—Julián Moral—

Algo generalmente aceptado sobre la brujería y su significado histórico-antropológico es su presencia en todas las culturas y, de forma muy particular, en la cultura europea y el mundo anglosajón. Además, los investigadores coinciden en acotar el fenómeno a grupos y estratos sociales al margen de ciertas reglas y valores morales asumidos por la mayoría, que, por otro lado, los rechaza y anatemiza, pues la sociedad tiende a no aceptar grupos que desentonan y que se mueven en la periferia de lo socialmente establecido.

Entroncada con rituales arcaicos animistas, se podría decir que la brujería tendría sus raíces en la mentalidad mágica del Paleolítico, que ligaba la sensación-deseo a la consecución inmediata del objeto. Malinowki explora la hipótesis de funcionalidad del fenómeno de la brujería como conocimiento, control o minoración-anulación del mal, a través de ciertos métodos, fórmulas y hechizos rituales para superar los sentimientos de “frustración e impotencia” ante las adversidades de la vida y la naturaleza. Alfonso M. Di Nola señala que el chamanismo, entendido como pacto con los espíritus protectores e intento de anulación de los espíritus agresores (aún presente en culturas y grupos residuales), era y es llevado a cabo por un “operador chamánico” o brujo.

Por su parte, R. H. Lowie habla del chamanismo totémico como prevalencia de una relación ritual individualista con espíritus o fuerzas que, supuestamente, ayudaban a la supervivencia y que con el tiempo pasa a ser privativa de una casta de iniciados. Y, como a su vez, señala Antonio Escohotado, el ritual tiene por objeto afectar, modificar, o atrapar ese “algo exterior” deseado y generado en el pensamiento. Pero ya para el antropólogo Marvin Harris el tratar de controlar las fuerzas y entidades que rigen los acontecimientos con una actitud de “igual a igual” (con fetiches, hechizos, etc.) es un paso más que no es propiamente pensamiento mágico, sino magia propiamente dicha. La magia como técnica tiene un principio activo de control y dirigismo de lo fenoménico: una voluntad de intervención apoyada en determinadas técnicas, como pudieran ser los hechizos y el uso de ciertas materias: drogas, plantas, minerales, animales…

Históricamente –si seguimos a Julio Caro Baroja- se podría hablar de la brujería como residuo de estructuras culturales agrícolas con religiones arcaicas y antiguas de cultos muy relacionados con la fecundidad en sentido extenso. Posiblemente, residuos de grupos sociales matriliniales de religiones con dignidades sacerdotales femeninas (sacerdotisas). La literatura de la Antigüedad nos aproxima a diosas y mujeres de caracteres fuertes, llenas de sensualidad y vitalismo y sometidas a la especial influencia lunar: Medea, hechicera por excelencia, así como Circe, Hécate, Diana… También eran famosas las hechiceras tesalias (Erichto consultada por Pompeyo). Esto nos revela que, en sociedades arcaicas y antiguas, la brujería estaba incluida o, cuando menos, asumida dentro de la estructura social e, incluso, en buenas relaciones con la superestructura ideológica.

Documentos literarios de varios siglos de la Antigüedad clásica dejan constancia de la creencia en el poder de brujas y hechiceras ejercido a través de complejos rituales y la manipulación de determinadas materias naturales que necesitaban de un conocimiento más o menos hermético transmitido por generaciones. Las orgías sexuales del tiempo de la vendimia consagradas a Dionisos-Baco (bacanales) anticiparían, posiblemente, los rituales de las ceremonias (aquelarres) brujeriles de sexualidad-fecundidad. En Las Bacantesde Eurípides se vislumbra un conflicto matriarcado-patriarcado solapado con la prevalencia viejos y nuevos dioses/ viejos y nuevos ritos. Pero también en Eurípides el problema de las orgías de las bacantes se plantea ya como un conflicto que afecta a la estabilidad matrimonial del patriarcado, con todo lo que de ello se derivaba de rechazo del poder patriarcal establecido. Las Bacantesde Eurípides anticipan el prototipo de las brujas en muchos aspectos, incluso en sus supuestos poderes de desplazamientos sobrenaturales.

Señalan historiadores y estudiosos del fenómeno de la brujería que, durante los siglos que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente, grandes masas de gentes que quedaban al margen del cristianismo en campos y aldeas siguieron practicando cultos y rituales paganos. Esta pervivencia de vestigios de cultos pasados tenía por fuerza que colisionar con una superestructura político-social religiosa, militarista, patriarcal y cristiana. Como señala Caro Baroja, la pervivencia de cultos religiosos ancestrales serían transmitidos por generaciones y quedarían enquistados en grupos sociales y familiares reducidos, segregados y dispersos. Estas prácticas, con un potente atractivo vitalista, contrastarían con el complicado e incomprensible dogma cristiano y su eterno premio-castigo de otra vida. Además, tendrían un efecto de contagio que alentaría la vuelta a un naturalismo rebelde contra una sociedad y una espiritualidad alejada de la naturaleza y contra unas instituciones opresivas. Por otro lado, la superestructura político-social-religiosa vería estos comportamientos como una tendencia clara y subversiva a ensalzar o liberar los instintos reprimidos con un patente peligro para el orden establecido.

Como era de esperar, la puesta en marcha de sistemas legales y represivos para aislar de la sociedad el primitivo sentido mágico de la existencia dio a luz durante siglos una temprana y profusa legislación con prescripciones y condenas contra la brujería, como en los Concilios de Ancira (a.314), Elvira (a.340) y Cartago (a.398).

En la Edad Media se extiende la práctica de atribuir costumbres nefandas a los que profesan otra religión que no sea la católica y, en especial, a los sospechosos de brujería. A partir del siglo XII, el planteamiento de la Iglesia ante ésta se endurece. Apoyándose en un pasaje del Éxodo,la persecución toma intensos tintes represivos durante siglos (sobre todo del XIV al XVII), relacionando abiertamente la brujería con conexiones demoníacas, verdadero “chivo expiatorio” para el poder eclesiástico en connivencia con el poder seglar para desviar las consecuencias del mal cósmico-natural y del mal histórico-social sobre sus cabezas.

Señalan también historiadores y estudiosos del fenómeno que la brujería se presentaba con virulencia sobre  todo en los momentos de “crisis y miseria colectiva” y, como ya se apuntaba anteriormente, con rasgos muy rurales, predominantemente femeninos. Igualmente, se coincide en que se podría hablar de un continuum histórico que iría de las concepciones arcaicas animistas paganas, pasando por un tipo de magia privada (brujería) a una forma de inversión del rito cristiano hasta posiciones muy desviadas que podían apelar a estados de posesión demoníacas y maléficas.

Recordando la banalización y folklorismo del fenómeno de la brujería en el Romanticismo, no vamos a entrar en los terribles abusos y crímenes cometidos contra la brujería en general, y en particular contra muchas mujeres acusadas, torturadas condenadas y ejecutadas de forma inhumana.

Anclada en las percepciones de un mundo arcaico, en los conocimientos positivos-negativos de ciertas plantas y minerales, en la recurrencia a alucinógenos para dar vehículo a fantasías y emociones, en fin, en la nebulosa onírica de la mentalidad animista y pensamiento mágico, la brujería se enmarca en la siempre incierta realidad histórica dentro del determinante e inevitable enigma cósmico y humano del bien y el mal, el orden y el caos, el placer y el dolor. En una palabra, en la realidad misteriosa de la naturaleza sin misticismos ni abstracciones. La brujería fue (y todavía es, aunque muy minoritaria) una aproximación no racional a la realidad que entró en conflicto con otra aproximación igualmente no racional, pero más teológica y socialmente más aceptada, asumida o impuesta que persiguió a la brujería a sangre y fuego.

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