UN VIAJERO DE LA EDAD MEDIA

José Guadalajara

San-Borondon¿Quién o qué fue San Borondón? ¿Un santo o una isla legendaria?

Borondón o Brendanus fue un monje irlandés que vivió en los siglos V y VI y que emprendió largos viajes por las islas Órcadas, las dos Bretañas y Shetland, además de fundar numerosos monasterios. Su vida se sostiene entre la realidad y la leyenda. La Navigatio Sancti Brendani abbatis, compuesta en torno al siglo VIII, nos refiere su periplo viajero, y la Vita Sancti Brendani nos proporciona los datos principales de su biografía.

Pero San Borondón –o Brandán- es también una isla misteriosa y enigmática, la que aparece y desaparece, una isla que en los planisferios antiguos ha conocido diversas ubicaciones, aunque la más difundida sea la que la sitúa en el archipiélago canario. Su nombre procede quizá de este santo del siglo VI, quien, supuestamente, la habría descubierto. Tal vez el origen de la leyenda se relacione con una isla a la que arribó el monje irlandés y que, a la postre, resultó ser un enorme pez –una ballena conocida con el nombre de Jasconius- sobre cuyo lomo celebraron Borondón y sus monjes, en varios años, la misa de Pascua.

A principios del siglo XII, otro monje llamado Benedeit, partiendo de la Navigatio a la que toma por modelo, compone en lengua anglonormanda el Viaje de San Borondón. En éste, el que fuera abad de Clonfert emprende, junto a catorce monjes de su monasterio, un viaje en barco  -un currach o coracle-  que durará siete años y cuyo objetivo será llegar al Paraíso terrenal. La navegación está siempre amparada por el auxilio de Dios y, así, con esa fe y confianza, no teme ningún peligro y confía en llegar a su destino.

Ya desde el comienzo del relato  –el libro consta de 1840 versos-, Borondón es presentado como un auténtico héroe: “Este santo de Dios nació de reyes, / de la tierra de los irlandeses, / y como era de linaje real / estaba destinado a nobles fines.” Enseguida, se destaca su obsesión por conocer en vida el lugar del Paraíso, ya que “antes de morir quería saber / qué morada habrán de tener los buenos / y qué lugar habrán de tener los malos, la retribución que cada cual recibirá”. Motivado por esta idea, tras los preparativos oportunos, emprende el ansiado viaje que le llevará por numerosas islas y tierras, entre la realidad y la más desaforada fantasía: el castillo deshabitado, la copa robada, la isla de las ovejas, el gran pez, el paraíso de los pájaros, la isla de Ailbe, la fuente embriagadora, la batalla de los monstruos marinos, la gran columna de vidrio y el cáliz, el herrero del infierno…

sanborondon22Antes de alcanzar su meta, un día vislumbrarán un promontorio rocoso sobre el que “estaba sentado un hombre desnudo”. Este encuentro les permitirá a Borondón y a sus monjes conocer las terribles penas que padecerán los condenados al Infierno, ya que el hombre que allí se encuentra no es otro que Judas, que les contará los suplicios eternos que padece a causa de su más grave pecado.

Yo soy Judas, el que servía

a Jesús, a quien traicioné.

Yo soy el que vendí a mi señor

y por tal falta me ahorqué.

Desde luego, los lectores u oyentes medievales del Viaje de San Borondón debieron sentirse sobrecogidos y aterrados con estas descripciones macabras y desgarradoras puestas en labios del que fuera considerado discípulo maldito de Jesús. El propósito moral y la coacción implícita en estas descripciones constituyen lo que he denominado en algunos de mis libros y artículos de investigación “terror didáctico”, practicado tantas veces por la Iglesia para atraerse multitudes y corregir conductas “equivocadas”.

Esos suplicios referidos por Judas son capaces de conmover hoy mismo a cualquiera, y así debió sucederles a muchas mentes crédulas e indefensas como debieron ser las de la mayoría de las personas que vivieron en los siglos medievales. Los casi trescientos versos que Benedeit dedica en este pasaje del libro a la enumeración de los castigos basta para hacerse una idea de la importancia que confiere a la lección edificante, por lo demás tantas veces destacada en el Viaje.

De esta manera, cada día de la semana, y de un modo cíclico, Judas recibe su ración correspondiente de suplicio. Como ejemplo, léase lo que se le reserva para los viernes:

Entonces me despellejan todo el cuerpo

hasta que no queda nada de piel

y en hollín, mezclado con sal,

me revuelcan en carne viva.

Mas de inmediato me recubre

nueva piel para repetir mi tortura.

Diez veces al día me despellejan entero

y me revuelcan en la sal

y, después, me hacen beber, hirviente,

una mezcla de plomo y cobre.

En contraste con esta espeluznante tortura se describen  las delicias del Paraíso, a donde Borondón y los suyos arriban después de siete años de viaje. En este lugar reina cada día “un suave verano, / con frutos de los árboles y flores frescas, / con caza muy abundante / y ríos rebosantes de peces / y otros que manan leche”. Se ha cumplido por fin el sueño de San Borondón de conocer el Paraíso antes de su muerte. Después regresará a su monasterio en Irlanda, en el que vivirá aún algunos años más en medio de la admiración de cuantos lo rodean. “Cuando llegó su hora de morir, / volvió allá donde Dios le había destinado”.

El Viaje de San Borondón de Beneit pertenece al género de la literatura de visiones, que tan granados frutos dio en aquellos tiempos en los que la ficción y la realidad se mezclaban en un mismo recipiente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio