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PROTAGONISTAS SANGUINARIOS EN LA NOVELA HISTÓRICA

Sabino Fernández

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A lo largo de nuestra extensa historia como seres humanos son numerosos los personajes que, en mayor o menor medida, han actuado de forma “sanguinaria”. Entendemos por sanguinario no necesariamente el derramamiento de sangre “per se”, sino un elemento de crueldad en las acciones que haya hecho famosos a estos personajes por su especial ensañamiento. No hay que olvidar que mucho de lo que hoy consideramos extremadamente cruel o sanguinario no necesariamente lo era en determinadas épocas.

Un segundo condicionante no menos importante es la “buena prensa” o “mala prensa” que determinados protagonistas históricos han tenido. Es evidente que Julio César hizo una auténtica limpieza étnica en las Galias, que otro tanto hizo Carlomagno con los sajones, que el bueno de Balduino I de Jerusalén al mando de sus piadosos cruzados hizo que la sangre llegase por los tobillos de todos los soldados tras matar a viejos, mujeres y niños de toda Jerusalén, o que el emperador Constantino mandó matar a su propio hijo Crispo y ahogar en el baño a su mujer Fausta, y podemos decir que “se quedó tan ancho”.

 ¿Por qué a Hitler, con todo merecimiento, se lo considera un tirano sanguinario y, en cambio, a Napoleón, un héroe nacional? En este breve análisis se van a tratar personajes principalmente medievales que han sido descritos en la novela histórica como especialmente crueles o sanguinarios. No pretendo hacer un análisis pormenorizado de sus personalidades, pero sí explicar un poco cómo llegaron a tales extremos o qué hay de cierto o falso en determinadas leyendas sobre ellos, que han sido trasladadas, en mayor o menor medida, a la novela histórica.

 Uno de los “no medievales”, (siglo XVI), es Iván IV de Rusia, conocido como Iván el Terrible. Perseguido desde la infancia por la nobleza rusa ―los boyardos, que lo mantuvieron como a un prisionero pordiosero―, forjó un carácter cruel y vengativo. Se decía que se deleitaba torturando perros o matándolos al tirarlos desde las torres. Luego utilizó estos mismos animales para despedazar personas. Primero con su guardia de los «streltsí», y luego, con la más sanguinaria de los “opríchnik”, eliminó sistemáticamente a pueblos enteros y, por supuesto, a sus odiados boyardos. Llegó a matar a su hijo y heredero Iván en un ataque de furia. Se habla de gente empalada, hervida en enormes ollas a fuego lento, fustigadas por látigos hasta la muerte…

¿Qué puede explicar esta conducta? Evidentemente, el zar, desde pequeño, pudo haber sido “psicopatizado” por su ambiente hostil o pudo ser víctima de la sífilis que acababa en locura en muchas de sus víctimas. De todas maneras, hay un elemento espurio en este relato y es que Iván IV centralizó profundamente el estado ruso, acabando casi de raíz con el poder de la nobleza y mucha parte del clero (a pesar de los delirios místicos o supersticiosos que también se le achacan). Esto era imperdonable para cierta parte de la historiografía. En este sentido, tenemos un ejemplo español muy similar que es el de Pedro I el Cruel de Castilla, que probablemente no fue ni más ni menos cruel que sus contemporáneos y homónimos Pedros, de Portugal y Aragón.

Una visión bastante acertada de Iván la tenemos en la novela de Vladimir Volkoff Los hombres del zar.

 Otro personaje con infancia difícil y madurez terrorífica fue Gengis Khan. Tras el envenenamiento de su padre por una facción tártara rival, este noble mongol tuvo que vivir en la indigencia con sus hermanos y estuvo en muchas ocasiones al borde de la muerte o prisionero y maltratado. Esto forjó su fuerte carácter, cruel y autoritario. Más que querido por sus hombres fue fuertemente temido y consiguió lo que nadie había hecho: unir a las tribus turco-mongolas en un solo imperio. Su estrategia de guerra psicológica, que causaba el terror sacrificando poblaciones enteras y destruyendo todo a su paso, fue muy eficaz durante su reinado como medio de conquista. Su desprecio por todo lo cultural u organizado, si no era de pura aplicación militar, llevó a que sus hordas fueran el mismo diablo personificado en toda Asia primero y, con sus descendientes, en la propia Europa. El terror mongol llevó al mundo civilizado al borde del colapso. Se le puede aplicar el apelativo del mayor destructor de la Edad Media, sin tener una personalidad claramente psicopática como ocurría con Iván El Terrible. Son numerosas las novelas históricas sobre Gengis: Corral Lafuente, Vasili Yan, Paula Sargent, Conn Iggulden… son algunos de los muchos autores que han retratado a tan interesante personaje.

 Uno de los reductos que arrasaron las tropas mongolas fue Alamut, el principal refugio del Viejo de la Montaña. Cuando esto ocurrió ya no gobernaba el fundador de la secta de los asesinos Hasan-i Sabbah, un ismaelita fanático que extendió el terror en todo el Oriente Medio. De fuerte formación religiosa, se contaba que fue amigo del gran poeta Omar Jayyam y del gran político Nizam al Mulk, al que luego mandaría asesinar. Tras unos años de predicación, logró conquistar para sus incondicionales el inexpugnable castillo de Alamut. Desde allí creó un sistema de terror bastante original hasta el momento. No tenía grandes ejércitos, tan solo algunas fortalezas en sitios casi inaccesibles y unos fieles seguidores, los cuales, se cree que influidos por una fuerte religiosidad y el uso abusivo del hachís (parece que de ahí deriva el nombre de asesinos), eran capaces de sacrificar su vida por su líder asesinando a cualquier personaje que, por poderoso que fuera, pudiera estorbar los designios de su líder. Califas, emires, reyes cruzados, grandes políticos o líderes religiosos temblaban ante la sola mención de El Viejo de la Montaña y durante muchos años sus órdenes fueron leyes. Se dice que sacrificó a dos de sus hijos por motivos nimios como beber vino (contraviniendo la ley coránica) y su crueldad y ascetismo lo hacían temible. Tras su muerte, la figura del Viejo de la Montaña se mantuvo, pero con distintos líderes ismaelitas, hasta la caída de Alamut en manos mongolas. En la novela de Vladimir Bartol, Alamut, en Samarcanda de Amin Maalouf o en la de Freidoune Sahebjam, entre otras muchas, podemos seguir su historia.

 Que Bram Stocker tiene mucho que ver en la leyenda negra de Vlad Tepes, con su versión de Drácula, es indudable, pero parece que el individuo, además de ser un gran patriota valaco, un poco cruelillo sí que era. Como casi todos los personajes tratados, tuvo una infancia difícil. A los trece años fue enviado como rehén al sultán turco Murat II, criándose con el conquistador de Constantinopla Mehmet II, uno de los hijos de Murat. Tras este exilio en corte tan distinta a la suya, se encontró con un padre y un hermano muertos a manos de los boyardos o nobles del reino, a los que profesó desde entonces un odio parecido al de Iván El Terrible. Utilizó siempre métodos muy crueles en sus expediciones guerreras y contra sus enemigos boyardos, pudiendo calculársele hasta casi 100.000 personas (hombres, mujeres y niños) empalados, de donde le viene el sobrenombre Tepes (Empalador). Solo en 1459 empaló a 30.000 colonos sajones que se le habían revelado y no querían pagarle tributo. Formó un “bosque de los empalados” mientras lo festejaba comiendo y bebiendo tranquilamente frente al horroroso espectáculo, al que se añadían despedazamientos y torturas varias. Dicen que el propio Memet II (no precisamente un pusilánime en materia guerrera) llegó a vomitar al ver sus “bosques de empalados”.

Son numerosísimas sus anécdotas de crueldad: desde rajar a una amante su vientre por mentirle sobre un embarazo, hasta empalar a un boyardo en un palo más alto por no aguantar el olor a vísceras de sus “bosques de empalados”, reunir a pordioseros y gitanos para luego cerrar las puertas y masacrarlos… Hay en la literatura intentos para justificar su odioso carácter en relación con la época y sus crueldades inherentes. Novelas como las de C.C. Humphreys o Jesús Martín nos alejan de la visión distorsionada de Bram Stocker, aunque tampoco creo que hagan justicia al verdadero Vlad Tepes.

 A nuestro siguiente protagonista también lo hizo famoso un escritor muy posterior como fue Charles Perrault con su Barba Azul. Es Gillés de Rais, un noble francés seguidor de Juana de Arco. Por sus hechos en las batallas llegó a ser Mariscal de Francia. En su infancia presenció la muerte de su padre destripado por un jabalí. Si fue este hecho o una psicopatía esquizoide lo que le llevó a tremendos crímenes, es difícil saberlo. El hecho es que utilizó a miles de niños para que fueran torturados, violados, colgados de ganchos y otras crueldades mientras hacía prácticas nigrománticas y satánicas que le producían una tremenda excitación sexual. Tras su retiro del campo de batalla, estas prácticas se volvieron tan frecuentes y tan evidentes que ni siquiera sus poderosos amigos lograron salvarle de la horca. Su propia declaración en el juicio que puede leerse en la obra de Juan Antonio Cebrián, El mariscal de las tinieblas, es verdaderamente escalofriante. Joris-Karl Huysmans, en Allá lejos, retrata magistralmente su personalidad. Otras novelas, como las escritas por Michel Bataille o Michel Tournier, también pueden ilustrar la vida de este indigno personaje.

 No menos famosa es la llamada Condesa Sangrienta, Elisabeth Báthory, una aristócrata húngara de los siglos XVI y XVII. Perteneciente a la alta nobleza de su país, padeció de pequeña ataques probablemente epilépticos. Luego se casó con otro célebre empalador: Ferenc, “El caballero negro de Hungría” (vamos, otro angelito). Pero es al quedar viuda cuando su desenfreno se extiende y empieza a torturar y utilizar la sangre de sirvientas y jóvenes de los alrededores para prácticas de rejuvenecimiento y magia. Se le atribuyen quemaduras en los genitales, baños en sangre, decapitaciones, utilización de todo tipo de instrumentos de tortura de la época, etc. Se dice que pudo matar a más de 600 chicas y, aunque por ser noble, se libró de la ejecución inmediata, fue emparedada y murió tras más de cuatro años en este tormento. Hay quien argumenta que fueron sus enemigos políticos quienes forjaron su leyenda, pero es difícil sustraerse a los hechos probados. Su vida está reflejada en novelas como Ella, Drácula de Javier García Sánchez o La condesa de Rebecca Johns.

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