ALAMUT

Pedro Centeno Belver

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Cuenta Marco Polo en sus Viajes la leyenda del Viejo de la Montaña, singular personaje que consiguió adoctrinar a una serie de jóvenes que, desde la defensa de la causa ismaelita, estaban especialmente entrenados para el combate y el asesinato. Si era preciso, no dudarían en entregar sus vidas en la causa. Estamos en la Persia de los últimos años del siglo XI y, pese a ser un reducido número de guerreros, su capacidad para el asesinato selectivo consiguió aterrorizar a poderosos sultanes, visires y califas.

De esta leyenda sobre los consumidores de una droga (hashashini significa “consumidores de hachís”) parte ya en el siglo XX Vladimir Bartol para realizar una novela histórica (1938) de las que marcan un antes y un después en el género. Y lo hace porque es capaz de reactualizar todos los motivos de los apenas tres capítulos en los que se detiene Marco Polo para hablar del Viejo (Hassán o, también, para sus acólitos, Seiduna) y configurar una buena novela crítica de la actualidad, también histórica, del momento en que era escrita. En efecto, nuestro erudito polígrafo hace una semblanza de los regímenes totalitarios y de la manera en que se inculcan una serie de dogmas que vienen a favorecer en exclusiva al megalómano de turno.

Esa gran fortaleza, Alamut, que Seiduna lograría conquistar mediante una artimaña, sin derramamiento de sangre (una de las grandes virtudes de este auto-proclamado profeta es la inteligencia que, por otro lado, en los pro-hombres va muy ligada a la locura) sirve de base de entrenamiento de los jóvenes guerreros, pero también es un emplazamiento ideal para la resistencia a los ataques del sultán y un entorno muy propicio para crear un Paraíso como el descrito en el Corán, a la postre muy importante en el desarrollo de la novela.

La ambientación en el siglo XI se consigue correctamente gracias al buen manejo de las jerarquías musulmanas y a una excelente exposición de los acontecimientos históricos. Un detalle significativo es que buena parte de ellos se espigan en la propia educación de los jóvenes, de modo que la parcialidad con la que son descritos, que se deja notar con elegancia, aporta más realismo si cabe a la integración del lector en la cultura del no tan frecuentado mundo del Oriente Medio.

Los personajes son descritos y cuidados con mimo moviendo al lector a empatizar especialmente con algunas muchachas (Halima, Myriam, Sara,…) y algunos de los jóvenes (especialmente Ibn Tahir, Sulaimán y Yusuf), arrancando nuestra historia con la llegada de Halima, niña de extremada belleza a ese Paraíso ficticio y continuando con la iniciación de Ibn Tahir en la doctrina ismaelita más ortodoxa y en esa especie de casta de élite que constituirán los fedayin. Sin embargo, lo que comienza  como un trenzado de ambas historias se va uniendo hasta fluir como una historia con muchos puntos en común hábilmente enlazados. La galería de personajes, pues, se irá incrementando hasta copar todo un crisol variado y muy bien definido, incluso en el caso de aquellos que aparezcan más circunstancialmente.

El tiempo en la novela transcurre como un flujo continuo en el que se presta atención a los detalles más puntuales con el fin de desprender perlas que aporten verosimilitud a la narración (no hemos de olvidar que el propósito es actualizar la novela y que se parte de una leyenda que, pese a estar muy extendida, no está consolidada mediante pruebas), sin embargo, la aparente morosidad transcurre agradablemente y el ritmo de la acción se incrementa cuando es oportuno (en algún combate o, por ejemplo, la narración del pasado de Myriam en primera persona). Además, las descripciones son precisas y preciosas cuando han de serlo, acompañadas por la fuerza que van cobrando los personajes conforme transcurre la narración. En este sentido, el camino iniciático de los personajes es el mismo que realizará el lector que, desde la empatía que ya hemos mencionado tratará de comprender los propósitos de los diferentes personajes (incluso los de Seiduna). Esto es posible por la evolución psicológica, acentuada por el conocimiento de nuestro autor de esta disciplina, que experimentan, sobre todo, los dos personajes principales, Halima e Ibn Tahir.

Ambos jóvenes destacarán pronto para la misión que pretende encomendarles Seiduna. Si el mancebo es “listo como un gato”, hábil con las armas y, además, poeta (como lo fuera Omar Khayam, que aparece fugazmente en algunas páginas), Halima será la más bella de todas las muchachas, causa de no pocos enamoramientos. Myriam será la muchacha más sensual, mano derecha de Seiduna y encargada de las tareas más delicadas; otra mujer también importante será Apama, vieja quisquillosa y bruja, enamorada locamente de Hassán y fiel seguidora.

Pero en toda esta acuarela es especialmente interesante el propio Hassán, Seiduna. El profeta cuenta cómo ha sido capaz de entender que la religión no tiene ningún valor para él, pero se sirve de ella y de la fe ciega que puede inspirar a los fieles para llevar a cabo su plan de expansión. Como dijimos más arriba, Hassán, el Viejo de la Montaña, había conseguido hacerse con la fortaleza de Alamut mediante una artimaña. Considerado como loco por muchos, no será su única treta y, después de proclamarse auténtico profeta afirmará tener las llaves de las puertas del Paraíso. Por ello los jardines, estancia habitual de las muchachas (que, como en el Corán, serán de gran belleza y permanentemente vírgenes, gentiles y serviciales a los hombres) se convertirán en un idílico lugar al que sólo tendrán acceso los elegidos por Seiduna. El círculo envolvente con el relato de Marco Polo se cierra cuando el profeta administra una píldora de hachís a los héroes para darles acceso al mismísimo Paraíso.

Y, precisamente, en esto radica la reactualización del momento histórico en el que se define nuestra aventura. La consagración de un cuerpo de élite cuya fe ciega en el sistema que representan (sea teológico, político o las dos cosas), las astucias de los dirigentes para mantener a la población rendida a sus propósitos y el “lavado de cerebro” son comunes en la doctrina de nuestra novela y los regímenes totalitarios denunciados por ella en 1938. Desgraciadamente, de hecho, esta forma de actuar está continuamente de actualidad.

Se llega de esta manera a una especie de teoría del “todo vale” con el fin de lograr unos propósitos que, por otro lado, nada tienen de ultraterrenales. Más bien, Seiduna parece muy a favor del disfrute del momento y en numerosas ocasiones deja entreverlo haciendo estallar las diferencias entre lo que dice y lo que piensa, entre cómo actúa y cómo hace actuar. Sin duda la experiencia de este personaje es una de las principales razones para sumergirse en esta gran novela.

De esta manera, tenemos en Alamut la unión perfecta entre historia, novela, pensamiento y religión que la hacen maravillosa. Es más, es una novela que ha ganado mucho con el transcurso de los años y, pese a que una novela histórica ambientada en el Oriente Medio, sin la firma de un autor de best-sellers, bien documentada y muy bien trabajada (es decir, con todos los ingredientes para que en el injusto mercado editorial no salga bien parada), se comenzó a traducir tardíamente; en la actualidad,  se puede leer en casi cualquier idioma.

Nuestra sugerencia de este número es, pues, diferente en este nuestro subgénero de la novela histórica. Y, por eso mismo, se hace indispensable su lectura, máxime cuando consigue transportarnos a un mundo del que hoy por hoy se conocen más prejuicios que simpatías. El pulso de la esencia del hombre, de sus creencias, de la búsqueda de la belleza, de los placeres, la historia y de sus razones y sinrazones, late con fuerza en esta fortaleza.

Bienvenido a Alamut.

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