RECORRIDO POR LA EDAD MEDIA HISPÁNICA A TRAVÉS DE LA NOVELA HISTÓRICA (I)

Sabino Fernández

El arte y lahistoria - Edad Media - Arquitectura Románica - Oviedo - Santa María de Naranco 05La Edad Media –de un modo simbólico- comienza con la caída del último emperador del Imperio Romano Occidental, Rómulo Augústulo. Por ello empezaremos este recorrido por la Edad Media del territorio hispánico desde esta emblemática fecha.

La península ibérica es invadida por varias tribus “bárbaras”, la mayoría de origen germánico, de las que acaba predominando claramente la rama goda occidental, es decir, los visigodos. Con capital primero en las Galias, luego en Cataluña y, finalmente, en Toledo, se desarrolla un reino visigótico en la península, muy poco tratado en la literatura histórica. La excepción a esta regla son dos momentos históricos notables. El primero, el reinado de Leovigildo y la rebelión de su hijo Hermenegildo en Sevilla, con el trasfondo de la transformación religiosa del arrianismo al catolicismo que llevaría a cabo Recaredo. En la novela histórica primitiva (vamos a darle este calificativo a la novela decimonónica o de principios del siglo veinte, con tintes nacionalistas, románticos y en cierta forma épicos) es claro el papel de ambos. Hermenegildo es retratado como un ferviente cristiano que, abrumado por una fe incorrecta, decide, junto con su esposa franca (y por tanto, ya católica), rebelarse contra el hereje Leovigildo y su malvada madrastra Gosvinta. Solamente en la actualidad, con novelas como las de María Gudín, empieza a colocarse en su sitio el papel real de la revuelta, más política que religiosa, y un acercamiento más acertado a un excelente rey como fue Leovigildo.

El segundo punto de inflexión en la novela histórica de época visigótica es la caída de este reino por las luchas intestinas entre los partidarios de la casa de Witiza y los de Don Rodrigo, con dos participaciones estelares: el conde Don Julián, gobernador de Ceuta, y los propios musulmanes, que acabarán conquistando la península. En este punto son pocas las novelas históricas que se libran de citar todos las leyendas que rodean la situación. Se suele citar el episodio de la violación de La Cava, hija de Don Julián, y la traición de éste como venganza contra Don Rodrigo; incluso suele incluirse el episodio, más que probablemente ficticio, de la apertura de la cámara de Toledo en que se vaticina la llegada de los musulmanes a la península. Autores como Edward Rosset tampoco contribuyen mucho a desligar el entuerto y otros aún lo lían más inventando una poco probable supervivencia de Don Rodrigo tras la derrota de Guadalete.

En las montañas asturianas nace lo que podríamos catalogar como el primero de los reinos medievales verdaderamente hispanos (entendiendo por tal una mezcla entre el sustrato hispano-romano y la nobleza visigótica) a partir de lo que las crónicas árabes califican como un grupo de “pollinos montañeses”. Es el episodio del inicio de la Reconquista con Don Pelayo al frente y de nuevo elementos legendarios difíciles de erradicar los que componen la mayoría de las novelas históricas. La novela histórica primitiva no obvia la intervención divina con la aparición de la Virgen de Covadonga, ni el episodio de la violación de Ermesinda, hermana de Don Pelayo, por el gobernador de Gijón, el musulmán Munuza, como desencadenante de la rebelión astur. La novela más moderna elimina el elemento milagroso, pero persiste en el motivo del honor infamado como causa del alzamiento, cuestión demasiado manida para darse en todas las circunstancias (diríase que las mujeres son las causantes de todas las guerras a este paso y especialmente a causa de la pérdida de su “virtud”). Poco por tanto se ha aportado para esclarecer las verdaderas razones del inicio del reino astur desde la novela histórica.

Sylvester_I_and_ConstantineEn el naciente reino asturiano, dos reyes son especialmente abordados en alguna (escasa) novela histórica. Fruela es uno de ellos, pero, indefectiblemente, es retratado como tirano y cruel, además de causante de la pérdida de la línea cántabra del reinado durante un importante periodo. Mauregato es igualmente maltratado por la novela histórica como usurpador y cercano colaborador de la corte cordobesa, incluso con algo tan humillante como el tributo de las cien doncellas. Aunque la figura de Fruela pudiera corresponder a su “imagen” en la novela histórica, es mucho más discutible la de Mauregato, del que prácticamente desconocemos todo, incluido su origen. Un buen acercamiento a lo que fue el reino astur la hace Fulgencio Argüelles en su novela sobre uno de los creadores del románico asturiano, Ramiro I, pero es una isla entre tanto océano.

Tras el reinado de Alfonso III, la corte es trasladada a León y el reino pasa a denominarse astur-leonés y con el tiempo derivará en los reinos de León y Castilla. Por esta línea seguiremos en esta primera parte de nuestro artículo. El siguiente hito en la novela histórica es Alfonso VI, su hermana Urraca, su hermano Sancho, El Cid, el juramento de Santa Gadea, la toma de Toledo y alguna amante de origen musulmán del rey Alfonso. Son temas muy tratados en la novela histórica. El influjo del Poema del mio Cid deja su huella y casi la totalidad de la novela sobre el caballero de Vivar lo retrata tal cual el poema lo pinta. Hombre honesto, leal hasta la médula, traicionado por su rey, apenas hay novela que lo retrate como lo que realmente pudo haber sido, un soldado de fortuna, ambicioso, que llegó a tener tanto poder que podría considerársele como casi otro rey en la franja hispana y que mantuvo unas lealtades dudosas, cuando menos. Alfonso VI fue sufriendo un ablandamiento de su figura, pasando de ser un desagradecido, fratricida y cruel a un rey con ambición política pero muy beneficioso para el reino de Castilla y León y forjador de la convivencia entre las tres culturas. Es así como las últimas novelas históricas lo retratan. De esa convivencia entre las culturas judía, musulmana y cristiana, no siempre tan idílica como nos muestran algunas novelas, son especialistas algunos escritores como Ángeles de Irisarri, Magdalena Lasala o Frank Baer. Hay que señalar en ese punto una clara evolución de la novela ciertamente nacionalista, que denigraba el elemento judío y no dejaba muy bien tratado al musulmán, a una novela más realista con la importante aportación de ambos grupos étnico-religiosos en la formación de la España actual.

Muy bien retratado es, sin embargo, el periodo del reinado de la reina Urraca y sus enfrentamientos con el obispo Gelmírez en varias novelas históricas actuales, como Urraca de Lourdes Ortiz, que marcó una importante pauta de realidad histórica.

mercadoEl siguiente punto de interés en la novela histórica es, cómo no, la victoria cristiana en las Navas de Tolosa. La batalla o los alrededores de ella son citados en numerosas novelas, en las que unas con más acierto que otras nos dan una lección sobre armamentos de la época, composición de las mesnadas, rencillas en el caudillaje o las estrategias de unos y otros adversarios. Sería prolijo enumerar los autores que tratan el tema, algunos con un buen estudio pormenorizado de la batalla.

Otro reinado que no deja indiferente es el del rey Alfonso X “El Sabio”. Clásicamente retratado como un gran rey, amante de las ciencias y las artes, creador de la escuela de copistas de Toledo, defensor de la concordia entre las tres culturas, es en la actualidad cuando empiezan a publicarse las primeras novelas críticas contra su reinado, realmente nefasto por la fallida intentona de la corona imperial con el consiguiente arruinamiento de la hacienda castellana y la muy mal resuelta cuestión de la sucesión del rey. Novelistas como Sánchez-Adalid o el titular de esta Página, José Guadalajara, ya retratan a un Alfonso X más cercano a lo que realmente fue. También proliferan últimamente las novelas sobre una cuestión menor para el reino: la venida de la princesa noruega Cristina y el ninguneo a que es sometida en la corte a la que había acudido para casarse con el hermano del rey.

Alguna autor trata del reinado de Alfonso XI, pero la novela histórica centra su siguiente punto de interés en el reinado de Pedro I “El Cruel” y las luchas con su hermanastro, Enrique de Trastamara. Aquí también se vive una transformación desde el retrato de un Pedro I vengativo, cruel y despiadado a la más realista visión de un rey solo, enfrentado a un ristra de hermanastros con demasiadas ambiciones. Pedro I no fue más cruel que sus homónimos de Aragón o Portugal y en las novelas más recientes empieza a ser reconocido como tal.

Parecidos procesos padecieron los últimos reyes que citaremos en esta primera parte de este artículo: Isabel y Fernando, los “Reyes Católicos”. Enrique IV había sido estigmatizado como cornudo, incapaz e impotente y escasamente preocupado por las tareas de gobierno al delegar sus responsabilidades en el marqués de Villena. Esta visión sesgada ha sido corregida por los novelistas más contemporáneos, como José Guadalajara o Almudena de Arteaga, que disminuyen la minusvaloración de este rey y legitiman a Juana “La Beltraneja” como más legítima heredera, en contra de Isabel la Católica. Ésta ve así afectada su imagen de reina ideal. Otro tanto ocurre con Fernando de Aragón, un rey taimado, astuto y muy ambicioso, digno de ser el inspirador de El príncipe de Maquiavelo, que de ser el gran adalid de la creación del estado español en novelistas como Vizcaíno Casas ha pasado a representar un papel más realista en la novela histórica más actual.

Es bueno que los novelistas vayan abogando por la desmitificación de ciertos reinados y axiomas de la novela histórica clásica, para que, poco a poco, podamos acercarnos más, también a través de la ficción literaria, a la realidad de la Historia.

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