EL REY ARTURO, ¿LEYENDA O REALIDAD?

José Guadalajara

El jabalí de Cornubia vendrá en su ayuda y pisoteará los cuellos enemigos con sus pezuñas. Las islas del Océano caerán en su poder y los bosques de Galia serán suyos. Temblará la casa de Rómulo ante su crueldad, y su final será dudoso. Andará en boca de los pueblos, y sus hazañas servirán de alimento a los narradores de historias.

Estas palabras que Geoffrey de Monmouth recoge en su Historia Regum Britanniae, escrita hacia el año 1136, se encuentran en uno de los pasajes de las profecías en el que el célebre mago Merlín hace un favorable vaticinio sobre el “jabalí de Cornubia”, que no es otro, bajo una típica simbología animal de carácter profético, que el mítico rey Arturo. Más adelante, en las páginas de este mismo libro, el imaginativo historiador y fabulador que fue Geoffrey de Monmouth referirá los pormenores del nacimiento de este rey, engendrado gracias a la mágica intervención de Merlín, quien dará la apariencia del duque de Cornualles a Úter Pendragón para que así pueda mantener sin sospecha relaciones sexuales con Igerna, esposa de aquél y futura madre del rey Arturo.

Sin embargo, este mítico personaje, cuyas “hazañas servirán de alimento a los narradores de historias”, no apareció por vez primera en este afamado relato de Geoffrey de Monmouth, sino que su trayectoria histórica debe circunscribirse a unos cuantos siglos más atrás.

¿Existió como tal, cabe preguntarse, este famoso rey? Su figura y la de sus valientes caballeros de la Tabla Redonda han llenado páginas y páginas en la literatura; no obstante, su perfil historiográfico se hunde en las neblinas remotas del mundo céltico, porque Arturo, si tuvo existencia carnal, no fue un rey, sino probablemente un intrépido y arriesgado guerrero bretón de fines del siglo V que se enfrentó a los anglos y sajones para oponerse a la invasión de Bretaña. Su nombre es una derivación del latino Artorius, una forma apelativa con la que se designaba a una familia romana conocida como gens Artoria. Se sabe que ya en el siglo VI llevaban este nombre algunos habitantes de Britania, puesto quizá en recuerdo de un héroe desaparecido.

Las menciones más antiguas

Su nombre aparece por primera vez en un texto histórico que data del siglo IX; esta noticia la proporciona un tal Nennius, monje galés que compuso una Historia Brittonum en la que Arturo es citado como un dux bellorum, o sea, un jefe o caudillo de las batallas. Otros cronistas medievales se refirieron también a él, pero fueron sobre todo el tiempo y la imaginación quienes lo desempolvaron para transformarlo y agigantarlo hasta las alturas de la Fama y del brillo literario. Fue el referido Geoffrey de Monmouth quien dio el primer paso, pues su libro, que se divulgó de modo extraordinario a lo largo de la Edad Media, contribuyó a crear el mito que otros ampliarían con un sinfín de aventuras y de caballeros pululando en torno a su espléndida corte. Ya se habían forjado entonces algunos hitos, como su victoria en la batalla de Mons Badonicus y su terrible combate contra Medraut o Mordred en Camlann, donde ambos contendientes entregaron la vida; sin embargo, casi todos los detalles de su biografía, base para su desarrollo en infinidad de relatos e historias de todos los tiempos, se encontraban ya en Monmouth: su nacimiento, la intervención de Merlín, su coronación como rey, su boda con la bellísima Ginebra, sus conquistas, su supuesta muerte, su traslado a Avalon… y hasta el nombre de su famosa espada, Caliburnus, más conocida como Excalibur.

Después, la leyenda se fue ampliando con nuevos ingredientes, impregnados muchos de ellos con retoques cristianos debidos a la intervención de avispados clérigos que introdujeron componentes morales y piadosos en sus relatos. Esto vendría más tarde, pues ni Robert Wace, que realizó en francés una versión literaria de la Historia Regum Brittanniae, ni el inglés Layamon, que hizo lo mismo hacia comienzos del siglo XIII, insistieron demasiado en estos aspectos religiosos. Unos años antes, cuando aún los monjes de la abadía de Glastonbury no se habían inventado la historia de las tumbas de Arturo y Ginebra, un genial fabulador había creado ya para la literatura el sorprendente mundo artúrico.

Amores y aventuras

En versos de ocho sílabas distribuidos en pareados escribió Chrétien de Troyes sus novelas. Pero ¿quién está detrás de este nombre? Todo aficionado a la literatura artúrica no debe olvidarse de este autor francés que vivió en la segunda mitad del siglo XII. A pesar de su lejanía en el tiempo, sus novelas –lo que se conoce como roman courtois- son aún capaces de fascinar al lector que quiere sumergirse en un mundo de aventura y fantasía, en donde el amor sentido a la manera cortesana, con su sensualidad y sutilezas psicológicas, es también otro de los componentes fundamentales: “Amor sin temor y sin miedo es fuego ardiente y sin calor, día sin sol, cera sin miel, verano sin flor, invierno sin hielo, cielo sin luna, libro sin letras”, como escribirá Chrétien de Troyes en Cligés, una de sus primeras historias. Así pues, amor y aventura constituyen el entramado de estas novelas que recogen la vieja tradición artúrica y la transforman en una imaginativa sucesión de episodios, en los que siempre la magia, el misterio y la intriga se derraman por sus páginas.

Chrétien de Troyes es prácticamente un desconocido. Su biografía, como la de tantos otros autores antiguos, se limita a una serie de datos históricos que han llegado hasta nosotros. Su apellido, Troyes, indica tal vez que nació en esta ciudad francesa de la Champagne, emplazada junto al río Sena. Vivió quizá entre los años 1135 y 1183, aunque estos límites cronológicos no se puedan mantener con seguridad. Es seguro que estuvo en las cortes de María de Champagne, a quien dedicó una de sus obras, y más tarde en la del conde de Flandes, de quien escribió de forma elogiosa y aduladora en la dedicatoria que le dirigió en la última de sus novelas, que dejó inacabada, quizá porque murió por el tiempo en el que la componía: “Chrétien siembra y echa la buena semilla de una novela que empieza, y la siembra en lugar tan bueno que no puede quedar sin gran provecho, pues lo hace para el más prudente que existe en el Imperio de Roma. Se trata del conde Felipe de Flandes, que vale más que Alejandro, de quien se dice que fue tan bueno”.

La imagen del rey Arturo

Cinco novelas conocemos de Chrétien de Troyes; al menos cinco son las que se conservan, pues se tiene noticia de alguna más que no ha llegado hasta nosotros. En ellas, el rey Arturo nunca es protagonista de las notables aventuras que una tras otra se suceden en sus páginas, aunque será siempre el punto obligado de referencia. Los numerosos caballeros que pasan por su corte la toman como modelo de cortesía y esplendor, en donde todo aquel que se precie ha de acudir para probar sus armas en el torneo, o en el combate contra los enemigos. El rey Arturo o Artús recibe allí el homenaje de los más valerosos personajes, y a él acuden desde los lugares más remotos de la Tierra para que les conceda el honor de nombrarlos caballeros. Eso es lo que hace, por ejemplo, Alejandro, hijo del emperador de Grecia y Constantinopla, según refiere Chrétien en el Cligés, que he citado más arriba: “Había oído hablar del rey Arturo, que reinaba por entonces, y de los nobles que le rodeaban y que siempre le acompañaban, puesto que su corte era temida y afamada en todo el mundo”. Lo mismo hará Perceval, quien, movido por su deseo de convertirse en caballero, le pregunta a un campesino por el lugar en donde se encuentra la corte: “Campesino que llevas un asno delante, enséñame el camino más recto para ir a Carduel. Quiero ver al rey Artús, que dicen que allí hace caballeros”.

Las cinco novelas de Chrétien -Erec y Enid, Cligés, Yvain, El caballero de la carreta y El cuento del Grial- remiten constantemente a esa maravillosa y fascinante corte del rey Arturo, que suele alojarse en diferentes castillos o palacios de su reino: Caradigán, Carduel, Winchester, Caerleon y Tintagel, entre otros. El rey, como máximo señor feudal, es el centro de un mundo en el que reinan la generosidad, la cortesía, el amor y la fidelidad, pero también la traición, el deshonor y la muerte. Chrétien de Troyes ha convertido las leyendas artúricas en relatos dinámicos y atractivos, dando así un impulso decisivo a lo que se conoce con el nombre de Materia de Bretaña. El rey Arturo, que surgió de entre las nebulosas historias célticas, adquiere en estas obras una forma definitiva, como rey modélico, generoso y cortés. En torno a él se agruparán los mejores caballeros del mundo, sentados en esa mítica Tabla Redonda que mencionó por primera vez Robert Wace en su Roman de Brut, aunque fuera sobre todo un autor de fines del siglo XII llamado Robert de Boron el que daría a este símbolo de la tradición artúrica un mayor significado. Para él, esta Tabla Redonda de la corte del rey Arturo posee un profundo sentido religioso, pues se trata en realidad de la tercera mesa redonda de la historia, hecha en recuerdo de la que reunió a Cristo y a sus apóstoles en la Última Cena y de la que congregó después a José de Arimatea en torno al Grial, cuyo culto estableció desde entonces. La Tabla Redonda del rey Arturo, creada por el mago Merlín, simboliza la grandeza e igualdad de todos los caballeros que se sientan junto a ella en su corte, una corte que Chrétien de Troyes recreará así al principio de su Erec y Enid:

El día de Pascua, en primavera, el rey Artús había reunido la corte en Caradigán, su castillo; nunca se vio tan rica corte, pues tenía muchos y buenos caballeros, atrevidos, valerosos y fieros, y también ricas damas y doncellas, hijas de reyes, hermosas y gentiles.

La muerte del rey

Su final ya se menciona en los Annales Cambriae del siglo X, en donde Medraut y Arturo murieron en la batalla de Camlan. Será Geoffrey de Monmouth quien precise el modo de su desaparición con estas palabras: “Y el propio Arturo, aquel famoso rey, fue herido mortalmente y, trasladado desde allí a la isla de Avalón a fin de curar sus heridas, cedió la corona de Britania a su primo Constantino, hijo de Cador, duque de Cornubia, en el año 542 de la encarnación del Señor”. Éste es el comienzo de otro mito. El viaje de Arturo a la isla de Avalon, conocida también como Insula Pomorum, es la culminación de una esperanza inmensa. Los bretones, que habían sido vencidos por los anglos y sajones, mantuvieron la expectativa de un posible regreso del rey Arturo. Es el rey “muerto y no muerto”. Es una forma de mesianismo que ha tenido muchos desarrollos a lo largo de la historia. Cuando los monjes de Glastonbury a fines del siglo XII quisieron hacer creer que habían encontrado en los alrededores de su monasterio las tumbas de Arturo y Ginebra, sepultaron de un golpe la leyenda del retorno del rey soñado. Así, las mortales heridas de Arturo, que iba a curar su hermana Morgana en Avalon, isla que representa una especie de paraíso terrenal, no serían sanadas nunca.

Hacia el año 1230 se había concluido ya lo que se conoce con el nombre de Lanzarote en prosa, un ciclo de tres novelas compuesto por Lanzarote, la Búsqueda del Santo Grial y la Muerte de Arturo. Todas estas novelas se incluyen además dentro de la serie conocida como Vulgata, a la que hay que añadir la Historia del Santo Grial y Merlín. En la última de ellas, siguiendo esta tradición cristianizada de la muerte de Arturo, éste es herido por Mordrez, convertido aquí en su propio hijo. De este modo lo recoge la novela. “Así mató el padre al hijo y el hijo hirió de muerte al padre”. Después Arturo, que no logra reponerse de un golpe que le había hendido el cráneo, rendirá su vida. En su tumba podrá leerse la siguiente inscripción, poniéndose así término a una historia de leyenda: “AQUÍ YACE EL REY ARTURO QUE DOMINÓ, POR SU VALOR, XII REINOS ”.

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