BERLANGA

Juan Angulo Serrano

 Se ha dicho en bastantes ocasiones que, cuando los historiadores del futuro quieran documentarse sobre las características, valores y comportamientos de las sociedades del llamado primer mundo durante la segunda mitad del siglo XX, deberán ver las películas de Woody Allen.

Pero si lo que se quiere conocer es la sociedad española de esa época, sobre todo durante el franquismo –dejémonos de eufemismos y dígase dictadura franquista – resultará imprescindible revisar las películas de Luis García Berlanga, que acaba de fallecer. Por eso me parece oportuno hablar de él en esta Página.

Por otra parte, ya han transcurrido sesenta años desde su primer film, Esa pareja feliz, codirigida con Juan Antonio Bardem, tiempo suficiente como para tener la necesaria perspectiva histórica de la obra de un cineasta que nos dejó un retrato asombroso de ese tiempo, tocando casi todos los temas de la vida diaria que afectaban a aquel pueblo, inocente y conformista, lleno de perdedores que intentaban adaptarse como podían a un entorno sobre el que tenían poquísima capacidad para modificarlo. Casi toda su filmografía es coral, con multitud de personajes, algunos episódicos, pero con una poderosa carga de humanidad. En bastantes ocasiones es difícil discernir si existen protagonistas. Utilizaba magistralmente el plano/secuencia, con diez, quince o más personajes en la escena, hablando y moviéndose todos a la vez.

Casi ningún tema escapó a su aguda y crítica mirada: vivienda, burocracia, pobreza llena de dignidad, beatería, poderes fácticos, relaciones de pareja, Iglesia, milagrería, enchufes, tardo-franquismo, aristocracia decadente, pena de muerte, erotismo, corrupción, burguesía adocenada, Guerra Civil, aislamiento, cárceles…. pero siempre bajo su poderoso prisma de ironía y humor negro que, aparentemente, lo dulcificaba, pero dejando una huella indeleble en el espectador, documentando lo duros que fueron aquellos tiempos oscuros.

No fue muy prolífico pues; a pesar de haber estado rodando durante cinco décadas, solo realizó dieciséis películas. Voy a referirme, principalmente, a las tres que considero sus obras maestras, aunque toda su filmografía es digna de volver a revisarse. Creó un neorrealismo a la española, que poco o nada tiene que envidiar a los De Sica, Rosellini, etc., a quienes admiraba.

Bienvenido Mr. Marshal (1953), ya dejó atisbar que nos encontrábamos ante un genio. ¿Cómo pudo pasar la censura? Es algo que muchos nos preguntamos, así como sobre otras de sus obras. Estados Unidos, al acabar la Segunda Guerra Mundial, inundó Europa de dólares con lo que se conoció como el Plan Marshal para la recuperación de los países devastados. Pero España, que también estaba destrozada por nuestra contienda y el aislamiento posterior, no recibió nada debido a las simpatías del Régimen por el nazismo.

Berlanga plantea todo ello en una comedia encantadora. Esa escena de todo el pueblo –el ya famoso Villar del Río, en realidad Guadalix de la Sierra – formando una cola interminable para pedir a los americanos cosas elementales y así mejorar su ingrata pero alegre existencia. O el inmortal discurso del alcalde, el genial José Isbert, diciendo aquello de: como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esta explicación que os debo, os la voy a dar. Que yo, como alcalde vuestro que soy…. que hoy tiene una vigencia mucho mayor que entonces, al oír hablar a una gran parte de nuestros políticos.

Y la tremenda desilusión del pueblo, que ve pasar a los yanquis sin detenerse, frustrando sus humildes esperanzas, teniendo además que empeñarse para pagar los gastos de toda la parafernalia montada para el recibimiento. Lo curioso es que consiguió mantener el Marshal del título, a pesar de que entonces se iniciaban las relaciones con E.E.U.U y nuestra inclusión en los organismos internacionales.

Fue premiada en Cannes pero, al parecer, no consiguió la Palma de Oro porque Edward G. Robinson, miembro del Jurado y al que, curiosamente, le afectó la caza de brujas en su país, se enfadó muchísimo por una escena en la que su bandera se va hundiendo lentamente en una ciénaga. Fue suprimida posteriormente. Y Berlanga tuvo que declarar en la comisaría por haber estado repartiendo unos dólares promocionales en los que aparecían las efigies de Lolita Sevilla y Pepe Isbert, en vez de la de George Washington. En aquella época de aislacionismo, cuando un embajador venía a presentar sus cartas credenciales se le paseaba por toda la Gran Vía de Madrid en una deslumbrante carroza, escoltado por la guardia mora de Franco, a caballo. Se cuenta que al embajador americano le agradó muchísimo este recibimiento, sobre todo al ver los carteles anunciando esta cinta. Se apellidaba Marshal y creía que estaban puestos allí en su honor.

Siente un pobre a su mesa era el título que quiso darle a su rodaje de 1961, pero la censura no se lo admitió, así que lo cambió por el de Plácido. Para mí la mejor, la más demoledora de todas. La campaña de sentar un pobre a su mesa en la Nochebuena fue real, auspiciada desde el Régimen.

Vemos al pobre Cassen –Berlanga se la jugó con él, pues sólo era un cómico famoso– yendo al banco, al notario, de nuevo al banco y recorriendo las casas de los burgueses bienpensantes- que con su participación al acoger a un pobre quieren limpiar su conciencia -para conseguir pagar la letra del motocarro, su único medio de vida. Tremenda la escena del cuñado –el gran Manuel Alexandre, recientemente fallecido también – disputando una cesta de Navidad en un desolador descampado contra su destinatario, que, anteriormente, se había negado a recogerla.

O cuando a uno de los pobres le da un infarto y descubren que no está casado con la mujer que le acompaña, amañando una peculiar boda para que no muera en pecado. Antológico el comentario de la mujer del vecino, dentista, que, al dirigirse a la casa donde se encuentra el moribundo para ver si puede ayudar, le dice: … llévate a nuestro pobre, para que vean que también tenemos uno. Y así, frase tras frase, y gag tras gag, que nos hacen reír, pero que llevan una poderosa carga de profundidad que retrata magistralmente  aquella España lúgubre, hipócrita, insolidaria y egoísta, de la que pienso que algo queda.

Casi todos se desentienden del pobre Plácido y de su angustioso problema, aún en fecha tan señalada, inmersos como están en la campaña que, como era de prever, resulta un desastre. Al final, nuestro protagonista consigue pagar la letra, pero sentencia: …y el mes que viene otra vez el mismo “fregao”… Memorable la letra del villancico que acompaña los títulos de crédito finales.

Fue seleccionada para competir por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, pero se lo llevó Ingmar Bergman.

Ya en 1963 estrena la que tuvo más dificultades con la censura: El verdugo. En España estaba en vigor la pena de muerte –que continuó hasta el fallecimiento del dictador. Y se aplicaba con un sistema muy sutil y humanitario: el garrote vil. Pero Berlanga, con su maestría, la convirtió en una comedia, hilarante y a la vez heladora, que sorteó todos los impedimentos.

El irrepetible José Isbert es un verdugo a punto de jubilarse que intenta dejar esta ocupación como herencia para su yerno –estupendo Nino Manfredi-,  que se encuentra sin trabajo y tiene que mantener a su familia. Le convencen de que ya no habrá más ajusticiamientos y acepta. Pero, inevitablemente, le toca uno. Inenarrable la escena del penal. El reo entra como si tal cosa, como si no fuera con él,  pero al pobre verdugo novel le llevan temblando en volandas, animándole y diciéndole que eso  les pasa a todos la primera vez. No me resisto a comparar esta escena, que se soluciona a través de una elipsis, con la terrible, directa y sin concesiones de La familia de Pascual Duarte (1976, Ricardo Franco). Y no sé cuál impresiona más. Otro tipo de ejecuciones se aplican apretando un botón –salvo la decapitación que ya casi no se lleva- , pero el garrote, a centímetros del condenado, girando el torniquete y sintiendo y oyendo como se quiebra su cuello, debe ser lo más horrible para un verdugo.

 Las tres películas comentadas se rodaron en blanco y negro, formato que, por desgracia, casi no se utiliza y que la inmensa mayoría de los actuales espectadores rechaza por principio. Si a esto le añadimos que es importante conocer el contexto al que se refieren, me temo que, al ser vistas por ellos, solo sean consideradas comedias en las que te ríes. Sin embargo, para los que conocimos y vivimos aquel tiempo, nos impresionan más cada vez que volvemos a verlas.

 Berlanga se pasa al color en 1974 con Tamaño Natural. Y en 1977 rueda La escopeta nacional que, sin llegar al nivel de las anteriores, es casi otra obra maestra. Siguió con el mismo tema -la saga de los Leguineche – en las dos posteriores: Patrimonio Nacional y Nacional III. No sé si fue el color, los años o la desaparición de la censura, pero su cine ya no volvió a ser lo que era, sin dejar por ello de tener una gran calidad. A Carlos Saura le ocurrió algo parecido, ya que casi todo lo mejor de su obra se realizó cohabitando con la censura. Ahora se dedica a los musicales, estupendos por cierto.

Es obligado hablar del mejor guionista que ha dado nuestro cine: Rafael Azcona (en la foto inferior). El tándem Azcona/Berlanga fue uno de esos milagros que raramente ocurren. Escribió los de todas las anteriores, salvo el de Bienvenido Mr. Marshal, y además ¡Vivan los novios! y La vaquilla. Colaboró con Marco Ferreri -un italiano de nacionalidad, pero primo/hermano de Berlanga por las formas -en El pisito, El cochecito y La gran comilona. Lo mejor de Carlos Saura lleva su firma, entre otras Ana y los lobos, La prima Angélica y, sobre todo, ¡Ay Carmela!  Lo mismo ocurre con Fernando Trueba, para el que realizó Belle Époque, Oscar de 1992, El año de las luces y La niña de tus ojos, y para José Luis Cuerda, El bosque animado y La lengua de las mariposas. Pedro Olea también tuvo la suerte de contar con él en Pim, pam, pum, fuego y Un hombre llamado Flor de Otoño. Y así docenas y docenas que precisarían de una crónica específica.

Pedro Almodóvar dijo a la muerte de Berlanga: Si hubiera hecho cine en otra lengua, el mundo se rendiría hoy ante su féretro. Lo suscribo totalmente. Espero que pronto se admita en el diccionario de la Real Academia de la Lengua el término berlanguiano, como se ha hecho con otros creadores de no mayor valía.

Y si quedara alguna reticencia por haber incluido a este gran hombre en esta Página de Historia, baste con recordar aquello de El Imperio Austro/Húngaro (¿).

Otras películas de Berlanga:

        Novio a la vista (1954), Calabuch (1956), Los jueves milagro (1957), Moros y cristianos (1987), Todos a la cárcel (1993) y París Tombuctú (1999),  que es considerada como su testamento cinematográfico.

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