SEGÓBRIGA

Sergio Guadalajara

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Inscripción en el teatro de Segóbriga. Fotografía de Sergio Guadalajara

Allí, situado en lo que hace un par de milenios fue el Decumano de la gran ciudad de Segóbriga, ya sólo quedan hierbajos, polvo y ruinas. Así es difícil imaginarse cómo fue en sus días esplendorosos aquella urbe, y más teniendo en cuenta su situación geográfica, que en la actualidad puede resultarnos un tanto extraña.

Bien lo sabrán los miles de madrileños que recorren cada Semana Santa, puente o verano la carretera de Valencia (la A-3), pues a su paso por Saelices, en la provincia de Cuenca, la autovía tiene colocados varios carteles de color púrpura que indican la existencia de esta antigua ciudad. Si el conductor es capaz de advertirlos y de llegar a darse cuenta de la importancia del citado yacimiento, quizás se detenga para contemplarlo. Únicamente pospondrá una hora su llegada a su ansiado destino costero.

Sin embargo, en la actualidad, a ojos del visitante, parece encontrarse en medio del inmenso secarral que es Castilla-La Mancha, y por eso es normal que el visitante de Segóbriga se pregunte qué es lo que pinta allí una ciudad, en un lugar aislado de todo. Pues bien, parece ser que el origen de Segóbriga es celtíbero; un castro en concreto desde el que se dominaban los territorios adyacentes. Era importante gracias a sus explotaciones agrícolas y ganaderas y por su situación intermedia entre otras ciudades y castros.

En el siglo II a. C, ya bajo el dominio de Roma, aumentó su tamaño y, en la época de Augusto, recibió el estatus de municipium, lo que significaba que estaba habitada por ciudadanos romanos y que tenía sus propias leyes. Tras la muerte de este emperador comenzó un gran proceso modernizador con el que Segóbriga pasó de ser ese antiguo castro celtíbero a una auténtica ciudad romana. Se abrieron grandes calles con el Cardo y el Decumano como referentes, se construyó un sistema de alcantarillas y fue amurallada.

Además, como en todas las grandes ciudades romanas, se edificaron los monumentales lugares a los que acudían con fervor las masas: el circo, el teatro y el anfiteatro; no obstante, el teatro siempre quedaba como algo más elitista y no tan emocionante como las luchas entre gladiadores y fieras o las carreras de cuádrigas. El teatro se encuentra en un buen estado de conservación a pesar de no ser de los más grandes de la Península. Recomiendo al lector que, si decide visitar Segóbriga, haga una pequeña comprobación: sitúese en lo más alto del graderío, la cavea, y que su acompañante se sitúe en el escenario, el proescenio. Es sorprendente la buena acústica del teatro, ya que ambos podréis escucharos sin ningún problema y con total nitidez.

A la derecha del teatro se encuentran los restos del anfiteatro. Cuando los visité una calurosa tarde de julio no hizo sino recordarme a las actuales plazas de toros: ¿seguimos disfrutando al ver como dos seres vivos luchan hasta que uno de los dos muera? Las similitudes son innegables. En época romana las luchas se producían entre los gladiadores, normalmente esclavos, y las fieras, como leones o tigres. Ahora los contendientes son el toro y el torero, lo que demuestra que en éste ámbito nuestra sociedad no ha conseguido evolucionar. Si hasta tienen la misma forma… En la de Segóbriga aún podemos observar las celdas de las fieras y el pasillo que conducía a los gladiadores a la muerte. Al tocar las piedras que rodean el anfiteatro no puedes dejar de preguntarte si alguien murió entre ellas y alguna espada que tuviera a su presa acorralada.

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Restos del teatro de Segóbriga

Por desgracia, del circo únicamente se conserva el perímetro sobre la loma en la que se encontraba. Una fila de piedras atestiguan su antigua posición.

Otro de los edificios más importantes de la ciudad son las Termas, lugar de ocio y reunión en el que también se realizaban negocios. Las de Segóbriga cuentan con una palestra, donde se practicaba ejercicio físico, y tres salas a distintas temperaturas: frigidarium, tepidarium y caldarium. Únicamente había piscina en la primera.

Además, se conservan otras termas de tamaño más reducido anexas al teatro. Son de gran interés porque poseen las antiguas taquillas, que son hornacinas en el muro. Así, podemos imaginarnos cómo sería la estancia en la que se cambiaban para entrar a las termas. En la época las hornacinas tendrían puertas de madera con las que podrían dar cobijo a sus pertenencias.

El Foro, normalmente la parte más concurrida, se encuentra en lo alto de la colina sobre las demás terrazas. Se ideó este sistema para que no hubiera grandes desniveles en la ciudad. Fue de gran tamaño, pero ahora sólo quedan las basas y las partes bajas de las columnas, los inicios de los muros y la mitad del pavimento, gracias al cual se ha datado su construcción (se conservan algunas inscripciones que revelan la identidad del patricio que costeó la pavimentación del Foro, un tal Spantamicus).

Los demás edificios son los restos de las antiguas domus y de algunos talleres dedicados a la industria que daba más dinero a la ciudad: la extracción y el tratamiento del lapis specularis, el yeso cristalizado, que los romanos empleaban en ocasiones en las ventanas y en otros objetos ornamentales.

Eso es lo que Segóbriga ha revelado hasta el momento, porque los trabajos de excavación continúan año tras año. Paradójicamente, la ciudad irá creciendo a medida que los arqueólogos desentierren los nuevos edificios que quedan por descubrir, porque, evidentemente, aún resta mucho por conocer. Renacerá hasta que se asemeje ligeramente a lo que fue. El Centro de Interpretación nos acerca aún más a ese mundo que tanta influencia ha tenido sobre el nuestro y nos permite reconstruir la historia del Imperio romano.

Por lo tanto, les recomiendo que si tienen pensado un viaje hacia Levante o de vuelta a Madrid, se detengan y se introduzcan en una ciudad con más de dos mil años de historia.

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