EL ÉXITO DE LA NOVELA HISTÓRICA

José Guadalajara

DibujoaSi Walter Scott levantara la cabeza y contemplara el revuelo editorial, los millones de lectores, los montajes publicitarios que giran hoy en día en torno a lo que conocemos como novela histórica, estaría satisfecho con las consecuencias de haber dado impulso decisivo, allá por 1814, a un género en el que la Historia y la Ficción se repartían sus papeles. Este novelista escocés, del que Chateaubriand escribió en sus Memorias de ultratumba que “había pervertido la novela y la historia: el novelista se ha puesto a hacer novelas históricas y el historiador, historias novelescas”, debe ser considerado el verdadero creador de este género novelístico que tanto éxito tiene en nuestro tiempo. Bien es verdad que a Sir Walter Scot tampoco se le escaparon los laureles del triunfo en su propia época, pues novelas suyas como Waverley, Ivanhoe, El talismán o Quintin Durward conocieron un éxito clamoroso e influyeron en el desarrollo y tendencias de la novelística europea. En España, en concreto, que desde la segunda mitad del siglo XVII acusaba una escasez de novelas –género que pasó a considerarse ínfimo durante mucho tiempo-, vino a reavivar la pasión por la lectura y pronto el autor escocés se convirtió en predilecto, llegándose a crear incluso una colección de novelas bajo su nombre que, en 1832 –año de la muerte del novelista-, llegaba al volumen diecinueve.

Dos años antes Ramón López Soler publicaba Los bandos de Castilla o el caballero del Cisne y daba impulso en España a la novela-histórico romántica con los propósitos de dar a conocer el estilo de Walter Scott y crear la novela histórica española. De este modo expresaba la novedad el joven López Soler, uno de los primeros románticos españoles, cuya vida se truncó con veintinueve años:

La obrita que se ofrece al público (El caballero del Cisne) debe mirarse como un ensayo, no solo por andar fundada en hechos poco vulgares de la historia de España, sino porque aún no se ha fijado en nuestro idioma el modo de expresar ciertas ideas que gozan en el día de singular aplauso.

El éxito, a partir de entonces, estuvo asegurado y, tras López Soler, cientos de novelistas se lanzaron a una empresa que daba suculentos frutos tanto a los escritores como a los editores que empeñaban sus patacones (palabra usada por algún editor) en este producto tan afortunado.

Hubo de todo: novelas de calidad literaria (El señor de Bembibre de Enrique Gil y Carrasco, por ejemplo) y lo que empezó a denominarse novela por entregas y novela histórico folletinesca que, en general, adolecían de multitud de defectos, aunque también entre ellas pudieran encontrarse honrosas muestras de literatura. Verdaderos especialistas del género, que dictaban a la vez varias novelas a varios secretarios, fueron Julio Nombela, Florencio Luis Parreño, Ramón Ortega y Frías, Torcuato Tárrego y el superdotado Manuel Fernández y González, autor de unas doscientas novelas, que ganó dinero “a espuertas” y que lo derrochó de manera sorprendente en fiestas y banquetes que pagaba con generosidad.

(c) National Galleries of Scotland; Supplied by The Public Catalogue Foundation
Walter Scott

Tras este desarrollo fulgurante de la novela histórica y pseudohistórica en la primera mitad del siglo XIX, se produciría, a partir sobre todo de 1870, el triunfo del Realismo, que aminoró la influencia del género histórico, aunque no por ello desapareciera, como demuestran, por ejemplo, algunas de las novelas históricas que escribió Benito Pérez Galdós, como la larga serie de sus Episodios Nacionales, o Luis Coloma, muy aficionado a este género.

Para abreviar, dejando ya a un lado otras manifestaciones importantes -algunos escritores de la Generación del 98 (Valle-Inclán, sobre todo),lo mismo que otros de la época franquista que volvieron una y otra vez a la Guerra civil como materia novelable- se puede concluir que el género conoció una sorprendente revitalización en España a partir del éxito en 1980 de El nombre de la rosa de Umberto Eco, novela histórica ambientada en el siglo XIV y que, como era lógico, fue llevada poco después al cine por el director Jean-Jacques Annaud. Esta novela –de no fácil lectura, por cierto- encandiló con su peripecia detectivesca y sus personajes a miles de lectores, y hoy en día puede afirmarse, sin lugar a dudas, que es un clásico del género. Puede comprobarse esta afirmación en las respuestas que dan muchos aficionados a la novela histórica cuando se les interroga sobre sus títulos favoritos, tal como se aprecia, por ejemplo, en el foro Ábretelibro.com, en donde El nombre de la rosa aparece destacado en la lista de preferencias.

Siete años después del año dos mil, bajo capa de novela histórica, circulan las más numerosas especies de híbridos literarios, sin que esta expresión tenga, por mi parte, ningún sentido peyorativo en su uso. No todas poseen la misma calidad ni pretensiones, puesto que el género histórico ofrece numerosas variantes o subgéneros, según tendré ocasión de explicar en otro momento. Los lectores gustan de ellas y las editoriales complacen sus gustos, lo mismo que las librerías, en donde pueden admirarse secciones enteras dedicadas al género o torres que ascendiendo desde las mismas raíces del suelo se levantan orgullosas para estar al alcance de la vista y de las manos.

También ahora, como en el siglo XIX, hay de todo: autores y lectores. Como dicen algunos: “Para gustos están los colores”.

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