LOS MUERTOS DEL DOS DE MAYO

Sergio Guadalajara

El 3 de mayo de 1808 en Madrid, Francisco de Goya
El 3 de mayo de 1808 en Madrid, Francisco de Goya

El dos de mayo: fecha muy conocida por ser el aniversario del levantamiento de los madrileños contra la ocupación napoleónica y un día festivo en la Comunidad de Madrid.

Doy por hecho que cuando alguien menciona el Dos de mayo aparece en nuestra memoria el famoso cuadro de Francisco de Goya que, ahora, ilustra esta misma Página. Muy pocos desconocen la existencia de esta magnífica pintura, pero lo que sí se tiene por misterioso es la identidad de las numerosas personas que allí se encuentran representadas. ¿Quién sería ese hombre que porta una blanca y reluciente camisa y que mira directamente a la cara del pelotón de fusilamiento? ¿Y aquel fraile que rogaba —o rezaba— de rodillas ante los franceses? Probablemente fueran tipos convencionales en la imaginación de Goya cuando los pintó en 1814, pero que, en su momento, se correspondieron o representaron a personas de carne y hueso que lucharon por sus ideales y por su país.

Muchos fueron los muertos aquel día, pero solo los nombres de algunos pocos han trascendido hasta nosotros, como los de Luis Daoíz y Pedro Velarde, que combatieron con valentía en el parque de artillería de Monteleón hasta perder la vida en su defensa. Ambos militares proporcionaron a los madrileños armas y municiones para luchar contra los franceses el dos de mayo. Pelearon heroicamente durante tres horas frente a un enemigo bastante más numeroso y mucho mejor equipado. Pero no fueron los únicos.

No se le debe restar valor a sus acciones, pues fueron tan arriesgadas y arrojadas como las de los dos anteriores militares. Por ejemplo, Antonio Meléndez Álvarez, que luchó para proteger el hospital del Buen Suceso del ataque de los mamelucos, aunque finalmente perdió la vida en la Puerta del Sol; o Antonio Matarranz y Sacristán, héroe del Parque de Artillería que fue herido mientras perseguía a una de las derrotadas columnas francesas y que murió catorce días más tarde en el hospital por culpa de una balazo recibido en la cabeza. ¿No merecen Antonio Meléndez o Antonio Matarranz ser recordados como Daoíz y Velarde?

Nombres como los de estas víctimas, prácticamente desconocidos, están también detrás de los acontecimientos del dos de mayo, en los que, de modo colectivo, se recuerda este episodio germinal de la Guerra de la Independencia. También a través de la literatura se ha homenajeado a los madrileños que murieron, fueron heridos o participaron en los hechos de aquel día. Las obras literarias que han tratado este asunto no han adoptado un punto de vista general, como muchos manuales de Historia, sino que se han adentrado en los callejones, plazas y combates por medio de la propia narración de los protagonistas, como sucede en los Episodios Nacionales de Galdós.

Para preparar este artículo, leí uno de esos Episodios, el 19 de marzo y el 2 de mayo de 1808, que parece transportar al lector a la misma Puerta del Sol en una de las cargas de los mamelucos o al Real Sitio de Aranjuez mientras ardía el palacio de Godoy. A los que les interese este tipo de novelas históricas les recomiendo su lectura, pues, a través de Gabriel Araceli, el protagonista, se sumergirán en el Madrid de 1808 gracias a la hábil escritura de uno de los más notables escritores del Realismo. Este fragmento da una idea de la plasticidad de los hechos narrados:

“Casi toda la multitud corría hacia la calle Nueva. La curiosidad pudo en mí más que el deseo de llegar pronto al fin de mi viaje, y corrí allá también; pero una detonación espantosa heló la sangre en mis venas, y vi caer lejos de mí algunas personas, heridas por la metralla. Aquel fue uno de los cuadros más terribles que he presenciado en mi vida. La ira estalló en boca del pueblo de un modo tan formidable, que causaba tanto espanto como la artillería enemiga”.

Aparte de los aniversarios y las novelas, la pintura es otro modo de recordar a aquellos luchadores y una de las formas artísticas que más impacta. Se han pintado numerosos cuadros referentes al dos de mayo, como los célebres de Goya —el ya citado de los fusilamientos, a los que se añaden La carga de los mamelucos y toda la serie de estampas y grabados sobre los desastres de la guerra— o el La defensa del parque de artillería de Monteleón, obra de Joaquín Sorolla, entre otros.

Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós

El levantamiento comenzó cuando algunos paseantes que se encontraban en las cercanías del Palacio Real advirtieron que los miembros de la familia real que aún quedaban en Madrid iban a ser trasladados por los franceses a otro lugar. Se empezó a congregar una multitud que entró en el Palacio y evitó que se llevaran al infante Francisco de Paula al grito de: “¡Traición! ¡Que nos lo llevan! ¡Muerte a los franceses!”. Murat envió a un batallón para que acallara a la multitud mediante disparos de fusiles y cañones. Esto provocó la reacción de la muchedumbre, que comenzó a llamar a las armas. El ayudante de cámara del Rey, don Francisco Bermúdez López y Labiano, cogió su carabina y comenzó a disparar contra los franceses hasta que fue cogido preso y arcabuceado después en la Montaña de Príncipe Pío.

La lucha se extendió por todo Madrid, pero hubo varios puntos de la ciudad que destacaron por la intensidad y el arrojo de los sublevados o por la masacre que en ellos se produjo.

La Puerta del Sol fue el escenario de una auténtica carnicería, pues los franceses llegaban de todas partes rodeando y disparando sin piedad a la multitud; jinetes por la Carrera de San Jerónimo; cazadores de la Guardia por la Calle Mayor y los famosos y crueles mamelucos que sembraron el pánico y el odio. En un caso concreto, los mamelucos y la Guardia Imperial rodearon a don Francisco Martínez Valenti y al tío de éste, don Jerónimo Martínez. Éste pudo escapar a su tienda y atrancar la puerta, pero don Francisco fue cercado por el enemigo y acabó muerto por un disparó que le destrozó la cabeza.

Los sublevados se dirigieron al Parque de Artillería de Monteleón, donde solicitaron que se les proporcionaran armas. Daoíz y Velarde hicieron caso omiso de su superior, que les instaba a permanecer neutrales y permitieron la entrada del pueblo al parque de artillería, lugar en el que se armaron y resistieron heroicamente hasta ser arrollados por los franceses. Muchos patriotas murieron en la defensa del Parque, como Antonio Gómez Mosquera, que tras haber estado disparando un cañón durante bastante tiempo, fue herido y maltratado por los franceses. Fue trasladado al hospital, pero murió el día 26 de noviembre de ese mismo año.

Poco a poco, las tropas napoleónicas se hicieron con el control y comenzaron a detener para fusilarla a cualquier persona que portara armas o hubiera atacado a un francés. Fue una verdadera matanza. De la capital pudo escapar un mensajero que llevó la noticia a Móstoles y a otros lugares hasta que falleció de agotamiento. La guerra había comenzado.

Defensa del Parque de Artillería de Monteleón, Sorolla
Defensa del Parque de Artillería de Monteleón, Sorolla

La lucha no solo se produjo en los lugares anteriormente descritos, sino que se dio por toda la villa y en combates muy cruentos y desiguales, pues los franceses eran soldados profesionales y los madrileños iban armados con lo que buenamente podían. Un ejemplo de la crueldad de que se rodearon estas trifulcas podría ser el de Francisco López Silva, que, tras haber combatido bravamente en la Puerta Cerrada, fue cogido por los franceses y golpeado con la culata de los fusiles hasta que le dieron por muerto. Los vecinos de la zona lo recogieron, pero falleció seis días más tarde a causa de las heridas.

También participaron en el levantamiento niños y mujeres, que lucharon, al igual que los hombres, con lo que tenían más a mano. Dos ejemplos ilustrativos podrían ser el de Esteban Castarera y Barrio, un niño de nueve años que se unió a la insurrección y resultó herido en su propia casa de la calle Mira al Río, lo que le provocaría la muerte 9 días más tarde. Otra muestra de esta afirmación es el caso de Ramona García Sánchez, mujer de treinta y cuatro años que pereció en la heroica lucha del Parque de Monteleón al recibir el impacto de metralla mientras luchaba contra los franceses.

Las bajas de ambos bandos fueron muy desiguales: del lado francés murieron unos ciento setenta soldados, mientras que por parte madrileña murieron cuatrocientos seis, sin contar a los que no vivían en la capital y a los extranjeros.

El sacrificio que todos los que aquel día murieron realizaron no fue en vano, porque permitió al pueblo alzarse contra la opresión y derrotar hasta aquel entonces invencible Napoleón, que acabó perdiendo su hegemonía en toda Europa. Fachada del Palacio Real de Madrid.

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