LOS JUEGOS EN LA EDAD MEDIA

José Guadalajara

ajedrez-tablas-templ mLos juegos, el entretenimiento, la diversión, el “deporte” –en el sentido medieval que posee el verbo “deportar”, es decir, divertirse, solazarse- son muy a menudo tratados en los escritos medievales. Así, el rey Alfonso X el Sabio, por ejemplo, hacia 1282, auspició la composición del Libro de ajedrez, dados y tablas (Jacobo de Cessolis escribió en el siglo XIV su Juego del ajedrez) o, ya en el XV, Juan Alfonso de Baena ponderó la importancia del juego en la vida de los hombres.

En este pasaje, perteneciente a la novela reseñada al final del mismo, se hace un balance de los diversos juegos con que los hombres se entretuvieron en la Edad Media.

“Además, los reyes, príncipes y grandes señores suelen ver, oír y tomar otros muchos modos de diversiones, placeres y entretenimientos, como ver justar, tornear, arrojar lanzas y jugar cañas, lidiar toros, saltar saltos peligrosos, ver jugar esgrima de espadas, dagas y lanzas, jugar con la ballesta, la flecha y la pelota, ver jugar juegos de manos y acrobacias, así como participar en juegos de tablas, ajedrez y dados, con que se divierten los señores, así como naipes y otras muchas y diversas formas de juegos. Así mismo, los reyes, príncipes y grandes señores usaron otras muchas maneras de juegos, en los que reciben mucho deleite y agrado, como cazar en las orillas de los ríos con halcones y azores o en los campos con galgos y otros canes, persiguiendo liebres, zorros, lobos y ciervos. […] Pero, con todo esto, mucho mayor deleite, placer y diversiones reciben y toman los reyes, príncipes y grandes señores leyendo, oyendo y entendiendo los libros y otros escritos de los notables y grandes hechos pasados, por cuanto se aclara y alumbra la mente y se despierta y ensalza el entendimiento, se glorifica la discreción y se alimentan, mantienen y reposan todos los demás sentidos, oyendo, leyendo, entendiendo y sabiendo todos los notables y grandes hechos pasados que nunca vieron, oyeron ni leyeron” (Prologus Baenensis).

A toda esta variedad de actividades lúdicas se deben añadir las diversiones que se desarrollaban durante las numerosas festividades del año. En los últimos siglos medievales había hasta cien días festivos, entre domingos, fiestas religiosas, civiles y populares. En ellos, como hoy en día, siempre quedaba espacio para el ocio. También era muy frecuente celebrar con diferentes juegos las entradas de los reyes a una ciudad, una coronación, las bodas reales, los nacimientos de infantes, la llegada de un embajador, una victoria militar…

pelotaEntre los juegos a los que se refiere el texto del siglo XV, además de los típicos torneos, justas y pasos de armas (como el de Suero de Quiñones en el que murió el caballero Asbert de Claramunt), eran muy habituales los llamados “juegos de cañas”, en los que varias cuadrillas de jinetes se lanzaban cañas (en realidad, eran varas de madera de diferentes tamaños) que chocaban en el aire o contra los escudos, aunque, algunas veces, golpearan los cuerpos de los caballeros contendientes e, incluso, los hirieran o mataran.

Menos violento era la palma o juego de pelota, practicado, en una de sus modalidades, en un terreno dividido en dos espacios diferentes en cuanto a dificultad y dimensiones, y separados por una línea trazada en el suelo, generalmente con una hilera de piedras. El juego consistía en golpear una pelota con la mano o un palo y enviarla al campo contrario. El equipo que conseguía lanzar la pelota a un punto concreto de ese campo o hacía fallar al adversario ocupaba entonces el terreno de menor dificultad, lo que le daba una gran ventaja.

A juegos como éste, o como la soule ―también un juego de pelota muy popular―, hay que añadir aquellos que no implicaban destreza física, tales como las cartas, los dados, las damas, el ajedrez y las tablas.

Las cartas o naipes se dice que las inventó un tal Nicolás Pepín, cuyas iniciales N y P figuraban en las primeras barajas; de ahí la palabra “naype”, según el célebre diccionario de Cobarruvias. Estas cartas se mencionan por primera vez en el mundo occidental en el siglo XIV, aunque es muy probable que tengan un origen oriental. Hubo muchas leyes que prohibieron los juegos de cartas; sin embargo, la imprenta contribuyó muchísimo, a partir de la segunda mitad del siglo XV, a difundir la baraja y, por lo tanto, sus diferentes juegos.

 Sobre el juego de las damas se discute también su origen, que, tal vez, pueda estar en España, aunque no haya que descartar una posible procedencia francesa del mismo. En principio, por su práctica tranquila y sosegada, fue un juego muy apropiado para mujeres; de ahí, quizá, venga su nombre.

imagen-4Pero fueron los dados uno de los juegos más populares que practicaron todas las clases sociales en la Edad Media. Por ejemplo, el rey Fernando el Católico fue aficionadísimo a ellos. Se jugaban en las calles y en las casas, pero, sobre todo, en las tafurerías o tahurerías, que eran las casas de juego. En Francia llegaron a crearse escuelas de dados, pues eran numerosísimas las variantes y formas de jugar. El rey Alfonso X el Sabio habla de ellos en su Libro de ajedrez, dados y tablas y menciona muchas de estas modalidades: la triga, el azar, la marlota, la rifa, el panquist, la guirguiesca, el par con as… Solía jugarse con tres dados de seis caras, a veces con dos dados, que podían estar hechos de piedra, fuste, metal o hueso, aunque los mejores eran considerados estos últimos. Se jugaba con apuestas y había muchos tahúres que llegaban a empeñar hasta sus propias ropas en las partidas. Daban lugar a peleas y muertes, lo que hizo que se escribieran leyes para regularlos, como el Ordenamiento de las tafurerías del citado rey Alfonso X el Sabio. Así, a los que blasfemaban o insultaban durante el juego se les imponían diversas sanciones que llegaban incluso, cuando los blasfemos eran reincidentes, a castigos corporales como recibir cincuenta azotes o someterse al corte de la lengua.

Frente al azar de los dados, el ajedrez fue considerado el más noble y honrado de los juegos. Su origen se encuentra en el chaturanga de la India, que pasó a Persia con el nombre de chatrang y que llegó a España por medio de los árabes. El ajedrez medieval presenta algunas diferencias con el ajedrez de nuestros días: por ejemplo, la dama (que se conocía entonces con el nombre de alferza) podía mover solo un escaque o casilla en diagonal, mientras que el alfil solo podía hacerlo de tres en tres. Tampoco existía entonces el enroque. Las reglas actuales no fueron imponiéndose hasta fines del siglo XV y principios del XVI.

dado-300x249Era frecuente en la Edad Media, además de jugar partidas completas, que el juego se centrara sobre todo en dar la solución a determinadas posiciones (lo que hoy se llaman problemas de ajedrez) y que eran conocidas con el nombre de “juegos de partido”, procedentes de los mansubat de los ajedrecistas islámicos. El libro de Alfonso X presenta 103 de estas posiciones. Finalmente, las tablas, que mezclaban el ingenio y la suerte de los dados, fue otro de los juegos más practicados durante la Edad Media. Son el antecedente del actual backgammon. Había muchas formas de jugarlas, pero su tablero era siempre el mismo, es decir, una superficie dividida en cuatro cuadras de seis casillas cada una y con una franja central que separa las dos mitades del tablero. Se empleaban quince tablas o fichas redondas y dos o tres dados, dependiendo del tipo de juego. Así podemos hablar del juego de los doce hermanos, el doblet, las fallas, la pareja de entrada, el emperador, el laquet, todas tablas, el cab e quinal, la bufa cortesa, la bufa de baldrac…

Sin duda, en la época medieval hubo otros muchos juegos, ya que el juego es considerado una actividad connatural y necesaria al ser humano. Como escribe Alfonso X: “Porque toda manera de alegría quiso Dios que tuviesen los hombres para que pudiesen soportar las penas y las dificultades cuando les viniesen, los hombres buscaron muchas formas para que esta alegría la pudiesen recibir sobradamente. Por esta razón encontraron e hicieron muchas maneras de juegos y trebejos con los que alegrarse”.

Fragmento de la novela JUEGO DE TABLAS, de los escritores Dinadaus y Montealbar.

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