SAN JUAN DE LA PEÑA, UN MONASTERIO MEDIEVAL

Sergio Guadalajara

Claustro de San Juan de la Peña
Claustro de San Juan de la Peña. Fotografía de Sergio Guadalajara

Voto, un joven de Zaragoza, iba cabalgando tras un ciervo con la intención de cazarlo; de repente, el animal se despeñó por una larga pared vertical. El cazador ya se veía muerto. Comienza a rezar con desesperación a san Juan Bautista y, milagrosamente, se salva. Decide bajar para ver qué es lo que ha sido del venado y, de forma inesperada, descubre el cuerpo incorrupto de un eremita que había habitado en aquella gruta.  Voto lo entierra y vuelve a Zaragoza, donde convence a su hermano para que vendan todas sus posesiones y se vayan a vivir bajo la peña. Ahí permanecen hasta que, años más tarde, mueran en la vejez. Serán sustituidos por más eremitas que irán construyendo las dependencias del futuro monasterio.

Esta breve narración es la leyenda que explica el origen  del monasterio de San Juan de la Peña, tema principal de este artículo. Sin embargo, debe ser tomado como tal y no como algo que está demostrado que ocurrió en el pasado.

El monasterio medieval de San Juan de la Peña se halla ubicado en un lugar muy especial, custodiado por una enorme roca que lo cobija de la soledad del bosque de los alrededores y que hacía que, a veces, cayeran piedras como fruto de la erosión. A pesar de esa protección que podría garantizar la masa pétrea, los monjes no vivían en un lugar muy cómodo. El frío y la humedad eran intensísimos en invierno y se acentuaban dentro del monasterio al estar éste excavado dentro de la roca. La comunidad se hallaba muy aislada del resto de los mortales, ya que el acceso hasta el monasterio era muy complejo y largo por caminos que ascendían la montaña entre un denso bosque, lo que lo hacía inaccesible en invierno.

Ha conservado un pequeño muestrario de todo lo que antiguamente albergó entre sus muros. De lo poco que ha quedado destacan la iglesia mozárabe, anterior al siglo XI y perteneciente al primitivo monasterio y que se encuentra bajo la iglesia alta (de ahí su nombre). Esta última fue inaugurada el 4 de diciembre de 1094 por el rey Pedro I y parece ser que en ella se albergó el famoso Santo Grial que, posteriormente, se trasladó a Valencia. Actualmente hay colocada una réplica bajo los tres ábsides con los que cuenta el templo y que se puede contemplar más de cerca que el cáliz conservado en la ciudad del Turia, al contar con menos medidas de seguridad.

Sin embargo, lo más relevante y bello que se ha podido conservar en este viejo monasterio tras años de abandono es su claustro, un claustro que es considerado como una de las maravillas del románico en España. Si han tenido la suerte de poder contemplar sus magníficos capiteles, ya sea a través de fotografías o in situ, podrán comprender por qué ha adquirido esa categoría. En cada uno de ellos hay representada una escena de la Biblia sobre el Génesis o sobre la vida de Jesús. Algunas de estas visiones bíblicas son: la creación de Eva, la expulsión del Paraíso, los Reyes Magos a caballo siguiendo la Estrella, la elección de los Apóstoles o la Última Cena.

Otro de los atractivos del monasterio es el Panteón de Nobles, que es una serie de nichos y tumbas colocados en una pared y decorados con esferas y relieves de gran belleza. Entre estos nobles que pagaron por ser enterrados aquí destaca el importantísimo conde de Aranda, figura clave durante el reinado de Carlos III.

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«El sueño de José» (detalle de un capitel). Fotografía de Sergio Guadalajara

En el monasterio, aparte de estos personajes de la nobleza, se enterraron algunos de los primeros reyes de Aragón, como Ramiro I, Pedro I o Sancho Ramírez, entre otros. Todos ellos vivieron entre los siglos X y XII y escogieron San Juan de la Peña como el lugar perfecto para recibir sepultura. Sin embargo, en la actualidad las tumbas se encuentran vacías y semiocultas entre estrechos pasillos que van a parar directamente hacia la roca que protege el edificio.

Estas pocas dependencias que se han podido conservar del monasterio de San Juan de la Peña son testigo de la época de esplendor que tuvo hace siglos. Sus influencias se extendían por todo el Reino de Aragón, controlaba tierras, iglesias e, incluso, a otros monasterios que se encontraban en valles cercanos o en lugares situados a kilómetros de distancia.

Sin embargo, poco a poco el monasterio fue perdiendo influencia hasta que, a finales del siglo XVII, un espectacular incendio arrasó el edificio.  Los monjes, cansados de la dura vida que llevaban bajo la roca, deciden construir un nuevo cenobio un par de kilómetros más arriba, en el prado de San Indalecio, un lugar muy tranquilo y soleado rodeado por un frondoso bosque. Se edificó bajo la influencia del Barroco y fue inaugurado en 1714.

Tras casi un siglo de vida retirada y tranquila, la Guerra de la Independencia llegó al nuevo monasterio. Las tropas francesas, practicando la costumbre que más les gustó realizar, lo incendiaron y obligaron a los monjes a abandonarlo. No obstante, respetaron el cenobio medieval y no lo destruyeron. Tras la guerra, se rehabilitaron las dependencias dañadas y la comunidad volvió a su retiro.

No serían las llamas o los cañonazos los que acabaran con el sagrado recinto, porque en 1835 el gobernador militar de Jaca dio orden de clausurar el monasterio como castigo por haber apoyado a las tropas carlistas. Un año después, el tristemente famoso Mendizábal inició la desamortización de los bienes eclesiásticos. El monasterio quedó en un total abandono hasta que, no hace muchos años, el Gobierno de Aragón comenzó una total restauración del edificio, que se encontraba en un estado ruinoso y deplorable. Por suerte, se realizó una buena labor y actualmente el monasterio es un magnífico hotel de cuatro estrellas altamente recomendable en el que también hay dos centros de interpretación muy interesantes sobre la historia del monasterio y del Reino de Aragón.

A pesar de todas las penurias por las que ha pasado el monasterio de San Juan de La Peña, ha conseguido perdurar en el tiempo y llegar hasta el siglo XXI para que todos nosotros podamos ir allí y admirarlo. Así pues, si tienen oportunidad de ir a la zona, no lo duden y visítenlo.

  

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