LAPIDARIO:DEL MACROCOSMOS AL MICROCOSMOS

José Guadalajara

stonesLas piedras tienen su historia. Y no me refiero ahora  a su historia geológica, una materia que entronca con el origen del cosmos y que forma parte de una disciplina científica como es la Geología o, de modo más específico, de la Mineralogía.

Me refiero a su “otra” historia, esa historia que, desde la remota antigüedad, ha destacado el valor mágico de las piedras o sus propiedades curativas. No en vano, basándose en la supuesta interacción del macrocosmos con el microcosmos, las piedras se han beneficiado de esta conjunción poderosa.

Esta concepción de que “lo de arriba” se intercomunica con “lo de abajo” y viceversa se encuentra, por ejemplo, en el filósofo griego Aristóteles, pero recorre todo el mundo antiguo y llega incluso hasta nuestros días. Ya en el siglo XII, Bernardo Silvestre estructuró su De universitate mundi en dos partes tituladas  significativamente Megacosmus y Microcosmus, haciéndose eco de estos viejos planteamientos.  Esta misma idea subyace en Alain de Lille, también del siglo XII, para quien la Naturaleza ha creado al hombre siguiendo el modelo del macrocosmos.

En el siglo XIII Alfonso X el Sabio acogerá también esta correspondencia, al admitir que ya los sabios de otros tiempos no se conformaron tan solo con describir la forma, el color, la procedencia y las propiedades de las piedras, sino que buscaron –como señala en uno de los prólogos de su Lapidario- el “atamiento” que tenían con los “cuerpos celestiales”, es decir, la asociación del macrocosmos de los planetas, estrellas y constelaciones con el microcosmos de los minerales.

El interés del rey Alfonso por las piedras cuajó en la traducción, adaptación y recuperación de diferentes lapidarios antiguos. Al menos quince, de los que se han conservado cuatro, fueron los que salieron de su scriptorium. Nombres como Yehuda ben Moshe o Garci Pérez figuran entre los colaboradores que participaron en la tarea de trasladar al castellano, a través del caldeo, el arábigo o el latín, estos curiosísimos lapidarios.

En tres de ellos queda plasmada esta concepción cósmica-terrestre. Los títulos lo dicen todo: Libro de las piedras según los grados de los signos del zodiaco, Libro de las piedras según las fases de los signos y Libro de las piedras según la conjunción de los planetas.

La tradición de los libros que tratan sobre las piedras, como vengo diciendo, es muy antigua: del siglo IV a.C. es Teofrasto, que escribió un libro sobre ellas; lo mismo que Plinio el Viejo en el siglo I o el afamado Dioscórides, en cuyo De materia medica, tan difundido en el mundo medieval, se describen alrededor de noventa minerales.  Posteriores son Isidoro de Sevilla (siglo VI), quien en uno de los libros de sus Etimologías recogió también las propiedades y características de las piedras, y el lapidario de Pselo y Marbodo de Rennes, ya del siglo XI.

Pero regresemos, tras esta breve reseña sobre la historia de los lapidarios, a “la fuerza cósmica de las piedras”, a ese “atamiento” al que se refería el rey Alfonso X.

En el lapidario de Abolays, que Alfonso mandó traducir hacia el año 1250 cuando aún era infante, las propiedades intrínsecas de las piedras se potencian por su relación con las constelaciones, ya que cada piedra suele mantener una correspondencia con  una estrella concreta.

El caso del imán, considerado una piedra en la Edad Media, ofrece un ejemplo significativo. Según Abolays, llevar un imán hace de un hombre de “flaco corazón”  un hombre atrevido o, si ya lo fuera, posibilita que su valor se incremente. Además es un remedio eficacísimo –molido y convertido en polvo- contra los venenos que en su composición lleven óxido de hierro. Estas propiedades curativas del imán aún se verán aumentadas cuando se produzca la conjunción con la estrella mediana de tres estrellas que forman parte de la constelación de Piscis.

Esta creencia en la acción eficaz del macrocosmos sobre el microcosmos de las piedras constituye  el eje fundamental de este lapidario, pero también lo es de los otros que se han conservado procedentes de las traducciones de Alfonso X. Cada piedra potencia sus propiedades naturales terrestres con la fuerza que le confieren las conjunciones celestes. De este modo, lapidario y astrología mantienen un vínculo fundamental.

Curiosísimos, por otra parte, son los singulares efectos terapéuticos que se atribuyen a las piedras, muchos de los cuales no pueden dejar hoy en día de producir una carcajada.

11El ámbar, por ejemplo –que no es una piedra sino una resina fósil como todo el mundo sabe-, si se mantiene en la boca cuando se bebe vino, evita la borrachera, lo mismo que la evita si antes se ha introducido en la cuba.  Curiosa también es la reacción de una piedra que, como se dice en el Lapidario, “huye de la leche”. Mejor será que, en este caso, transcriba el texto, que no tiene desperdicio:

«Y su propiedad es tal, que si la ponen cerca leche de cual animal quiere, salta la piedra y huye muy de recio de ella, así que por ninguna manera no se quiere con ella juntar; y esto es por la enemistad que a con ella según su natura».

Hay infinidad de piedras contra los venenos, la sarna, apostemas, tiña, alopecia, problemas oculares y digestivos, epilepsia, debilidad cardíaca…  o piedras como el astarnuz, que, a quien la lleva consigo, le da alegría y fuerza para afrontar las dificultades. No menos contundentes son los efectos de la piedra zamoricaz que, convertida en polvo y mezclada con la bebida, deja al hombre impotente. La camiruca tampoco se queda atrás, porque, al igual que la anterior, si se disuelve en el agua y alguien la bebe, perderá por completo la memoria. ¿Y qué decir de la piedra cayzor, que, si se pone en sitio en donde haya hombres, los hace a todos enfermar de fiebre?

Propiedades como éstas y otras muchas cobrarán mayor efectividad cuando las estrellas de constelaciones como las de Orión, el Dragón, la Osa Mayor, Tauro, etc., o las conjunciones planetarias pongan en relación el cosmos con las partículas elementales de las piedras.

Este saber medieval, transmitido durante siglos, no deja de sorprendernos, así que, ya puestos en este punto, añado que, desde este mismo momento en que escribo este artículo, hago voto perpetuo de llevar conmigo siempre una esmeralda, ya que, como dice el sabio lapidario, “el que la tuviere consigo siendo Júpiter en la tercera fase de Tauro, y en buen catamiento de Venus, será mucho amado de las mujeres”.

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