HABLANDO DE CLERECÍA

José Guadalajara

librodealexandreUna de las preguntas que a menudo me he hecho es la de cómo serían aquellos dos clérigos de los siglos XIII y XIV que nos dejaron obras tan conocidas hoy en día como los Milagros de Nuestra Señora y el Libro de Buen Amor.

Los documentos nos han transmitido escasísimos datos de ambos y uno tiene que reconstruir a través de las obras los rasgos de su posible carácter y personalidad. Pero, ¿y cómo serían físicamente? Uno de ellos, el segundo, nos ha dejado una curiosa descripción del que podría haber sido su aspecto, aunque nada autoriza a tenerlo como seguro.

Señora, dice la vieja, yo le veo a menudo:

el cuerpo tiene bien largo, miembros grandes, trefudo,

la cabeza no chica, velloso, pescozudo,

el cuello no muy luengo, cabello negro, orejudo…

Casi nada sabemos de ellos, excepto que uno se llamó Gonzalo de Berceo, que fue clérigo secular, que se relacionó con el monasterio de San Millán de Suso (hoy de la Cogolla), que fue notario del abad Juan Sánchez y que, tal vez, estudió en la Universidad de Palencia allá por los comienzos del siglo XIII.

Del otro, apenas su cargo eclesiástico, el de arcipreste en el pueblo de Hita, su nombre y su apellido, es decir, Juan Ruiz. Quizá nació en Alcalá de Henares, pues algunos datos de su libro parecen confirmarlo. Posible resulta que estuviera encarcelado algún tiempo, de acuerdo con la información que nos transmite uno de los manuscritos en el que se ha conservado el Libro de Buen Amor. Se dice que este libro lo compuso mientras estaba en la cárcel por orden del cardenal don Gil de Albornoz. Eso pudo suceder alrededor de 1330 o 1343. ¿Será cierta esta información transmitida por el copista Alfonso de Paradinas?

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Estrofa 2 del Libro de Alexandre

No pretendo ahora analizar de modo exhaustivo sus escuetas biografías, sino reflexionar con brevedad  sobre este asunto del desconocimiento que, desde el siglo XXI, seguimos teniendo de tantos autores de la literatura, por no decir de los de otras ramas del saber y del arte. Ciertamente, a uno, que es curioso por naturaleza, le gustaría poder observar a  Gonzalo de Berceo en el scriptorium del monasterio de San Millán o al Arcipreste por los caminos de Navafría conversando con una serrana. ¿Quiénes fueron estos hombres? ¿Cómo hablaban? ¿Cuáles eran sus gestos? ¿Y sus vicios y manías.

Quiero hacer una prosa en roman paladino,

en la cual suele el pueblo hablar a su vecino,

pues no soy tan letrado por ser otro latino:

bien valdrá, como creo, un vaso de buen vino.

Ahí quedan sus secretos y sus enigmas, perdidos en los misterios del pasado. Su obra nos sirve para suscitar preguntas. ¡Recompensémoslos con ese vaso de buen vino!

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