EL ANÓNIMO ENAMORADO

José Guadalajara

1532044_10151877714713193_1075121686_nLa poesía latina medieval depara muchas sorpresas. Es de sobra conocida toda la tradición del amor cortés en lengua provenzal que, originaria del sur de Francia, inundó desde el siglo XII las cortes de los grandes señores. Sin embargo, quizá resulte más extraño –tal vez por más desconocido- que en un ámbito monacal nos encontremos con una colección de poesía amorosa como la que se ha conservado en un manuscrito del siglo X en el monasterio de Santa María de Ripoll de Gerona. En varios de sus folios, aprovechando que nadie había escrito en ellos, una mano anónima copió unos versos de amor –amatoria carmina- que datan casi con toda seguridad de la segunda mitad del siglo XII.

¿Quién era este enigmático clérigo que escribió que “en amores hierve la tierna juventud, cuando suavemente trinan a coro las avecillas todas, y dulcemente canta el silvestre mirlo”? Nada conocemos de él, salvo que nos revela su encendido amor hacia una tal Judit, difícilmente identificable, que es mencionada en uno de los veinte poemas que componen esta colección de Ripoll.

“Su nombre, si alguno lo pregunta, lo diré, pues hermoso será: la J en orden precede, la U junta lugo viene; la D, tercera, se pondrá luego, dése a la I el cuarto puesto, resérvesa el final a la T: así está el nombre completo”.

Esta especie de acróstico en el que se descubre la identidad de la amada se cerrará, en la siguiente estrofa, con una declaración de amor eterno. Pero no se trata ya de un amor idealizado y envuelto en las neblinas de las imaginaciones y los sueños por el que suspira el poeta, puesto que así parece desmentirlo uno de los poemas de este cancionero en el que el enamorado refiere las circunstancias de su primer encuentro. Ahora, sin embargo, será una tal Flora -¿tal vez la misma Judit bajo esta  convencional denominación poética?­- la que se descubra ante sus ojos y, acompañada por Venus, se le acerque tras haber entrado a su casa. No escatima palabras para rememorar el encuentro de ambos:

“Ni me impidió palpar sus senos, que tan dulces de palpar me fueron. Nos fuimos al lecho, nos abrazamos los dos a un tiempo;  lo demás que tomar se me dejó no me pesó tomarlo. Por ello deseo que ella viva siempre feliz, pero con este añadido: que viva para mí”.

Estos versos, y otros del mismo estilo que aparecen en el manuscrito de Ripoll, se conjugan con expresiones sensuales y encendidas confidencias amorosas. A veces son los sueños del poeta los que le colman de ilusiones y codiciados deseos. Pero es el erotismo el que una y otra vez reaparece en estos versos latinos:

“Si verdaderos fueran los sueños que yo sueño, continuamente me llenaría de gran gozo (…) Besando sus mejillas palpo sus pechos, y luego aquel más dulce secreto hago realidad”.

A falta de identidad, se le conoce como el Anónimo Enamorado, una denominación que ya empleó Nicolau d´Olwer, el primer editor de estos poemas y que, junto a otros aparecidos en otros manuscritos del monasterio de Santa María de Ripoll, constituyen los Carmina Rivipullensia. Este Anónimo Enamorado continúa aún siendo un enigma.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio