VOCATIVOS CARIÑOSOS

Gonzalo J. Sánchez Jiménez

sentimientosDavid avanza nervioso por el pasillo del hospital leyendo el número de cada habitación mientras guarda el móvil en el bolsillo de su pantalón. Al fondo se abre una de las puertas y aparece Sonia. David acelera el paso hacia ella. Es la novia de su mejor amigo, Raúl, a quien por primera vez va a visitar. Ayer le subieron a planta tras haber permanecido casi cien días en la UCI. Raúl sufrió un gravísimo accidente de moto que durante mucho tiempo hizo a médicos, familiares y amigos temer por su vida. Afortunadamente ya está fuera de peligro, pero ha perdido ambos brazos y ambas piernas. David le confiesa a Sonia que está muy nervioso; tiene muchas ganas de ver a su amigo, pero no sabe cómo romper el hielo, qué decirle. Ella le aconseja que siga las instrucciones que les han dado los psicólogos, que le trate con la naturalidad de siempre. Y así lo hace. Se arma de valor y entra en la habitación con una sonrisa de oreja a oreja mientras grita con énfasis: «¿Qué pasa, tronco?». Así me lo contaron y así lo cuento.

Cuando hablamos no solo transmitimos información, mensajes objetivos; también manifestamos nuestros estados de ánimo, sentimientos, deseos y emociones. Para que esto ocurra necesitamos una segunda persona, alguien a quien enviar esa información o a quien expresar lo que sentimos y, por supuesto, que nos preste atención, que nos haga caso. Estamos hablando de las funciones representativa, expresiva y apelativa del lenguaje, respectivamente.

Un recurso fundamental de la función apelativa son los vocativos, esas palabras que sirven para llamar la atención del receptor con el fin de poder iniciar o mantener la comunicación. Es el caso de la palabra «tronco» en la historia del principio. Muchas veces la función apelativa se entrelaza con la expresiva; a la vez que llamamos la atención del interlocutor le manifestamos nuestro afecto. No me cabe duda de que el vocativo de David lleva gran carga afectiva hacia su amigo. Y no enumero la ristra de vocativos, con su correspondiente dosis emocional, que se le ocurrirán a Raúl para su cariñoso visitante.

amigasEstos vocativos han existido siempre, aunque han ido cambiando según las épocas. Desde aquel «macho» o «chaval» que utilizábamos los jóvenes de nuestra generación hasta el «tío», «colega», «socio», «tronco», «mazo»… de hoy han pasado varias décadas. Estas modas efímeras no han evolucionado siempre al mismo ritmo. El llamado lenguaje Cheli, jerga antiprotocolaria y contracultural de principios de los ochenta, los teléfonos móviles, la implantación y el desarrollo de las nuevas tecnologías con sus autopistas de la comunicación, y la cada vez mayor influencia del inglés han contribuido a esta fugacidad. A pesar de ello, algunas fórmulas se han mantenido y han llegado a ser admitidas por la RAE.

Las relaciones interpersonales, especialmente las de pareja, podrían generar un diccionario de vocativos y apelativos. Cómo llama cada uno (cariñosamente) a su pareja, en la intimidad, delante de los amigos, delante de desconocidos o cuando no está presente, necesitaría antes mucho papel y tinta, hoy podríamos decir muchos megas o gigas. Similar es lo que ocurre con los tratamientos familiares entre padres e hijos, abuelos y nietos, hermanos, etc.

Aprovecho esta ocasión para recordar que los vocativos tienen función extraoracional, no afectan al mensaje, es decir, no pertenecen ni al sujeto ni al predicado; son incisos que sirven para llamar la atención; por eso van entre comas cuando se intercalan en el discurso, delante de una coma cuando se colocan al principio, o entre una coma y el punto final cuando cierran la comunicación. Digo esto porque cada día se ve con más frecuencia «Hola Mari», «Hola amigo»… Entiendo la supresión de la coma en los SMS por reservar un carácter; pero en el resto de escritos, incluidos chat, email, redes, no hay límite y por consiguiente no hay disculpa para no ponerla, ya que todos hacemos la pausa al pronunciar, fijémonos. Hemos de saber que existe otra ortografía además de la del móvil.

La utilización de apelativos cariñosos está sujeta también al parámetro del espacio. Según la zona podemos oír desde «rey», «princesa», «prenda» y otros muchos archiconocidos hasta «nene» en Levante; «amante», arraigado en Aragón, o «picha», vocativo coloquial que se utiliza entre varones en Andalucía.

Hay vocativos específicos para él y para ella, y también los hay ambivalentes. Algunos como «macho» o «tronco» no tienen flexión en femenino. «Beibi» (o «baby»), «churri», «pibonazo»… son apelativos femeninos. Muchos, como «reina», «pitufa», «peque», «nena», «tía», «piba», «prenda», «yogurina»… tienen su doble versión o valen invariablemente para ambos géneros.

La función expresiva llega también hasta el insulto; eso sí, el insulto cariñoso; de tal manera que lo que antes fuera hiriente se puede convertir ahora en dulce son. ¡Qué bonito! ¡Qué emotivo! ¡Te dan unas ganas de…, de llorar…! Entras en un sitio y se te acerca un amigo, por llamarle de alguna manera, que te da un abrazo mientras te dice al oído para que se enteren en la cocina del bar de la otra acera: «¿Qué es de tu vida, mariconazo? ¿Dónde te metes, cabrón?». Y tú, para tus tripas: «¡Tu padre…!».

codigo_azul_marino_gorra_bordada-p2332880172969466520ozqt_400Otra curiosidad. Muchos de ellos se utilizan como vocativos en algunos enunciados y como sustantivos de tercera persona, equivalentes a «hombre», en otros. Por ejemplo: «Mira, tío, ¿has visto qué moto tiene el tío de la gorra azul?». Sin embargo, algunos solo se utilizan de vocativos; veamos: «Mira, macho, ¿has visto qué moto tiene el macho de la gorra azul?». Ambos, «tío» y «macho», cumplen su papel de vocativos en sendos casos, pero «macho» no encaja en la última oración con el sentido antes especificado. Incluso el mismo apelativo, no utilizado como vocativo, se ajusta o no a diferentes enunciados según varía la intencionalidad de quien habla o la situación. Por una explosión de envidia del emisor se puede oír: «¿Has visto qué moto tiene el cabrón de la gorra azul?» Ante una aglomeración en la calle alguien explica: «Se ha caído un tío junto al autobús»; pero es difícil que alguien diga: «Se ha caído un cabrón junto al autobús», aunque quien hable conozca la vida y milagros de la señora del accidentado.

Hay otros apelativos que nunca se utilizan como vocativos. Se oye: «Se ha echado un maromo rubio» («maromo» está admitido por la RAE como novio o amante masculino). Pero no son frecuentes expresiones como: «Hola, maromo», «¿qué haces, maromo?»

Existen también vocablos de estas jergas con valor colectivo, en el sentido de «pandilla» o «gentío»: «peña», «basca», «todo dios» o «todiós», aceptadas también (las dos primeras) por la RAE.

¿Debemos evitar tales expresiones? La respuesta está en otras preguntas. ¿Debemos reprimir las emociones? ¿A quién le molesta una muestra de afecto? Como siempre, en el medio está la virtud, lo que tantas veces hemos comentado. Seamos conscientes de que son dichos coloquiales, familiares, y en esos contextos tienen su razón, pero estarán mal vistos en otros. La pobreza lingüística es fiel reflejo de la indigencia cultural. Sobre esto, alguien puede argüir que muchas de ellas están aprobadas por la RAE. Sí, cierto; pero también están aprobadas por la RAE miles y miles de palabras que no solamente no utilizamos, sino que desconocemos.

Tampoco olvidemos que aluden directamente a los oyentes, que, en definitiva, serán quienes toleren el nivel de confianza que podamos mantener con ellos. No obstante, y a pesar de la aprobación del receptor, a oídos de terceras personas las funciones expresiva y apelativa pueden chocar con la estética. Sin querer, alguna vez hemos oído por la calle conversaciones entre jóvenes, tanto ellos como ellas, que por un lado casi le hacían a uno ruborizarse y por otro estar alerta, porque a juzgar por lo que se decían el guantazo era inevitable. Pero no; todo era amistoso, con cariño…

Por si acaso, hemos de evitar infortunios como el de David con su amigo; un vocativo mal empleado puede ser la causa de que nos practiquen una reconstrucción maxilofacial.

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