría caminando, pero le aconsejaron que no lo hiciera: para llegar a las casucas había que abandonar la carretera y seguir por un camino rural sólo iluminado por las estrellas.

Las casucas,  www.casucasdeason.com (942 678 06), nos encantaron: su interior estaba muy cuidado, con un amplio salón con chimenea (aunque apenas pudimos usarla, ya que la leña estaba en el exterior y la humedad impidió que prendiera), una cocina con todo lo necesario para unos urbanitas como nosotros, dos baños y cuatro amplias habitaciones.

Del exterior sólo pudimos descubrir el inmenso brillo de las estrellas en una noche sin luna como aquella, que apenas nos permitía distinguir el camino por el que habíamos llegado hasta allí y por el que anduvimos durante unos minutos acompañados por el sonido del río y por las sombras de las vacas que se vislumbraban en los prados que lo delimitaban.

A la mañana siguiente, comprobamos que el lugar era idílico. Estaba formado por una única calle en cuesta, con sólo cuatro o cinco viviendas en su lado izquierdo. A sus pies discurría el río Asón, separado de nuestras casas por una pequeña pradera con columpios y una barbacoa con un par de bancos y una mesa. Había también una pequeña ermita, ya abandonada, y un cementerio que todavía era visitado por los familiares de los difuntos, según pudimos comprobar al día siguiente, festividad de Todos los Santos.

Nuestro amigo Juan, siempre persuasivo, había insistido en que no podíamos abandonar Cantabria sin conocer la comarca del Pas. Tanto había magnificado la belleza de aquellos paisajes que terminó por convencernos, ayudado por el azul intenso con el que amaneció.

Por lo tanto, nada más desayunar, ocupamos nuestros dos coches e iniciamos la ruta, pero, a los pocos kilómetros y tras el primer alto frente a la cascada del Asón, nuestras mujeres dijeron que, si el día iba a ser una sucesión de curvas y puertos, ellas no querían emular a Induráin, aunque fuera en coche, y preferían retirarse ahora y no quejarse luego. No conseguimos convencerlas, por lo que las devolvimos al entorno de la casa, donde pasaron el día paseando junto a los prados y alimentándose en La Coventosa.

Nosotros reanudamos el recorrido que, atravesando varios puertos y muchas curvas, nos iba a llevar a nuestro destino. Un recorrido que para todos fue satisfactorio: Juan volvió a recordar las maravillosas vistas que se divisan del Pas tras sobrepasar el puerto de las Estacas de Trueba; José se sintió monje del medievo leyendo los mensajes dibujados en los capiteles de la Colegiata de Castañeda; yo, viajero fantasmal en la también fantasmal estación de la fallida línea férrea que debía unir Cantabria y el Mediterráneo.

Después de coronar el Collado de Asón, con unas vistas magníficas de los prados que adornan el valle de Soba, proseguimos hacia el Portillo de la Sía (1.210 m.), puerto que separa Cantabria de Burgos, y en cuya cima, además de un frio tremendo que nos dejó congelados, pudimos contemplar una larga hilera de molinos eólicos. Nunca había estado tan cerca de ellos, sus dimensiones me dejaron impresionado.

Tras adentrarnos en Burgos por la BU 573, carretera estrecha pero con buen firme y preciosos parajes, llegamos al siguiente puerto, el alto de las Estacas de Trueba (1.154 m.), que nos devolvía de nuevo a Cantabria. Para nuestro amigo Juan, y para sus recuerdos, era uno de los grandes momentos del viaje, ya que, tras coronarlo, íbamos a poder contemplar todo el valle de Pas. Desgraciadamente, la niebla impidió que la visión fuera completa y parte del valle sólo pudimos imaginárnoslo.

El descenso, despacito, no porque la carretera fuera mala, sino porque hicimos alguna que otra parada para disfrutar del paisaje que se nos ofrecía tras alguna curva o para ver de cerca la caída de alguna pequeña cascada.

Ya cerca de Vega de Pas, nos dirigimos hacia una de las estaciones (estación de Yera) de la línea que pretendía unir Santander con el Mediterráneo. Se llega por una corta carretera que sale a la izquierda (hay que estar atentos, pues no está señalizada). Fue una línea que nunca llegó a funcionar,  pese a que en 1930 estaban disponibles 360 kilómetros y sólo faltaba por decidir por dónde atravesar la cordillera cantábrica. En 1935, se decidió que la línea iría por La Engaña, Vega de Pas y Sarón. Tras la guerra civil, las obras se reanudaron en 1941, y en 1958 se culminó la construcción del túnel de La Engaña, nada menos que de siete kilómetros, pero en 1959 las obras volvieron a paralizarse definitivamente, quedando sesenta kilómetros por completar.

El paseo por la antigua vía, ahora abandonada, es del todo punto recomendable. Se une lo mágico de visitar una estación fantasma con el paseo por unas vías que nunca fueron utilizadas, atravesando dos pequeños túneles -desde los que pudimos llamar a los espíritus de sus constructores alentados por la escasa visibilidad de su interior- y contemplando un paisaje magnífico. No llegamos al famoso túnel (posteriormente he leído que dista 3 km. de la estación), aunque seguro que nos quedamos muy cerca.

A Vega de Pas llegamos casi a la hora de comer. Tras hacer algunas fotografías (incluso  a unas gallinas que se alimentaban en un pequeño prado: a los animales de ciudad cada vez nos cuesta más ver otros seres vivos que no sean perros o gatos), nos dirigimos al restaurante: El Cruce, 942595072, no tiene pérdida, ya que está en el cruce con la carretera a Selaya. Los precios son muy económicos. Creo recordar que había platos de cuchara (judías, cocido montañés…) con precios en torno a los dos euros.

Todavía se mantiene aquella costumbre que ya me sorprendió hace muchos años cuando visitamos el maravilloso hayedo del Saja y comimos en casa de nuestra amiga Toñi (Posada-Restaurante Mirador Peña Colsa, 942 706 088) de no recibir platos sino grandes perolos con el potaje o las judías para servirse hasta saciarse. Volví a pedir cocido montañés y, aunque su calidad no fue tan sublime como en el citado Peña Colsa (quizá porque el recuerdo suele mejorar la realidad), disfruté de la comida.

Partimos tras las obligadas compras de quesadas y sobaos y de que los chicos se fotografiaran junto a un fabuloso Ferrari aparcado en el centro de la plaza del pueblo.

Antes de la Colegiata, queríamos hacer una breve parada en el Palacio de Soñanes, en Villacarriedo. Esperábamos encontrar un palacio semiderruido y abandonado por el tiempo y nos encontramos con un lujoso hotel de cuatro estrellas. Afortunadamente, pudimos, además de admirar su fachada, pasear por su cuidado interior.

El palacio fue edificado a inicios del siglo XVIII y representa la construcción barroca civil más ostentosa de Cantabria. Las fachadas están decoradas con una gran riqueza ornamental. Destacan sus numerosas piezas heráldicas, sobre todo la situada en su fachada este, con las armas de los Díaz de Arce. El hotel – 942 59 06 00, www.palaciodevillacarriedo.com- tiene 28 habitaciones y un precioso jardín en su interior.

Y ya, con el sol desapareciendo en el horizonte, nos fuimos caminito de La Colegiata de Castañeda. Llegamos justo cuando su párroco estaba cerrando las puertas, lo que fue una gran suerte, ya que así pudimos tratar con su sacristán, quien, muy gentilmente, se ofreció a mostrárnosla bajo la promesa de estar sólo unos minutos que luego se alargaron, y que nos descubrió el secreto de dónde realizar las mejores fotos (aunque para ello tuvimos que adentrarnos en el cementerio cercano). La Colegiata fue levantada en el siglo XII y en su origen fue un monasterio cluniacense. Se trata de un extraordinario edificio, una de las grandes joyas del románico cántabro. Cuenta con tres ábsides, con crucero, cimborrio y torre campanario al mediodía. La portada se encuentra en el muro occidental y está compuesta por amplísimas arquivoltas sin decoración sobre jambas y columnas con capiteles de cuadrúpedos.  Tiene varios sepulcros, entre ellos el del abad Munio González, del siglo XIV.

Ya solo quedaba la vuelta. El sol había terminado de ocultarse en el horizonte y el puerto de Alisas (674 m.), con sus impresionantes curvas de casi 360º que nos esperaba en nuestro regreso -sus vistas con luz diurna fueron uno de los grandes objetivos no alcanzados de este viaje-, obligaba a mantener la concentración, principalmente la de José, nuestro escritor y, en esta ocasión, chófer. Llegamos a la casuca agotados por los 150 km. recorridos durante el día.

Tras una rápida cena, pasamos a discutir sobre la ruta del siguiente día. El objetivo era ver algún hayedo, todavía no sabíamos que el sendero que pasaba por delante de nuestra casa con final en la cascada del río Asón incluía, además de un bosque con robles y castaños, un pequeño y precioso hayedo,  así como verdes prados con viviendas del más puro estilo pasiego.

Afortunadamente, decidimos explorar ese sendero en lugar de buscar otros más lejanos y, como mucho, tan hermosos como éste. Pero terminemos ya, porque su detalle corresponde a mi próxima narración.

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